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Elecciones en la Organización Mundial de Comercio


Hay en marcha un concurso de belleza para ocupar el cargo de Director General de la OMC. Como corresponde, ganará quien tenga las mejores medidas. Lo complicado es que, dado el desajuste institucional, normativo y político tanto de la propia OMC como del comercio mundial, nadie sabe ni qué medir ni cómo establecer el estándar para hacerlo. Entonces valdrán las conexiones y vínculos detrás de bambalinas y pocas esperanzas quedan para una decisión que supere la actual crisis de la OMC y efectivamente contribuya al aumento del bienestar en el mundo.



Cuatro son los candidatos en carrera: El francés Pascal Lamy, apoyado por la Unión Europea; Jaya Krishna Cuttaree de Mauritius; Carlos Pérez del Castillo del Uruguay y Luiz Felipe de Seixas CorrÄ™a de Brasil. Todos son viejos aparatchiks del aparato burocrático internacional, por muy joviales que aparezcan, indicando en sus biografías, incluso, sus preferencias deportivas.



Lamy fue comisario de comercio de la Unión Europea y agresivo defensor de los intereses económicos de la UE, no sólo frente a EE.UU., sino también frente a los países menos ricos. Cuttaree, el menos «experto», participó en Cancún en la conformación del Grupo de los 90. Este grupo pretendió «pararle el carro» a las pretensiones de los países del Norte en cuanto a conseguir una mayor liberalización de los servicios sin hacer, a cambio, concesiones en los subsidios a la producción y las exportaciones agrícolas. A pesar de su larga trayectoria política en su país, y conforme al tamaño de la isla donde proviene, la influencia de Cuttaree no parece ir muy lejos.



El uruguayo Pérez ha pasado su vida trabajando en organismos internacionales, especialmente la UNCTAD y el SELA. En Cancún trató de mediar entre el Norte y el Sur, proponiendo una «salida» poco favorable para los países del Sur. El brasileño CorrÄ™a tiene una carrera al servicio del aparato exterior brasileño, especialmente durante el período de dictadura, pero también bajo los gobiernos democráticos. En Ginebra se ha presentado como abanderado de Lula.



Por muy diferentes que sean las procedencias geográficas, las políticas de los candidatos no lo son. Sus planteamientos al Consejo General son reveladoramente similares. Todos profesan su adhesión al actual sistema mundial de comercio, del cual se sienten orgullosos y dispuestos a defender, en caso que el Consejo tenga a bien elegirlos. Todos están convencidos que este sistema puede hacerse trabajar en beneficio de todos sus participantes, independientemente del grado de desarrollo económico. Consecuentemente, hay una firme convicción en la solidez y funcionalidad del sistema de negociación de la OMC y de su mecanismo de resolución de disputas. Sólo de parte de Cutaree hubo atisbos de dudas al respecto.



Ninguno ha dejado de percibir la amenaza de fragmentación del comercio mundial. Por ello aparece como prioritario armonizar los innumerables tratados bilaterales y regionales de libre comercio. Estos han proliferado por doquier, en abierta contradicción con el sistema multilateral. Sin embargo, los cuatro candidatos callan respecto a las recetas que habrán de promover para realizar esta magnífica tarea. Por último, no hay ninguno que no vea la necesidad de estrechar los vínculos con las numerosas otras organizaciones internacionales que influyen sobre el comercio mundial, como FMI, Banco Mundial, UNCTAD, etc. Pero también aquí callan sobre los procedimientos para superar las numerosas contradicciones normativas y operativas entre los tratados internacionales que sustentan estas instituciones y la forma cómo la instancia de apelación de la OMC los habrían de aplicadar en caso de conflictos. Sobre la relación entre comercio internacional y derechos humanos no hubo una sola alusión.



A nadie debe sorprender esta coincidencia. La línea de argumentación ya estaba dada de antemano por el informe de la comisión de notables sobre «El futuro de la OMC», encabezada por el ex Director General y actual Presidente de BP y Goldman Sachs International, Peter Southerland. Ninguno de los candidatos se ha atrevido a contradecir sus conclusiones y propuestas. No han mencionado, tampoco, las vaguedades, imprecisiones y hasta banalidades de ese informe.



Así, por ejemplo, ninguno se ha referido a los flujos de capital transnacional, cuyos efectos sobre el empleo y la división internacional del trabajo son mayores que la de los flujos comerciales. Estos capitales están blindando sus intereses con tratados y convenios que hacen caso omiso al principio del multilateralismo comercial, a pesar de recurrir, ellos mismos, a las cláusulas de la nación más favorecida. Con ello, no sólo el sistema multilateral, sino todo el sistema de salvaguardias contemplado en la OMC.



Después del fracaso de las negociaciones sobre un tratado multilateral de protección de las inversiones, que en la década pasada se llevaron a cabo en la OCDE, los capitales transnacionales han buscado y encontrado protección de sus intereses en un sinnúmero de acuerdos bilaterales. Estos están dejando obsoleta a la OMC. Sólo promoviendo alternativas viables de regulación transnacional de estos flujos, que conecten con un desarrollo económico mundial sostenible, la OMC podría viabilizar una salida a su propia crisis. Sólo así la OMC podría evitar lo que Joost Pauwelyn ha denominado la marginalización de la OMC como foro apropiado para la resolución de los conflictos comerciales bajo consideración de aspectos también sociales y ambientales. Y de desarrollo equitativo, habría que agregar.



Lamentablemente, a pesar de las supuestamente «claras ideas» que todos tienen, los candidatos para ocupar el puesto de Director General durante los próximos cuatro años parecieran no tener ánimo o agallas para hacerlo.





Alexander Schubert. Economista y politólogo, consultor internacional.




  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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