Publicidad

Una necesidad y una aventura


Queridas amigas, queridos amigos: (*)



Nuestro diario El Mostrador nació hace cinco años, justamente con los primeros impulsos del siglo XXI. Para sus fundadores aparecía como una necesidad y al mismo tiempo como una aventura respondiendo a un nuevo momento revolucionario de las comunicaciones. Al inaugurar esta empresa sentíamos que estábamos mordiendo la apetitosa manzana de la ultimísima modernidad. Incluso me atrevo a pensar que esta publicación salió a la luz con algunas de las características que Italo Calvino, en sus célebres conferencias de Harvard, postulaba para el nuevo milenio: levedad, rapidez, exactitud, consistencia.



Iniciar un diario electrónico en aquel verano del año 2000 no sólo suponía un desafío técnico y financiero. Es cierto que hubo que bregar lo suyo en estos dos campos. Pero el reto más hondo y decisivo para la nueva publicación residía en sus contenidos y en sus formatos. Las preguntas que circulaban en nuestras conversaciones eran: ¿qué nuevo tipo de lector estaba surgiendo en el recién estrenado ciberespacio? ¿qué atributos propios posee la pantalla del computador que no tiene el papel impreso? ¿qué nuevo vínculo se establece entre un medio electrónico y su consumidor habitual?



Desde el principio comprendimos que el nuevo diario no era la mera reproducción del tradicional periodismo en papel. El lector masturbatorio de la pantalla (valga la expresión irónica de Umberto Eco) es un personaje mucho más abierto, lúdico y conjetural que el lector clásico de papeles. El diario digital constituye para él una presencia on-line que nunca cesa, una referencia que como usuario puede activar en cualquier momento.



Este tipo humano que ya se está consolidando en ciertos niveles y roles de la sociedad, vive en un perpetuo presente. Demanda textos más breves, más fibrosos, que apelen más directamente a la interacción y a la complicidad.



Pero la apuesta del nuevo diario en las circunstancias de grandes expectativas políticas, sociales y culturales en que nació (recuérdense aquellas horribles escenificaciones kitsch de inauguración mundial del milenio), no sólo obligaron a una reflexión sobre las consecuencias de su carácter virtual, sino también a un posicionamiento respecto a los distintos poderes.



El Mostrador surgió ciertamente como un diario democrático, pluralista, autónomo. Sin duda que el valor máximo que se le puede atribuir, mirándolo desde ahora, es su voluntad de independencia, de no ser instrumentado por ninguna causa, por ningún grupo, por ninguna campaña. Responde a la vieja matriz del periodismo clásico que distingue las opiniones de las noticias, la línea editorial de la tozudez de los hechos.



Esta actitud sin duda ha molestado sobre todo a los que se consideran más cercanos e incluso amigos. Y naturalmente ha tenido sus costos. No están ahora ciertas autoridades y ciertos personajes del dinero para aceptar el escrutinio informativo que les pueda poner en cuestión. A un empresario no le puede sentar bien que se investigue sobre el incumplimiento de las leyes laborales. A una autoridad política no le agradará ciertamente que se indague en situaciones de abuso o de corrupción propios o de sus funcionarios.



Pero nosotros somos eso: un mostrador, un grupo de ciudadanos que, según la concepción de un periodismo más peatonal, se dedica a ver, a mirar y a contar por la libre. Colocamos a las personas públicas en vitrina. Las cuestionamos y analizamos desde nuestra información. Es nuestro deber profesional. Pero esto lo hemos intentado hacer con la elegancia de quien promueve la crítica, pero no la descalificación.



Nuestra ética periodística quiere ser también estética. Hemos informado, opinado, criticado, pero desde un periodismo que se quiere someter a las reglas del fair play.



Tenemos nuestras pequeñas vanidades profesionales: cuando en este mundo globalizado nos llegan reacciones desde Helsinki, Madrás o Putaendo es gratificante saber que muchos chilenos del exterior o extranjeros que se preocupan por Chile conectan con nosotros y que gozamos ante ellos de un buen crédito. Hemos dado diversos golpes noticiosos que han repercutido inmediatamente en todo el mundo. Hemos publicado. Pero sobre todo hemos logrado silenciosamente ampliar el registro de temas y de voces en esta plaza de la república que es el Chile a que aspiramos.



Quiero terminar evocando la figura entrañable del desaparecido Alejandro Montesinos. Con su acidez, con su humor, con su valentía, con su amplísima cultura política representaba lo mejor de nuestro proyecto. Gracias a él y a tantos periodistas y columnistas, El Mostrador sigue mostrando un Chile laico, pluralista y libertario. Un Chile en que merece la pena vivir y convivir gozosamente a través de nuestras diferencias y nuestras solidaridades. Colaborar con este modelo de sociedad es nuestro mayor orgullo.
Gracias.



(*) El texto corresponde a las palabras pronunciadas por Rafael Otano con ocasión del acto por el quinto aniversario de El Mostrador.cl, el 30 de marzo recién pasado.



Rafael Otano es periodista, escritor y ensayista.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias