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Fuentes, manantiales y pantanos


Los propagandistas de Al Qaida, esa mezcla entre Pitecantropus Religiosus y expertos en Internet, todavía tienen que estar partiéndose de risa. Haber conseguido que los grandes medios de información del mundo distribuyeran la foto de un «marine estadounidense secuestrado en Irak» cuando en realidad era la foto del muñeco «Cody», un juguete «madelman» de Dragon Models USA Inc, que habían «colgado» en una página web islamista, es una verdadera patada en la entrepierna del periodismo internacional que todavía está encogido de dolor y sin aliento.



Algunos medios reprodujeron la fotografía advirtiendo de que era «un supuesto» marine estadounidense, lo cual es aceptable, y unos pocos ni siquiera la subieron a sus sistemas porque el patrón les aseguró que «hemos contado a nuestros chicos y no nos falta ninguno», pero muchos se tragaron el anzuelo.



Si no fuera porque el suceso se produjo en un entorno de guerra y fanatismos sería para que todos soltáramos una sonora carcajada. Al menos, una sonrisa se nos ha escapado a muchos -a muy pocos en Washington-, pero esa sonrisa se nos convierte en mueca a poco que recapacitemos sobre qué está pasando en los medios de comunicación.



Hasta hace poco tiempo los «mayoristas» de la información, las grandes agencias de prensa como AP, AFP, Reuters, EFE, DPA, mantenían un cierto monopolio de las noticias internacionales basado en el tamaño de sus organizaciones y especialmente en su alta credibilidad. El cuidado con que esos medios trabajan sus fuentes y verifican la información daba una absoluta confianza a sus abonados. Si transmitían desde Alejandría que un crucero había sido secuestrado es porque uno de sus corresponsales estaba en esa ciudad de la costa egipcia, lo había visto y oído y lo contaba. Los diarios y revistas de todo el mundo reproducían luego la información dando el crédito debido a estas agencias para que el lector pudiera tener la certeza de que era una fuente fiable y de que no le estaban dando gato por liebre.



Poco después, muchos abonados de gran prestigio empezaron a creer que no tener un corresponsal en El Cairo y citar a las grandes agencias era un defecto de imagen y se extendió la costumbre de no citar la fuente. Efectivamente, muchos lectores de esos medios pudieron creer que estaban leyendo noticias generadas por esos mismos diarios, lo cual era falso, y algunos pocos, que sabían que el periódico no tenía corresponsales en el extranjero, echaban de menos saber si la información estaba redactada por la estadounidense AP, por la española EFE o por la cubana Prensa Latina, lo cual es muy distinto. Y es muy distinto incluso sin necesidad de acudir a Marshall Mc Luhan y su célebre frase de que el «medio es el mensaje».



Otros medios, en su nuevo afán de no identificar sus fuentes, comenzaron a dar el crédito a «agencias» sin mencionar cuales, y sin darse cuenta de que era una falta aún mayor con sus lectores, pues estos no sabían qué frase de la noticia estaba escrita por la Agencia Vaticana y cual por la china Xing Hua.



Pero en esto llegó Internet y el molesto prurito se convirtió en una alergia generalizada que tiene al periodismo rascándose como can tiñoso. La «red» aparece plagada de supuestas informaciones redactadas por no se sabe quien desde no se sabe dónde y emitidas no se sabe por qué.



Muchos medios de comunicación, la mayoría dirigidos por gerentes más preocupados de los costos que por periodistas pendientes de la credibilidad, vieron en «la red» el remedio a todos sus males. Si no tenemos dinero para contratar a AP, France Press o EFE, no importa, la información, los textos y las fotografías están en Internet y los conseguimos gratis. No solo ya no citamos a las agencias, o decimos que son todas juntas, lo cual es ocultar al lector o radioyente un elemento de valoración muy importante, sino que publicamos eso que está hoy en «www.cualquiercuento.com» y que parece verdad aunque no sepamos quien diablos lo ha escrito o compuesto y quien está detrás.



De hecho, los medios más serios que ocultan el crédito de la información a sus lectores, creyendo que es una falta menor, contribuyen a que el mundo de la comunicación se vaya convirtiendo en un océano lleno de piratas y corsarios empeñados en atracar la respetabilidad del lector. Si el diario X no cita al autor de una noticia, la página www.pirateo.com la reproducirá como le venga en gana, y otras veinte harán lo mismo con lo que ella ha hecho, y al final el lector no sabrá si la información sobre la salud del Papa procede de la Agencia Vaticana de Noticias, desde Roma, o la ha escrito un primo de Ali Agca mientras fumaba hachís en Rumania.



Si el consumidor de una botella de agua mineral en un país desarrollado tiene derecho a que una etiqueta le informe de las características de lo que compra, el consumidor de toda información tiene derecho a que le digan bien claro quien es el autor. De ello depende la credibilidad de cualquier medio de comunicación, que debe tener bien claras sus fuentes y no darnos a beber agua pantanosa o turbia.



Alonso de Contreras es periodista.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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