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Derechos, trabajo y empleo


Trabajo no es lo mismo que empleo. Hablar de trabajo es poner atención a las personas antes que al mercado; supone relevar a las personas que trabajan más que a la compra y venta de trabajo a cambio de un precio; significa ponerse en el lugar de las personas que necesitan trabajar para vivir, que deben obedecer a un jefe en su trabajo, que deben callar muchas veces; personas que están llenas de aspiraciones, de temores, de necesidades; que tienen una familia, que se cansan, se enferman, se mueren.



Esta condición humana del trabajo, está formada por elementos que al economista estándar pueden parecerle desmesurados o inabarcables. Cualquier característica humana involucrada en el trabajo pareciera arrastrarnos a consideraciones complejas acerca del significado del trabajo; consideraciones difíciles de precisar y costosas de asumir. Precisamente de esta condición humana del trabajo nos hablan los derechos, los derechos de las personas que trabajan para vivir.



La perspectiva económica habituada a enmarcar las decisiones sobre el trabajo en un esquema monotemático de costos, precios y rendimiento, establece parámetros estrictos para enmarcar los aspectos humanos del trabajo, para que todas las opciones encajen en un cálculo de ganancia y pérdida; cálculos severos que las personas tratan de asumir, intentan adaptarse a ellos, pero en los que se agitan nerviosos, impacientes, resignados, a veces ganando y muchas otras veces perdiendo, habitualmente con la sensación de que algo falta, de que dejamos en nuestros trabajos mucho más que sólo conveniencia y cálculo.



Los derechos precisamente nos muestran el mercado laboral como un conjunto ingente de hombres y mujeres que buscan un trabajo para vivir o son empleados de un patrón al que deben obedecer. Los derechos nos hablan de las necesidades humanas en el trabajo y en la vida social; señalan aquello que el capital no debe hacer para acumular ganancia y también aquello que el capital no puede dejar de hacer, cuando ocupa el esfuerzo y el trabajo de personas humanas. Los derechos en el trabajo son los instrumentos de que disponemos para que efectivamente el crecimiento económico no se logre a costa de la libertad de las personas y para que la riqueza que se produzca se distribuya entre todos los que participan de su creación. No puede derrotarse la pobreza sin derechos en el trabajo.



Los derechos del trabajo tienen pues la vocación de cumplir la promesa de que es posible prosperar en el trabajo, de que es posible vivir de un empleo. Por cierto, no bastan sólo hermosos y bien redactados derechos para ello, pero también es cierto que sin derechos las personas que trabajan no obtienen por la sola fuerza de la vida una inmediata prosperidad, ni siquiera un futuro mejor para sus hijos. La creencia de que una reducción severa de derechos en el trabajo permitiría la creación despejada y eficiente de riqueza y con ello, la realización del máximo bienestar posible para todas las personas, ha sido una y otra vez derrotada por la realidad: sin derechos, el trabajo asalariado se convierte casi siempre en sólo una promesa de servidumbre y sacrificio. Para que efectivamente el trabajo aproveche los frutos de su colaboración con el capital, los derechos son imprescindibles.



A partir de esta diferencia fundamental entre economía y derecho, entre eficiencia y equidad, es posible intentar un diálogo fructífero, una cooperación valiosa. De hecho, la economía y el derecho no han dejado de ir de la mano desde el nacimiento de la economía moderna, en diversas y muy disímiles experiencias, que han ido cambiado al calor de los tiempos y de las convicciones. El actual predominio de cierta perspectiva economicista, sobre virtualmente la totalidad de los asuntos públicos y también sobre el derecho, ciertamente no será la última forma en que se vinculen los aspectos económicos y los jurídicos, respecto de temas tan importantes como son la administración del Estado, el empleo, el comercio, el mercado, la vida de las personas, el desarrollo de los países.



Cada vez que afloren nuevas formas de buscar un entendimiento entre economía y derecho, entre optimización y necesidades humanas, entre mercado y sociedad, entre producción y distribución, entre empleo y trabajo, revivirán otra vez los derechos de las personas que tienen que trabajar para vivir, derechos insoslayables, esenciales, imprescindibles y sin los cuales somos menos personas, menos libres, menos ciudadanos y más pobres.



Diego López. Abogado y Profesor de Derecho.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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