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Lecciones de la falsa alarma de tsunami


Si bien es cierto que presenciamos una psicosis colectiva en la VIII Región, existen razones serias para que los habitantes de esta extensa franja telúrica de tierra y mar, se sientan desprotegidos. Es la hora de sacar del caso Talcahuano lecciones urgentes.



Lo que se vivió en la VIII Región fue una terrible evidencia de lo que puede provocar el pánico. Un caso de histeria colectiva que debiera resultar en un duro laboratorio para evaluar las condiciones de seguridad en que vivimos los chilenos.



Ocurrió de noche, de un domingo para un lunes, cuando ya la gente dormía, los programas de televisión abierta habían concluido y sólo seguía la televisión por cable. Las radios satelitales mantienen normalmente programas envasados, previamente grabados, que dejan funcionando en un computador, simulando una transmisión directa.



De alguna parte surgió la alarma. Supuestamente, pescadores habrían advertido que el mar se retiraba en forma rara. Quizás sabían que un maremoto se causa a raíz de un gran sismo y que, al menos en nuestro territorio no había ocurrido tal. Pero, si hubiese habido un terremoto en el Pacífico, que hubiese sido imperceptible en Chile, y que por estar ya apagados los televisores, no se tuviera noticia de ello, cabe pensar que las personas actuaron con temor y sin información, ni nadie a quien consultar. Creo que dieron la alarma temiendo realmente que una enorme ola pudiera venir del otro lado del océano. Quizás esa incertidumbre, sumada al conocimiento de la horribles consecuencias de los tsunamis en el Asia, los motivó a dar la voz de alarma a como diera lugar.



Las personas fueron alertadas por las sirenas de Bomberos, por megáfonos, por gritos de vecinos, produciéndose una alocada huida hacia zonas altas, por cierto bastante alejadas de la orilla. Más allá de la polémica sobre las responsabilidades implícitas en este hecho, donde hubo que lamentar dos vidas, de ancianas aterrorizadas, es preciso detenerse en la reacción de las autoridades, la pobre coordinación entre organismos, el hecho de que algunos funcionen de lunes a viernes, que los municipios – más allá de evacuar y abrir albergues en las emergencias- carecen de información y acción metódica hacia los barrios.



Recién ahora se están publicando en prensa los lugares riesgosos o áreas inundables en caso de tsunami. No existe señalética, nadie sabe qué hacer, por donde escapar, no se han hecho simulacros, nadie ha medido los tiempos para llegar a los cerros estando, por ejemplo, en el área de los Norte con Libertad en Viña. ¿Para donde evacuar? ¿a pie o en auto? ¿Por donde? ¿A los ancianos, los niños y las mujeres, quién podrá ayudarles? Según lo que vimos, el pánico provocó estampidas, personas que circulaban en autos, tacos que pudieron ser fatales. Algunas recomendaciones pueden encontrarse en el documento del Shoa «Cómo sobrevivir a un maremoto», que se puede descargar de su sitio www.shoa.cl



En algunas comunas, los barrios se han ido rearticulando en función del plan cuadrante de Carabineros; pero, en general, las juntas vecinales, que han distorsionado su papel histórico y se han convertido en parte del soporte clientelista de los alcaldes de turno, muy poco sirven para canalizar acciones de prevención de riesgos en forma masiva, ya que, en general, no existe un liderazgo legítimo en la mayoría de ellas. Sin una organización de base, sin entrenamiento, sin fomentar la ayuda mutua entre vecinos, cualquier medida cupular en materia de emergencias, está condenada al fracaso.



Revisando la situación de Talcahuano y el caos que se vivió en esa ciudad por esa falsa alarma, anotemos algunas observaciones:



Quedó en tela de juicio la eficacia de la organización que el país se ha dado para emergencias. Veamos como debiera circular una alerta temprana. El Shoa, Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de la Armada, recibirá a través de su Sistema Nacional de Alarma de Maremotos de Chile una alerta temprana de tsunami y le correspondería a la Onemi articular como coordinadora a las diferentes instituciones y servicios públicos que deben actuar. Pero no hay canales públicos para recibir esa información, es decir, no hay red social de prevención y esa es la principal debilidad del sistema preventivo.



¿Alguien ha medido la eficacia de esta burocracia? Es indispensable informar sobre siniestros mediante un fono de emergencias que funcione. La Onemi tiene un sitio web que señala que «si el tsunami es de generación lejana, los organismos encargados de Protección Civil proporcionarán oportunamente la información, para que la comunidad evacue hacia zonas altas y seguras. En este último caso, se cuenta con el tiempo suficiente para las alertas respectivas».



¿Pero cómo se podría armar rápidamente una cadena regional o nacional de emisoras para informar a tiempo a la gente? ¿Tienen el Shoa o la Onemi, la capacidad real de enviar un mensaje seguro a los celulares de todas las autoridades, a Bomberos, a Cruz Roja, a Grupos Scout, Defensa Civil, Regimientos, Directores de Escuelas, Jefes de Servicios, en caso de emergencia, sobre todo si se produce de noche y en festivo?



En el sudeste asiático no disponer de 10 millones de dólares para un sistema de alerta de tsunamis en el océano Índico, costó cerca de 170 mil muertos y millones de damnificados. El cataclismo de 1960, con el maremoto del sur significó la desaparición de pueblos completos. En una economía pretenciosamente exitosa está fuera del alcance invertir en seguridad de la población. Lo real es que existen restricciones presupuestarias, derivadas de una falta voluntad política para implantar el sistema de alerta temprana de maremotos en todo el litoral. Sólo Arica e Iquique tienen a sus Municipios comprometidos en esto, pronto entraría Antofagasta, pero el resto de las ciudades de costa, nadie dice nada.



¿Si en vez de prepagar deuda externa el Estado invirtiera lo necesario en un sistema de alerta temprana para todo el país, con planes de contingencia y preparación real para emergencias, no sería esto prioritario e incluso políticamente correcto?



Si vemos a diario cómo los incendios devastan el paisaje, como se han destruido los recursos renovables, sería estratégico y diferenciador revisar lo que en materia de seguridad de la población, compromete la propuesta programática de cada uno de los próximos candidatos. Preguntemos entonces a la clase política si son capaces de actuar, aquí y ahora, para que nuestro país no sufra el día temido, una catástrofe irreparable, por el gravísimo pecado de omisión y de avaricia, como ocurrió en el Índico.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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