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Candidata habemus

En verdad, las visiones prejuiciadas que menosprecian o subvaloran las virtudes y talentos para la cosa pública de las mujeres son realidades que están presentes en todos los sectores, incluidos los que se perciben a sí mismos como progresistas, al igual que en todos los estratos y niveles de las escaleras del poder en nuestra sociedad.





Ahora que ha sido despejada la interrogante de la postulación democratacristiana, corresponde que la Concertación se aboque con prontitud, transparencia y espíritu unitario, a determinar cual de las dos opciones disponibles, Soledad Alvear o Michelle Bachellet, será la abanderada única para los próximos comicios presidenciales.



En cuanto a los resultados del primer apronte interno, el mismo que colocó a las dos candidatas en la grilla de largada y dejó en el camino a un gran número de avezados contendientes varones, hay que destacar, en cuanto al PDC, que se haya optado por la alternativa de más clara vocación unitaria y concertacionista. O lo que es casi lo mismo, pero no alcanza para ser igual, que se haya impuesto la sensatez, la cordura y el realismo político más elemental. Todos los cuales estuvieron por un buen rato bajo riesgo de ser atropellados.



También hay que celebrar que en este ejercicio preliminar haya quedado de manifiesto que de uno y otro lado se han estimado como válidos y dignos de consideración, no solo los méritos personales y las trayectorias de las postulantes, tanto como sus oportunidades objetivas de alcanzar la victoria frente al candidato de la derecha, sino además, que se han tenido debidamente en cuenta, y valorados como relevantes y verdaderos, los guarismos que vienen arrojando consistentemente las mediciones de opinión pública, ampliamente favorables a las opciones que al final acabaron por imponerse.



Quizá un oído más atento, generoso y perceptivo al sentir popular pudo haberle ahorrado al PDC la tremenda e innecesaria tensión a la que vio sometida a causa de esta definición. Éste no ha sido el caso del bloque PS-PPD, en cuyas filas el indiscutido y aplastante favoritismo de la candidatura de Michelle Bachelet, y porque no mencionarlo, la conciencia temprana de su inevitabilidad frente a cualquier otra opción disponible y viable, ha calado honda y profundamente en el eje progresista.



A propósito del escenario de competencia interna que se abre hay quienes postulan, de modo directo o ambiguo, que cualquier mecanismo para dimir la controversia entre las precandidatas podría ser considerado como bueno, válido, legítimo y útil. Y cabe imaginar que en el abanico de posibilidades que se imaginan como posibles debe estar incluido el tristemente célebre «acuerdo entre caballeros», o el «comité de hombres buenos». El uno y el otro, destinado a negociar un compromiso, gestado entre las cuatro paredes de aquella mítica «habitación llena de humo» y a buen recaudo de miradas y oídos indiscretos.



Este mecanismo, hay que recordarlo, supone que todos los ciudadanos que militan en los partidos de la Concertación, o que como independientes adhieren a sus postulados y propósitos, los cuales no tienen ni la más remota posibilidad de participar en ese reducido conclave cardenalicio y representan la inmensa mayoría de los votantes concertacionistas, debiéramos contentarnos con poder apostarnos en las afueras del recinto a esperar pacientemente la aparición de la fumata que anuncie «candidata habemus».



¿Puede alguien concebir un método más opaco, antidemocrático y potencialmente más manipulador de la voluntad popular que semejante engendro de mecanismo?



No se puede dejar de mencionar la curiosidad de que corrientemente ese procedimiento sea designado con palabras que aluden al género masculino (caballeros, hombres buenos, etc.), lo que en este caso preciso constituye una paradoja y un sarcasmo. Pero además, hay otras razones que abonan su rechazo.



Aunque no se lo mencione mas que a hurtadillas, es un hecho que el cuadro que se compone de dos mujeres entre las cuales habrá que optar por una, es algo que no pocos de los dirigentes políticos hubiesen preferido ahorrarse de presenciar. En verdad, las visiones prejuiciadas que menosprecian o subvaloran las virtudes y talentos para la cosa pública de las mujeres son realidades que están presentes en todos los sectores, incluidos los que se perciben a sí mismos como progresistas, al igual que en todos los estratos y niveles de las escaleras del poder en nuestra sociedad.



Por lo mismo, no es aventurado postular que la situación creada al interior de la Concertación, la cual tiene amplias posibilidades de ampliarse a todo el país con la elección de nuestra primera Presidenta de la República, debiera estar creando en más de algún circulo intensos sinsabores y escalofríos.



Es casi seguro que más de alguien debe estar observando la coyuntura que vive la coalición de gobierno con más resignación que encendido entusiasmo. Y tampoco sería extraño que más de alguno que se sintió llamado y con mejores títulos para aspirar a la presidencia, debe estar refunfuñando para sus adentros y acaso pensando, demasiado tarde por cierto, sobre las medidas preventivas que debieron haberse adoptado para evitar que semejante cuadro llegara a materializarse.



No en vano, más allá de las proclamadas buena intenciones, de los fallidos sistemas de «discriminación positiva» y otros mecanismos que se han discurrido para tratar de garantizar la presencia femenina n la cima de los liderazgos políticos, el caso concreto es que ninguno de los partidos de la Concertación, ni tampoco de la derecha, hasta donde se conoce, han considerado nunca seriamente la posibilidad de elegir a una mujer para ejercer el máximo liderazgo partidario.



Hasta ahora, lo que tenemos en las cúpulas partidarias son vicepresidencias de la mujer, departamentos femeninos u otro tipo de representaciones de índole más bien corporativa. Como si las mujeres representaran un mundo completamente aparte, especial y escindido del ámbito ciudadano común.



Que se estén derrumbando ante nuestros ojos todas esas premoniciones que hasta no mucho tiempo nos advertían que Chile no está preparado para elegir una presidenta no es poca cosa en un país que se reconoce a sí mismo como machista, y que por lo mismo, mantiene en amplias esferas conceptos y conductas de índole conservadora y tradicional enemigas acérrimas de la igualdad de género. Por lo mismo, la perspectiva de elegir a una Presidenta deberá representar un auténtico salto cultural para nuestro país, el que debiera traer aparejados significativos efectos benéficos y progresistas en todos los campos del quehacer nacional.



Las candidatas han anunciado que llevaran adelante el proceso de selección de la abanderada única con amistad cívica y espíritu constructivo y unitario. No cabe esperar otra cosa, si efectivamente queremos que la Concertación llegue unida y fortificada al final del camino. También han dicho que confrontarán sus ideas y expondrán sus proyectos para Chile con respecto, animo constructivo, altura de miras y voluntad unitaria. No cabe esperar otra cosa.



Pero si las precandidatas han de seguir recorriendo el país, empapándose de los problemas y aspiraciones de los chilenos y chilenas y tratando de ganar nuestro entusiasmo, nuestra voluntad y apoyo, queremos suponer que ello no se hace solamente para tratar de ganar algunos puntos en las encuestas e influir con ello en la decisión de los cardenales, sino para acumular adhesiones con vistas a un proceso de primarias abiertas, competitivas, limpias, fraternales y transparentes, para que el pueblo concertacionista, que es nuestro soberano, decida cual alternativa mejor le representa.



De lo contrario, bastaría que dirigieran sus miradas hacia la habitación llena de humo, para vergüenza y frustración de la democracia que entre todos hemos ayudado a construir.





Carlos Parker Almonacid. Cientista político.










  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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