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El Haití que no muestran los grandes medios


Los asesinatos de la policía del régimen del presidente Boniface Alexandre y su primer ministro Gérard Latortue ensombrecen la triste vida de los haitianos que reclaman por su libertad, ante la indiferencia del mundo.



La muerte de dos manifestantes que conmemoraban pacíficamente el primer aniversario de la salida de Arístide, el 28 de febrero, es apenas un botón de muestra. «La gran amenaza terrorista de Haití es el hambre, el desempleo… y la policía», graficó un diplomático de Puerto Príncipe que pidió reservar su identidad.



Los habitantes de Bel-Air (aire hermoso, en lengua creolé), uno de los tugurios más pobres de la capital haitiana, prepararon una marcha no violenta para evocar al depuesto Jean-Bertrand Arístide, conducida por el sacerdote Gerard Jean-Juste y otros curas de la parroquia St. Clare. La manifestación, que comenzó con rezos en la Iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, en el centro de Bel Air, caminó cantando por las calles de la antigua barriada, absolutamente pobre.



Según el relato de Bill Quigley, uno de los participantes y amigo de Jean-Juste, «miles de personas caminaron y bailaron cantando «Bring Back Titi» (Traigan a Arístide) en creolé, francés e inglés». Quigley es un profesor de la escuela de Derecho de la Universidad Loyola de Nueva Orleáns, que se encuentra en Puerto Príncipe como voluntario del Instituto por la Justicia y la Democracia en Haití, una organización estadounidense.



El sacerdote Jean-Juste, una de las principales voces por la democracia en Haití, desde que fue liberado hace pocas semanas después de pasar 48 días en la cárcel sin cargos, fue entrevistado decenas de veces por medios locales e internacionales durante la caminata con la muchedumbre. «La manifestación parecía un pacífico desfile de carnaval hasta que noté que el corresponsal de Reuters usaba un chaleco a prueba de balas», explicó Quigley. Y añadió que los cascos azules de la Minustah -la Misión de Naciones Unidas para la Estabilización de Haití, que está a cargo de Gabriel Valdés- se encontraban en los alrededores cuando la movilización se desplazaba por la calle Des Cesar, cubierta de gente de lado a lado, con paraguas y carteles que llamaban por la vuelta de la democracia y de Aristide. La gente de la vecindad ensambló con la marcha o aplaudió y bailó con los manifestantes.



«Repentinamente, en la esquina de la calle Monsiegneur Guillot and Des Cesar hubo un ruidoso estampido, muy cerca de la gente, provocando un griterío de la gente», relató el académico. Luego, hubo otras detonaciones, mientras los manifestantes huían. Quigley se ocultó debajo de una escalera. Vio policías en uniformes negros, con cascos, máscaras anti-gas y armas largas que disparaban sobre la muchedumbre. «Amontonaron a la gente a mí alrededor, bajo las escaleras y el griterío, mientras los del grupo de St. Clare nos amontonamos en una esquina a esperar que cesaran los estallidos».



Tendido sobre la calle había un hombre inconsciente. «Jean-Juste se arrodilló sobre él y rogó», relató Quigley. «Calle abajo otros auxiliaban a la gente herida en sus partes posteriores. La muchedumbre gritó que la policía se fuera y nos cobijamos en un hogar pequeño de un callejón. Los niños gritaban, los adultos gritaban, cada uno tenía miedo. Esperamos, sucios y mojados en sudor, hasta que la presencia cada vez mayor de la ONU hizo seguro irse».



La manifestación de Bel Air dejó dos cadáveres que los manifestantes envolvieron en banderas haitianas. Y también decenas de heridos. «Dos hombres me mostraron dónde los hirió la policía», dijo el estadounidense. «Luego condujimos lentamente a la vecindad ahora abandonada. La misma gente que minutos antes se mostraba feliz ahora estaba sombría, con muchas personas gimiendo».



De regreso en su parroquia, Jean-Juste dijo: «Los partidarios de Aristide éramos tan numerosos que resulta difícil tener una valoración apropiada de la muchedumbre. El mensaje fue claro. Se ha contado nuestro voto. Todavía debe ser contado. No hay otra manera para que Haití salga adelante, si no es con la vuelta del orden constitucional, la liberación de todos los presos políticos y la vuelta física de presidente Aristide».



Quigley concluyó su relato con esta frase: «La marcha por la democracia en Haití fue parada por la policía que disparó sobre la muchedumbre desarmada, pero la gente con que hablé me dijo que sus marchas por la vuelta de la democracia en Haití continuarán». El relato completo, con fotos, puede leerse (en inglés) en www.haitiaction.net.



Después de un año de ocupación extranjera, Haití no está mejor que antes. El desempleo pasa del 80%, casi el 90% de la población vive en la informalidad económica, los jóvenes van a estudiar de noche a los tres o cuatro edificios públicos de Puerto Príncipe que tienen luz; en el país no hay alumbrado público ni luz eléctrica.



El hambre es el problema número uno, seguido de la inseguridad de toda índole (ciudadana, social, política). Las principales figuras políticas del gobierno depuesto, el ex primer ministro Yvon Neptune y el ex ministro del Interior, Jocelerme Privert, llevan un año presos sin que se les formulen cargos y el sábado 19 fueron el blanco de un asalto de paramilitares y narcotraficantes, que de paso liberó a 500 de los 1.250 reos de la Penitenciaría Nacional (los dos políticos se ocultaron y pidieron la protección de la Minustah… para volver a la prisión). Ambos están en huelga de hambre desde hace diez días.



La OEA reclamó en septiembre por la situación de los derechos humanos, después que una comisión de cinco miembros visitó el país. Las elecciones no tienen fecha, pero si Estados Unidos y Francia las hicieran hoy, bajo el paraguas de la Minustah, las ganaría de nuevo Arístide.





Ernesto Carmona es periodista y dirigente del Colegio de Periodistas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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