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Apostillas a la eficiencia judicial y a la banalización de la muerte


A sólo meses del inicio del nuevo sistema de enjuiciamiento criminal en la Región Metropolitana, su implementación en el resto del territorio nacional ha permitido conocer múltiples experiencias, así como los defectos y virtudes del referido procedimiento. De hecho hace algunas semanas, un programa de televisión, inspirado en la pasión con que diversos personajes viven sus profesiones y oficios, mostró el desempeño de una Fiscal: mujer joven, atractiva, inteligente y sumamente extrovertida; con cierto aire de sofisticación, en relación a los cánones de «normalidad» que pautean la vida de provincia. Era posible apreciar su inmejorable disposición para el riesgo, la aventura y el trabajo en terreno. En este caso, su participación en redadas nocturnas en contra de microtraficantes de droga, con policías derribando puertas, vestidos con los respectivos cortavientos que lucen en su espalda la identificación institucional de que se trate, gorro ad-hoc, todo un dispositivo destinado a hacer ágil la persecución del delito, dicho en clave foucaultiana.



Luego de las imágenes, corresponde el trabajo «más reflexivo», la oficina, los papeles y el relato marcado por lo deontológico, y la reflexión en torno a la filosofía inspiradora de las acciones nocturnas, los riesgos, los peligros y amenazas que genera un trabajo de esa naturaleza. He aquí que comienzan algunos problemas, conforme a lo que un lego en lo jurídico puede apreciar sin entrar en las profundidades legales y jurisprudenciales. Se relata un caso de parricidio, un recién nacido asesinado por su madre e inhumado en el patio de la casa que ésta habita, siendo encontrado más tarde ya esqueletizado; luego, la audiencia de control de la detención y la Fiscal de marras enfrentada con el Defensor Penal de la madre. Frente a la blanca, delgada y etérea belleza de la Fiscal, el rostro indígena de un Defensor bastante escaso de palabras y que se reduce casi a la inexistencia ante la verborrea clara, feroz y concluyente de la parte acusadora.



La guinda de la torta, o el colofón propio del aplastamiento del débil por el poderoso fue la solicitud de una docimasia pulmonar -a pedido de la defensa- para determinar si el infante había nacido vivo o no, lo cual cambiaría el tipo de delito y con ello la sanción. Pero, escuchando la petición del defensor, si ya se ha dicho que del menor sólo fueron encontrados los restos óseos ¿cómo se pretende realizar un docimasia pulmonar? La respuesta la da en pocos segundos la hábil Fiscal provocando -sin querer- la ridiculización del Defensor. Está claro que ese juicio está resuelto ya, a favor de una de las partes, pero queda la duda si toda esa construcción mediática corresponde sólo a una muestra de un procedimiento cualquiera o es parte de las construcciones deliberadas, tendenciosas e ideologizadas para mostrar sólo aquello que se quiere mostrar en beneficio de una causa, que es, casualmente, la vinculada a la represión, aunque en este caso se trate de la persecución del delito y de la persona del delincuente.



Luego, la Fiscal locuaz y segura como lo es, se extiende sobre las situaciones que le toca vivir a diario al constituirse en los llamados sitios del suceso, aquellos espacios en que se ha cometido un delito, siendo los más fuertes, claro está, aquellos que corresponden a la comisión de delitos de sangre, en que es posible encontrar desde una muerte provocada por un certero disparo dirigido al corazón de la víctima, sin que se aprecie otro indicio que el pequeño hilo de sangre emanado del orificio provocado por la bala, hasta otros en que en cambio se puede encontrar un cuerpo descuartizado o uno con cinco hachazos en la cabeza, como lo señala la misma beldad justiciera. En sus palabras, se denota cierta frivolidad farandulera ante la muerte ajena, decir «cinco hachazos en la cabeza» como quien dice bofetadas mientras fuma y a ratos mira lejos, en lontananza, como dándole profundidad de campo al retrato recién hecho, precisamente, para no parecer frívola. Too much.



Estamos ante escenarios que nos muestran a jóvenes, hermosos, exitosos, inteligentes, pero sumamente vulgares en su tratamiento con los fenómenos más trascendentes: la muerte, por ejemplo, acaso el más importante. El único sobre el cual todos tenemos certeza de que habrá de producirse, más no de quienes habrán de nacer, para usar una frase de un teórico del tema como Louis-Vincent Thomas. ¿No sería bueno, entonces, dejarnos de ser tan permeables a los modelitos importados -como en este caso con un evidente tufillo anglosajón- y no hacer de la eficiencia justiciera una fría estadística o menudeo de datos acerca de formas y modos de morir o ser muerto, o los instrumentos de mayor incidencia estadística en la comisión de hechos de sangre?. Memento mori (recuerda que vas a morir), idea insoslayable en cada uno, como para tenerla permanentemente presente y mostrar un poco más de respeto o, al menos, templanza ante la desgracia de los demás.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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