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El fútbol: la metáfora de Chile

A riesgo de parecer poco serio —sé que en ciertos ámbitos el fútbol no merece gastar ni el aire que se necesita para nombrar la palabra—, debo confesar que el «proceso» de Juvenal Olmos, y la situación del fútbol nacional en general, me parecen un fiel reflejo de lo validada y generalizada que está la «modernización» de corte tecnocrática en Chile.



Al considerar el trámite del reciente partido de nuestra selección nacional de fútbol con la uruguaya, el empate a un gol se vislumbra como un punto ganado. Sobre todo en el primer tiempo la cuenta se pudo alargar fácilmente a un cuatro a cero. Afortunadamente, ante nuestros gruesos fallos defensivos los uruguayos mostraron una bendita impericia goleadora. Sin embargo, una vez más los que tenemos la desventura de ser chilenos y gustar del fútbol, vimos cómo era sobrepasado el planteamiento táctico de nuestro técnico tanto en el armado defensivo como en el ofensivo. Es decir, el modelo de juego del técnico no resistía la realidad que se estaba dando en el juego.



A riesgo de parecer poco serio —sé que en ciertos ámbitos el fútbol no merece gastar ni el aire que se necesita para nombrar la palabra—, debo confesar que el «proceso» de Juvenal Olmos, y la situación del fútbol nacional en general, me parecen un fiel reflejo de lo validada y generalizada que está la «modernización» de corte tecnocrática en Chile. Y no me refiero sólo a los aspectos económicos de la búsqueda de lucro. Sino a la forma misma de «ver» el fútbol.



En ese sentido, creo que el técnico Olmos es manifiestamente un modelo de tecnócrata, salvo que en el ámbito futbolístico. Para empezar, su gusto por un perfil de «futbolista» lo deja en evidencia: quiere atletas profesionales. A pesar de que la presión del medio y los magros resultados lo han llevado a darle más protagonismo a «jugadores» hábiles, lo ha hecho a contrapelo.



Para él este «juego» llamado fútbol no tiene nada que ver con mezclar lo lúdico (goce del jugador) con lo estético (goce del espectador) para lograr un resultado (eficiencia y goce general). Sino que a partir de su concepción de un fútbol «moderno» o de corte europeo (rápido, físico, directo, sin 10) se debería llegar por lógica a un resultado favorable. Casi como un axioma. Ese espejismo de los supuestos se hace patente en que para él el «futbolista» debe rendir en cualquier puesto: debe poder «reconvertirse» porque es sólo un medio, un funcionario encargado de realizar en la cancha sus presupuestos. Ä„Por algo casi no hace prácticas de fútbol!



Por mucho que a Ud. le parezca increíble que en una actividad grupal no se practique en conjunto, el técnico como tiene previsto su plan, rara vez hace que sus dirigidos jueguen entre sí en los entrenamientos. Sería obvio que sólo deben asumir su rol en el modelo. Si Ud. ha visto jugar a nuestra selección, se habrá percatado que en más de una ocasión los jugadores no se entienden con sus compañeros y que el modelo o sistema táctico no ha sido realizado en la cancha como era de suponerse. Pero, desde la visión tecnocrática de Olmos, no es culpa de su sistema. Sino de los individuos incapaces de llevar a cabo los correctos supuestos que estableció. De ahí su falta de autocrítica y su desconexión con lo que los demás vemos en los encuentros.



Si Ud. lo piensa, esa actitud es típica del tecnócrata actual. Para empezar creo que no hay para qué exponer lo foráneo del modelo neoliberal implantado, por más que se lo celebre como universal. Además, su búsqueda de la eficiencia —léase maximización de la riqueza de los productores de riqueza—deja de lado cualquier otra consideración moral. De modo que ha llegado a ser válido que el fin justifique los medios. Como decía Keynes, se acepta que «lo justo es malo y lo malo es justo; porque lo malo es útil y lo justo no lo es».



Luego, los tecnócratas autoconvencidos de la legitimidad, objetividad y hasta benignidad de sus modelos frutos de convenciones, los pretenden materializar sin considerar lo empírico.



Arturo Fontaine cuenta que el padre del neoliberalismo chileno, Sergio de Castro, decía a sus alumnos (no sé si consciente de estar repitiendo a Kant) que cuando la realidad no coincidía con la teoría… Ä„la realidad estaba errada!. Si el modelo resulta tan correcto en el aula, donde se asume un mundo de competencia perfecta, el problema es con la sociedad que no establece o responde a esa condición. Es como hacer física asumiendo un mundo sin roce, para usarla en el mundo real que sí tiene roce.



De hecho, es establecer como un a priori la predeterminación en una humanidad con libre albedrío. En ese afán las personas sólo son piezas intercambiables del gran engranaje prefijado, recursos humanos que se reemplazan o se deben «reconvertir» a fin de hacer funcionar el modelo. El cual al establecerse como un fin en sí, obliga a que las personas estén en función de él. Se comprende entonces la falta de autocrítica de los tecnócratas: el medio, las personas, la política, etc., es lo que impide el logro de sus planes y convenciones. Sus juicios evaden el punto central porque no lo ven.



Lo particular es que en Chile tanto en el fútbol como en lo socioeconómico, las personas están fascinadas aunque no se logren los resultados prometidos. Como el pueblo que, desde afuera del palacio y desde su pobreza, se admiraba y enorgullecía del esplendor de la corte.



Así, en fútbol seguimos jugando las «eliminatorias» mientras otros juegan las «clasificatorias» (la semántica nunca fue tan acertada). Ya fuimos últimos en las pasadas y ya es costumbre que los clubes chilenos no pasen de la primera fase de la Copa Libertadores (Ä„y en cada grupo pasan 3 de 4!). Y aún así la fe sigue llenado el estadio cuando juega la selección, hay gran cantidad de abonados al canal del fútbol, se sigue idolatrando a los futbolistas y se siguen esperando logros que la realidad de nuestro fútbol está lejos de darnos.



Por su parte, en lo socioeconómico, quienes sufren los bajos sueldos, la inexistencia de servicios sociales o la mala calidad de los que aún quedan, balan su orgullo por nuestra «economía». No por nuestro país como nación o por nuestra cultura. Sino por una economía en la cual participan sólo como factores productivos de bajísimo precio y donde, precisamente, esos bajos salarios les impiden participar mayormente de esa economía como consumidores (salvo a través de la espada de Damócles del sobreendeudamiento). Están orgullosos de un sistema que no les da más regalías que las luces de las vitrinas.



Esa ironía tal vez explique el por qué hoy ser futbolista es un anhelo tan preciado. Si es imposible para muchos acceder a una buena educación primaria y secundaria, y además tener el dinero para llegar a una buena universidad, lo que queda es soñar con saltar de la cancha de tierra de la pobla al estrellato futbolístico. De ese modo, podrán hacer realidad su ansia de autos caros, de ropa de marca, de viajes en avión, de aparecer en los medios y, por supuesto, de rubias teñidas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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