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Editorial: Los corredores libres de la política


En la jerga económica existen los llamados free rider (literalmente corredores libres) que buscan por fuera de las reglas las ventajas que le puede entregar una actividad determinada en un mercado. Los free rider son percibidos por los agentes institucionalizados como una amenaza a la competencia regulada y a la estabilidad, razón por la cual las normas se orientan a desestimularlos. Sin embargo, ellos generalmente combinan intuición, sentido de la oportunidad y audacia, con aquellas condiciones objetivas de que están dotados para competir, y muchas veces logran imponer cambios. Lo que sí siempre generan es una fuerte reacción del establishment que se esfuerza por ordenarlos de acuerdo a sus pautas.



Algo similar a esto está ocurriendo en la Concertación con algunos de sus liderazgos. Ni Bachelet ni Zaldívar pertenecen por entero al núcleo "propietario" de la transición, sino que provienen de ámbitos políticos externos a la argolla más cerrada del poder. Tanto en sus orígenes como en sus expresiones actuales, sus posiciones incomodan o descolocan a la elite gobernante, que realiza crecientes esfuerzos por demostrar que ellos son una proyección de la amplitud y pluralidad de la Concertación, y no cuerpos extraños en la lógica del poder hasta ahora dominante.



Michelle Bachelet, quien proviene de la corriente de la Nueva Izquierda que lidera Camilo Escalona en el PS, al momento de ser ungida ministra de Salud recibió del Presidente Lagos una orden perentoria que debía cumplir en cien días -eliminar las largas esperas en el sistema público-, después de lo cual sería evaluada en su calidad de tal. Algo que además de insólito, era una severa limitación de su respaldo político.



Pero no solo cumplió la tarea planteada, según la opinión pública, sino que se transformó, luego de su paso por Defensa, en la principal carta electoral de la Concertación. Y con una actitud de independencia política, principalmente frente a su partido, que descoloca a sus más importantes dirigentes. Y deja en evidencia, además, de que si bien es parte del éxito del gobierno de Ricardo Lagos, ella ha hecho un aporte sustantivo a tal logro, expresando, para la mayoría de los ciudadanos, un cambio dentro de la Concertación. Con una sutil atmósfera de rostros y discurso nuevos, pero con una clara ética unitaria y sentido de continuidad. Es, en este aspecto, un liderazgo ordenado.



Adolfo Zaldívar, de una manera diferente a Bachelet, y con una rudeza poco habitual en la Concertación, ha hecho también un camino desde fuera hacia el centro del poder, pero lejos del aparato gubernamental. Es, en este sentido, un actor mucho más rupturista y radical que Bachelet, porque su fuerza proviene de un proyecto que ha debido colocarse al filo de la oposición para lograr reconocimiento y respeto en el medio político.



Para lograrlo, siguió el camino largo de sumar voto a voto el malestar interno de la DC y transformarlo en un triunfo electoral y en un férreo control orgánico frente a los barones de su partido. Luego se dedicó a posicionarse ante el resto de la Concertación y el Gobierno, el cual se demoró más de un año en reconocerle, y solo a medias, el derecho a tener un representante efectivo de su sensibilidad al interior de La Moneda, aunque sólo a nivel de subsecretario: Patricio Santamaría, en la Segegob. Ahora, transformado en el competidor de Soledad Alvear, tiene muchas oportunidades de convertirse en el abanderado DC, pese a la desesperación de sus adversarios. Lo que no es visto con tan malos ojos por los desplazados de los otros partidos de la Concertación.



En cualquier caso, no deja de ser complejo para una coalición que ve culminar su tercer gobierno consecutivo en su peak más alto de aprobación y popularidad, tener que debatirse en un escenario en el cual muchos de sus protagonistas principales rompen la foto del álbum familiar a la que estaba acostumbrada. Peor aún cuando entre los que deben decidir existe una figura como Zaldívar, cuyo éxito parece estar construido sobre la base de ir contracorriente de aquello que aparece como la racionalidad promedio de la coyuntura política. Y que por lo tanto, potencia el desorden y la pugna de una manera abierta.



El oficialismo ya se puso a trabajar para que no queden fuera de control las variables más importantes de la competición, entre ellas la capacidad de decisión de los partidos. Por ello en el PS y el PPD han empezado a generarse los mecanismos que permitan que los poderes reales se transformen en institucionales y no en poderes fácticos. El PPD lo resolvió "reforzando" la mesa directiva con Flores, Schaulsohn y Girardi. En el PS aún perdura la incertidumbre, pese a que lo más probable es que se haga una elección negociada al interior del Congreso Nacional del Partido, a fines de enero próximo, cónclave que parece un evento clandestino por el sigilo con que se maneja.



El más complicado, sin duda, es el escenario de la Democracia Cristiana. La postura de la mesa que preside Zaldívar es que el tiempo corre a su favor en materia presidencial, por lo cual retardar la nominación del precandidato DC tendría el doble efecto de poner en desventaja creciente a Alvear frente a Bachelet, y hacer impensable la realización de primarias al interior de la Concertación, pues su partido no lo aceptaría. Esta estrategia intenta devolver el poder de decisión a los partidos, donde Zaldívar es actor privilegiado, lo que lo transformaría automáticamente en un candidato real.



En subsidio, existe la posibilidad que la DC se quede con el premio mayor en materia parlamentaria, donde hasta ahora la Falange tiene un panorama muy complicado. La posición de Zaldívar es inmejorable para imponer su propio ritmo al quehacer de la Concertación, incluso en el evento que no logre seguir postergando la decisión acerca del candidato DC y en la Junta Nacional del partido se imponga Soledad Alvear. Dada la trayectoria del Colorín, es necesario ponderar seriamente sus intenciones, entre ellas la no declarada de reposicionar un centro político capaz de captar a parte importante de la derecha. Por supuesto, ya sin Concertación y en un escenario de coaliciones electorales sólo instrumentales.



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