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El débil pensamiento intelectual chileno

Una de las primeras cosas que llama la atención del mundo intelectual chileno actual es el amplio ejercicio de labores para la economía privada. No en vano, mucho de los pensadores de nuestro país tiene el título de ‘consultores’.


En el mundo de hoy, una de las funciones centrales de los intelectuales consiste en ofrecer interpretaciones de la realidad que ayudan a que el conjunto de la sociedad reflexione tanto sobre sus dinámicas como sobre sus metas.



La mirada de los intelectuales contribuye a que los debates del país no se enfoquen sólo en función de los intereses de las elites, sino que también en relación a los intereses de la comunidad. Esto implica que grandes acontecimientos -como discusiones valóricas, transformaciones en los medios de comunicación de masas o tratados de libre comercio-, pueden ser bien resueltos cuando el mundo intelectual ofrece interpretaciones diversas y originales al respecto.



Se supone que los intelectuales cuentan con herramientas que les permiten observar los fenómenos e interpretarlos con cierta neutralidad. Gracias a esta relativa imparcialidad, estos pensadores se ganan un espacio en la esfera de la opinión pública y ayudan así a la generación de una reflexión crítica sobre el acontecer social.



De tal manera, el pensamiento intelectual se potencia mediante el debate libre entre diversos autores, los cuales representan líneas de reflexión divergentes. Es así como se van generando escuelas de pensamiento que observan e interpretan los problemas que afectan a la sociedad.



Sin embargo, esta función que idealmente deben cumplir los intelectuales es desempeñada de forma muy débil en el caso chileno. Dos razones ayudan a comprender esta particularidad de nuestro país: una excesiva producción para el mercado y una alta interrelación con el mundo de la política.



Una de las primeras cosas que llama la atención del mundo intelectual chileno actual es el amplio ejercicio de labores para la economía privada. No en vano, mucho de los pensadores de nuestro país tiene el título de ‘consultores’. Esta nominación hace referencia a profesionales que trabajan en empresas de investigación de mercado o de imagen corporativa, lo cual está lejos de la figura de un sujeto dedicado a la investigación y generación de un pensamiento crítico.



Por otra parte, la intelectualidad se ve cada vez más exigida a tomar en consideración los intereses de los públicos, pues de lo contrario difícilmente se puede subsistir. Por ello es que, por ejemplo, el mundo del arte se dirija cada vez más a audiencias masivas que ofrecen a cambio la oportunidad de obtener grandes ingresos económicos. El éxito de las obras de estos intelectuales se mide así no en función del aporte hecho para la discusión pública, sino que en relación a las ventas logradas.



Esta excesiva preponderancia del mercado se debe no sólo a la ausencia de una política estatal de fomento del mundo intelectual, sino que también al establecimiento de una educación superior privada que le resulta poco rentable -por no decir inconveniente- la generación de un pensamiento crítico. Tampoco hay que olvidar la incapacidad del propio mundo intelectual para desarrollar estrategias de financiamiento que aumenten su autonomía, como por ejemplo la asociación con instituciones internacionales o la reestructuración de sus instituciones de trabajo.



En segundo lugar, un fenómeno histórico de la intelectualidad latinoamericana y chilena ha sido la excesiva interrelación con el mundo de la política. Parte de esto se debe a que la clase política ha sido siempre uno de los grandes mecenas de los intelectuales, cuestión que termina por cercenar la autonomía de estos últimos. Pero también sucede que parte importante del mundo intelectual de nuestro país valora más la influencia directa sobre quienes toman decisiones que una influencia indirecta a través del espacio público.



No en vano, gran parte de los intelectuales chilenos tiene una tendencia a concebirse a si mismos como actores políticos, antes que como pensadores autónomos que les interesa ampliar el debate público. Que intelectuales vecinos como Fernando Henrique Cardoso o Mario Vargas Llosa les interese llegar al poder político es un fenómeno que ahora también se replica en nuestro país: quien sea uno de los intelectuales chilenos que más impacto de ventas y debate ha tenido en el último tiempo, aspira en el día de hoy a ser Presidente de la República.



Esta doble debilidad de la intelectualidad chilena -excesiva producción para el mercado y alta interrelación con la política- no hace más que debilitar aún más el pobre espacio de opinión pública del país. Consecuencia de ello, el pensamiento tecnocrático gana preponderancia sobre el pensamiento crítico. Los grandes problemas de la nación se analizan según criterios técnicos, los cuales difícilmente son comprendidos por la ciudadanía y, por tanto, aumenta la sensación de falta de transparencia.



La diversidad de opiniones y el pensamiento crítico ayudan a que el conjunto de la ciudadanía amplíe sus puntos de vistas, expandiéndose así el debate público y los argumentos que sustentan la posterior toma de decisiones. Para que los líderes puedan resolver problemas de forma legítima no basta con la utilización tecnocrática de encuestas y de mediciones de ‘rating’. Se requiere de una comunidad que está reflexionado sobre el acontecer nacional y que tiene opiniones fundadas sobre lo que se aspira. Y en esto fundamental la labor del mundo intelectual.



En teoría, un gobierno dirigido sólo en función de criterios técnicos puede funcionar de forma sostenible. Sin embargo, en una sociedad democrática se requiere que el mundo intelectual genere un pensamiento crítico y aporte así en la construcción de un genuino espacio público.





Cristóbal Rovira Kaltwasser, Sociólogo de la Universidad de Chile. Estudiante de Doctorado de la Humboldt Universität Berlin
(cristobal.rovira.kaltwasser@student.hu-berlin.de)



  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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