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Elecciones 2005: en el umbral de la democracia plena


Los ciudadanos tenemos la posibilidad de restablecer la democracia plena en las elecciones de 2005, siempre que nuestros partidos y congresales, las instituciones más desprestigiadas del país, estén, finalmente, a la altura de las circunstancias. Volver a ganar la presidencia no es suficiente.



Tenemos que superar las trabas institucionales que dejó la dictadura para evitar el desate que ocurrió en España después de Franco. Debemos liberar a la soberanía nacional (que es la que reside en el pueblo y se ejerce por intermedio de sus órganos constitucionales representativos) del binominalismo y el Consejo de Seguridad Nacional que la anulan. Para hacerlo, necesitamos las mayorías necesarias en el Congreso, que hasta ahora la Concertación no logra.



Con todo, ahora soplan las brisas frescas de la democracia. La candidata con más opción, Bachelet -triplica en la primarias a Alvear y en la elección a Lavín- es impuesta por la ciudadanía, no por las cúpulas de los partidos que la apoyan Esa es su ventaja sobre Alvear, quien logró ser candidata DC tras una lucha entre los caciques de su partido y ha sido una destacada figura pública durante todos los gobiernos de la transición. Tiene además un generalísimo (jefe de generales) y gerentes (directores de negocios) Ä„vaya motes!, a los que se suman expertos en mercadotecnia comercial.



Bachelet, en cambio, tuvo un baja presencia mediática como ministra de Lagos. Recorre el país, dialoga, no hace discursos, no tiene un aparato (generalísimo, gerentes, caciques partidistas, expertos en mercadotecnia). En resumen, construye un proyecto desde abajo, no al revés. Y no se interesa por debates, creadores de imágenes o medios de comunicación. Su presencia es siempre una fiesta. Su asesor más cercano es quitado de bulla. Un nuevo estilo de hacer política, lo que Zapatero llama «talante», una dinámica para ampliar los derechos de la ciudadanía sobre la base del diálogo y la negociación para construir consensos con todos los demócratas, regiones y actores sociales, incluso los más pobres, lo que se adapta bien a su personalidad.



A ello se suma la extraordinaria popularidad del presidente Lagos a ocho meses de las elecciones generales. Sin embargo, Bachelet no es su hija política, como lo interpretó la DC cuando el presidente insinuó que votaría por ella, lo que por lo demás es obvio. Lagos dijo también con exactitud que el próximo gobierno no será la continuación del actual; lo que no significa que piense que la oposición ganará.



El estilo político de Bachelet es el polo opuesto al de Lagos, Frei y Aylwin, y Alvear es más representativa de la vieja guardia tecnocrática de la Concertación. La diferencia es que Ricardo Lagos es el último «pater familias» de la transición, incluso antes de que ésta termine. Y lo es porque perdimos el miedo, después de 17 años de terror y varios más con ruidos de sable.



Despertamos de la pesadilla cuando Pinochet fue detenido en Londres, gracias a una orden de extradición del juez español Garzón en un proceso que inició Joan Garcés. Cierto que no fue juzgado debido a su «locura o demencia», como dice nuestra legislación, pero una persona en ese estado no inspira temor. Garzón y los demás paladines de la justicia, como Di Pietro en Italia y Spitzer en Nueva York, tuvieron discípulos en Chile. Y nuestra maquinaria judicial comenzó finalmente a funcionar.



Bachelet también es el resultado del profundo impacto emocional que generó la resurrección de las memorias de la figura de Salvador Allende, de la dictadura y de la persona misma de Pinochet, a partir de las conmemoraciones del trigésimo aniversario del golpe de estado (esta relación, entre otras, me las hizo notar el historiador Martín Poblete, un DC afiliado a la Universidad de Columbia).



Desde esa fecha, el país estuvo sometido a una sucesión de fuertes golpes a su memoria colectiva y espíritu en cuanto nación. Esas lesiones estimularon la búsqueda por expresar ansiedades y angustias contenidas por largo tiempo, pero de un modo que evite recaer en la tragedia de la dictadura. Y a ello contribuyeron el informe de la Comisión Valech sobre la tortura, la investigación del Senado norteamericano sobre las cuentas de Pinochet, el acuerdo del Banco Riggs con la Fundación Salvador Allende de Madrid para indemnizar a las víctimas, etc. Y el neopinochetismo entró en coma.



En un giro reciente, además, nos llevó a mirar por quien exprese políticamente esa posición. Bachelet es hija de un general constitucionalista, torturado y muerto en cautiverio, y tanto ella como su madre sobrevivientes de la represión. Después de la tragedia de la dictadura, comprendió que un gobierno presidencial que quiere construir una sociedad más justa en una democracia de masas requiere de mayorías parlamentarias, que ni Frei ni Allende construyeron en las décadas de 1960 y 1970. Por tanto, es una mujer símbolo de dos tiempos, sufrimiento y redención, reforzada por su simpatía personal y que, en contraste con Alvear, no dice ser «mujer de Estado», es un anticlímax.



La primarias entre Bachelet y Alvear no pueden ser entre «paralelos convergentes» (una frase de Aldo Moro) para tener un éxito final verdadero. Son conceptos antónimos que podrían debilitar la campaña que más importa, lograr las mayorías necesarias en el Congreso.



Los debates, discusiones de opiniones contrapuestas, deberían ser más bien diálogos, en que cada una manifieste alternativamente sus ideas en busca de avenencia, y los diálogos, transformarse en cabildos abiertos. Y sería conveniente complementarlos con giras conjuntas. Las candidatas deberían tener especial cuidado también en no atacarse por la prensa o, para distinguirse, referirse a posiciones supuestamente «valóricas», recordemos las guerras tribales y religiosas, y menos en un país en que la Iglesia está separada del Estado desde 1925.



Decir que la propuesta de Alvear para eliminar la tajada de la ventas de Codelco que financian la compra de armas de las FF.AA. es como la venta del sofá de don Otto, como dijo Bachelet, no tiene sentido. Nuestras FF.AA., al igual que en toda democracia, es un servicio público más, su comandante en jefe debería ser el Presidente y su presupuesto un capítulo del de la República y de un monto que se determine cada año.



El caso Schiavo, por otra parte, en que la posición de la derecha religiosa es especialmente repelente (según el Financial Times), nada tiene que ver con la eutanasia como parece pensar Alvear. Para la ciencia y, con mayorías conservadoras, los tribunales norteamericanos, hace 14 años que dejó este mundo. Los ultras lo utilizan como un caso emblemático de «defensa de la vida». Me quedo con los primeros, ya que los segundos hasta desconocen que según el Evangelio (según San Lucas) Jesús (un nombre propio) dijo en la cruz «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» y así se transformó en Cristo (el Mesías).



El gobierno tampoco debería interferir en la campaña electoral con grandes reorganizaciones en la administración pública, tales como transformar al MOP en una sociedad controladora de la infraestructura, «profesionalizar» un servicio exterior en que los funcionarios de carrera son hijos del pinochetismo o reestructurar las fuerzas armadas mientras sean otro Estado dentro de Chile; temas que le corresponde decidir a la nueva presidenta. Su rol en sus últimos meses es asegurar que las «instituciones funcionen» y reforzar programas sociales como «Chile Emprendedor».



Los partidos, fundaciones y personalidades que apoyan a Bachelet deberían mantenerse en un segundo plano, como asesores. Mientras no cambien las encuestas no necesita reestructurar su campaña con generalísimos, gerentes, Correas ni Tironis, puede ser contraproducente, sino apoyarse en las autoridades locales. Su espontaneidad e ingenuidad son sus virtudes.

Los partidos que apoyan a Bachelet tienen desde ya una gran tarea, la de conquistar las mayorías necesarias en el Congreso para enterrar definitivamente la herencia dictatorial; labor que curiosamente inició la DC. Tenemos que raspar la olla para lograr los dos tercios en un número suficiente de distritos y circunscripciones. Deberíamos ser generosos y renunciar a ambiciones legítimas, y no solamente en favor del PC, también de sus socios, de caciques independientes y de la derecha que abjure de la dictadura, siempre que se comprometan a aprobar un acordado sistema electoral, recordemos que una reforma de ese tipo en 1957 nos abrió a todos la democracia, y a transformar en asesor del Ejecutivo al Consejo de Seguridad Nacional.



Así, tal vez, vuelvan a ser partidos de masas y recuperen el respeto ciudadano gracias a su sacrificio y la popularidad de Michelle Bachelet y Ricardo Lagos. Si lo logran, Chile, después de tantos años, volverá a ser una democracia plena, pero ahora más sólida y duradera.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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