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Hugo Trivelli, la reforma agraria y el deber de un socialcristiano


Hugo Trivelli ha muerto. Un gran chileno se fue retirando silenciosamente de este mundo. Casi imperceptiblemente su luz se apagó este Jueves Santo. Pocos jóvenes sabrán, en estos apresurados tiempos que vivimos, quién fue y qué hizo de su vida. Todo lo humano ha de morir. Pero, ¿todo ha de ser olvidado? En el caso de Don Hugo, definitivamente no. Pues Hugo Trivelli fue un hombre que participó haciendo historia. Como ministro de Agricultura de Don Eduardo Frei Montalva se atrevió, acompañado de un grupo de jóvenes idealistas y técnicamente capaces encabezados por Jacques Chonchol y Rafael Moreno, de hacer la Reforma Agraria.



Con humildad, honradez y sin aspavientos enfrentó el peso de la noche. Don Manuel Rengifo, como Ministro de Hacienda de Chile, en su informe ministerial de 1834, señalaba que : «Entre los obstáculos que detienen el desarrollo de nuestra industria, podemos enumerar la acumulación de muchos terrenos en pocas manos. Una grande heredad no llega a cultivarse toda, ni puede cultivarse bien […] Las haciendas de campo demasiado extensas no rinden el producto que, subdivididas, deben dar, y […] la nación pierde cuantiosas rentas por efecto de esta desproporcionada distribución de la tierra».



Pero la sacralización de la propiedad privada y el rechazo liberal al uso de mecanismos estatales en materia económica dejaron atadas de manos a la sociedad chilena y a la justicia social. Así nuestra agricultura y ruralidad se mantuvo durante siglo y medio amarrada a un régimen económico y social semifeudal heredado de la Colonia. Pues en 1810 la encomienda española fue reemplazada por la hacienda chilena.



Luis Durand la describía a comienzos del siglo XX como un régimen en que «el inquilino, el sirviente o el trabajador libre, que vaga de hacienda en hacienda, ajeno por supuesto a todo vínculo y obligación familiar, viene al pequeño pueblo a buscar alguna mercadería que no encontró en la pulpería de la hacienda. Por lo demás, allí está eternamente ‘enditado’ y ya su cosecha en verde está comprometida con el patrón o algún mayordomo favorito que puede hacer su negocio a espaldas del amo». Se trabajaba de sol a sol, sin derechos civiles ni sociales. En la hacienda la democracia era además burlada por el cohecho y el cacicazgo. Luis Durand simbolizaba la psicología de ese Chile en un «patrón sentado sobre la montura de su hermoso caballo de silla, que vigila sus tierras, y la del sirviente, pronto a agachar la cabeza para obedecer».



En 1964, ciento veinte años después del Informe Ministerial de don Manuel Rengifo, Chile vivía en un mundo divido en dos. Por una parte, un puñado de poderosos latifundistas gozaban de enormes propiedades y por la otra, millares de minifundistas y cientos de miles de inquilinos, peones, llaveros y afuerinos para quienes la propiedad privada era una quimera para ellos e instrumento de opresión de los otros.



Era tal la injusticia que el propio Jorge Alessandri Rodríguez señalaba que había que «dar acceso a la propiedad de la tierra a quienes la trabajan». Para ello promulgó una Ley de Reforma Agraria en 1962, «la reforma de macetero», que no afrontó la magnitud del desafío. El historiador Cristián Gazmuri recuerda que al presentarse en 1965 el proyecto de ley de reforma agraria «10.300 grandes empresarios detentaban el 65% de la tierra arable de Chile y el 78% de la regada» y que el minifundio, el que, según dicho informe, constituía el 74,6% del total de propiedades rurales y normalmente las tierras de peor calidad, sólo comprendía un 5,2% de la superficie agrícola». La injusticia social iba, como casi siempre, acompañada de una baja productividad pues la producción agropecuaria de Chile había subido 2,29% por año entre 1950 y 1963, en tanto la población lo había hecho en un 2,71%.



Hugo Trivelli, formado en la Doctrina Social de la Iglesia Católica, asumió el desafío como político, técnico y socialcristiano. En efecto, en marzo del año 1962 el episcopado hizo pública una «pastoral colectiva» titulada La Iglesia y el problema del campesinado chileno. Moseñor Manuel Larraín y el cardenal Raúl Silva Henríquez, en junio de ese mismo año, subdividieron, entre 228 familias campesinas, la propiedad de cinco fundos que era dueña la Iglesia Católica. Por cierto Hugo Trivelli se enfrentó a quienes sostuvieron que la propiedad privada era «uno de los derechos emanados del orden instituido por Dios y que ninguna autoridad humana puede violar». Así lo sostuvieron al Partido Conservador, el presidente del Partido Liberal, la Sociedad Nacional de Minería, la Cámara Central de Comercio y la Confederación de la Producción y del Comercio.



La política agraria pasaba por dotar a los campesinos de dignidad y derechos. Por ello se fomentó la sindicalización campesina que apenas aglutinaba a 1658 personas en 1964. Para ello se dictó una ley que permitió la sindicalización de 100 000 campesinos a 1970. Se reformó la Constitución Política del Estado para hacer efectiva la función social del derecho de propiedad. En 1967 se promulgó la ley de Reforma Agraria. Gracias a ella se expropiaron 1 264 predios con un total de 3 400 000 hectáreas.



Por cierto, el conflicto se desató. Entre 1967 y 1969 se produjeron 1 821 huelgas en el mundo rural. El 30 de abril de 1970, Hernán Mery, encargado regional de Cora, fue herido de muerte al enfrentarse a quienes defendían ferozmente una propiedad en Longaví. Un senador del Partido Conservador acusó a sus promotores de locos e ilusos y un senador del Partido Radical habló de simple despojo. Incluso el partido de Don Hugo se dividió porque algunos sostuvieron que la reforma era muy lenta. Ä„Qué de cavilaciones, quebrantos y dolores habrá vivido en aquellos años!



¿Resultados? Sofía Correa, Consuelo Figueroa, Alfredo Jocelyn – Holt, Claudio Rolle y Manuel Vicuña han señalado que «desde un punto de vista productivo, la reforma agraria presentó resultados relativamente positivos. Pese a la sequía que azotó al país en 1968, los cultivos agrícolas crecieron entre los años 1965 y 1970 a una tasa promedio de 5% anual, sobrepasando con creces el 2,3% obtenido como promedio en el período inmediatamente anterior; en tanto que la producción ganadera tuvo un incremento anual del 5,5%, contrastando con el casi 2% de la administración pasada. A pesar del repunte en la productividad, sin embargo, la agricultura continuó siendo incapaz de abastecer la demanda interna se mantuvo la importación de alimentos y el agro siguió generando un desequilibrio en la balanza de pagos, pese al aumento del 40% en las exportaciones del rubro».



Hugo Trivelli siempre defendió la Reforma Agraria que, por cierto, consideraba con errores en su concepción e implementación como toda obra humana. Ella generó polarizaciones políticas y sociales. Los campesinos que llegaron a ser propietarios y agricultores eficientes fueron muchos menos de los esperados. Pero sin ella la modernización económica, social y cultural del agro chileno no hubiese sido lo que fue.



Como señala Gazmuri, «ésta obligó a mejorar la producción y productividad agrícolas, a explotar terrenos abandonados cambiar el cultivo extensivo tradicional por el cultivo intensivo de predios más pequeños. (…)Después de los cambios ocurridos a partir del golpe militar de septiembre de 1973, la división en la tenencia de la tierra atrajo hacia la actividad agrícola a personas del ámbito urbano, los que adquirieron tierras y las administrarían eficientemente con técnicas empresariales modernas». La pujante agricultura de hoy jamás hubiese sido posible con los latifundios y mentalidades del ayer, esas que la Reforma Agraria superó.



Pero dejemos las disquisiciones económicas de lado. Hugo Trivelli nos diría que lo principal de la reforma realizada fue la dignificación del campesinado chileno. El inquilino y el peón de ayer se convirtieron en ciudadanos, como la república democrática se los venía prometiendo desde 1823. Más aún, ayudó a realizar plenariamente esa revolución en la cual él creía y que surgió en Galilea. Aquella que proclamó que cada ser humano es hijo de Dios y hermano de su prójimo. En silencio, este fin de semana santo, Hugo Trivelli se retiró de este mundo. Su memoria merece el recuerdo agradecido de muchos entre los que, orgulloso, me cuento.



Sergio Micco Aguayo, Director Ejecutivo del CED.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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