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La Iglesia y el cambio social en el mundo


El sábado el Papa llegó donde el Padre, cumpliendo su misión hasta sus últimas fuerzas.



Karol Jozef Wojtyla fue ordenado sacerdote el primero de noviembre de 1946 y nombrado Obispo de Cracovia en 1958. Promovido a Arzobispo en 1964, fue nombrado Cardenal en 1967. En 1978 es nombrado Papa y adopta el nombre de Juan Pablo II.



Como polaco, el Papa llevaba el registro de las guerras e invasiones que asolaron su patria. A la distancia, puedo recordar que en 1971, cuando él ya había sido ordenado Cardenal, existía en Polonia una gran religiosidad. En una situación muy similar a la vivida por Chile y América Latina, frente a las dictaduras militares de los setenta, en Polonia, Karol Wojtyla fue un líder de la juventud contestataria al imperio soviético. Abrió caminos a esa juventud de trabajadores y estudiantes que había visto su patria repartida entre Hitler y Stalin, viendo en 1968 cómo se invadía Checoslovaquia, para aplastar a las fuerzas nacionalistas. Esos jóvenes que pronto remecerían los pilares del poder imperial soviético, eran profundamente católicos y Karol Wojtyla su mentor espiritual.



Recuerdo que en paralelo, a fines de los sesenta, en Chile se generaba en las juventudes universitarias católicas un movimiento de cambio, que respondía a los cambios que el Papa Bueno, Juan XXIII había impulsado en el Concilio Vaticano II. Ese movimiento proponía una acción católica comprometida con el hombre, una acción de liberación que partía en este mundo. Era el movimiento transversal de Cristianos por el Socialismo, que entendían que ser fieles a Jesucristo era comprometerse con la justicia social.

Es increíble la similitud de objetivos y principios que tenía ese movimiento latinoamericano que hizo las reformas sociales que fueran ulteriormente cruelmente aplastadas por la represión, con la lucha que, en el otro hemisferio, daban los jóvenes contra el totalitarismo soviético.



Siendo un joven funcionario del gobierno de Salvador Allende y miembro de esa Iglesia Joven, tuve la oportunidad de asistir en 1971 a un congreso en Praga y de allí pude pasar a Polonia, donde conocí de cerca el esfuerzo de las fuerzas democráticas, en especial jóvenes como nosotros, que, al alero de una Iglesia Católica resuelta por la libertad, resistía a la opresión del antiguo invasor soviético.



Compartí con ellos un día de trabajo voluntario y me explicaron de sus luchas en contra del imperio soviético, sistema totalitario y represor, que les imponía la censura a la poesía y a la música. Esos jóvenes polacos que me regalaron un jarrón verde con las insignias de los voluntarios católicos, eran personas que reconstruían con brigadas juveniles el Palacio Real de Varsovia, destruido por los nazis, entendiéndolo como un símbolo patrio, un icono histórico contra los invasores. El Cardenal Karol Wojtyla era su líder, un sacerdote que había resistido al nazismo y al estalinismo, profundamente patriota y entregado a la fe, en cuerpo y alma.



Cuando mejor pude entender la dolorosa historia de Polonia fue cuando estuve en los campos de exterminio de Auschwitz-Birkenau, testimonios de la barbarie y el mal, en un período que tocó al Papa en su historia personal, fortaleciendo su espíritu para siempre. Era octubre de 1971, cuando en Chile vivíamos la ilusión de construir un camino democrático para un mundo más justo.

En 1978 el Papa Juan Pablo II inició un camino de globalización de la Iglesia, involucrándose con su voz en diferentes conflictos. Siempre he entendido que lo hacía con los registros de su historia de lucha, desde la perspectiva de un pastor que vio sufrir a su pueblo. Por ello, priorizando la lucha por la libertad de Europa oriental, al llegar al Papado, fortaleció en su lucha libertaria a Lech Walessa, fundador del Sindicato Disidente Polaco «Solidaridad», Premio Nóbel de la Paz y ex Presidente de Polonia.



Reconocido como chileno y como cristiano del significado político y espiritual de su visita, 18 años atrás, siento aún en el corazón el vibrato de su voz, las lecciones de sus mensajes de amor, agradeciendo que los niños de ayer, jóvenes de hoy, nuestros hijos y nietos, vayan reforzando ese camino pastoral.



Sin embargo, debo reiterar que, lamentablemente, durante su pontificado se desmontó un poderoso movimiento crítico, de cristianos progresistas que fueron perseguidos o fueron el baluarte de otros perseguidos, en una acción doctrinaria que le hizo muy bien a la Iglesia, porque la colocaba en la sociedad con propuestas de acción, con mensajes por la justicia social que alcanzaban tanto a gobiernos, a empresarios como a trabajadores, planteando líneas éticas para gobernar para el bien de las mayorías y no para el beneficio de unos pocos. Las banderas del cambio no tenían porqué ser exclusivas de los marxistas y era un deber de la cristiandad establecer un reino de amor y equidad, que comenzaba en este mundo. Es real que el legado de epístolas y cartas pastorales sobre el tema social existe, pero no cabe duda que en la Iglesia hay poderosos sectores que lo han relegado a un tercer plano, omitiendo intencionadamente manifestar una crítica fuerte y categórica al capitalismo salvaje que nos aflige con su propia dictadura. Es la tarea pendiente si la Iglesia quiere recuperar terreno frente a otras religiones.



Alguien señalaba que la Iglesia abandonó el impulso histórico que dio a los partidos de raíz cristiana, pretendiendo ir directamente a una relación pastoral con los pueblos. Se destaca que en esto el Papa desplegó todo su carisma y capacidad comunicacional. Creo que si eso es cierto, obedeció o fue consecuencia de muchos síntomas de corrupción que corroyeron a muchas de esas organizaciones políticas, partiendo por el Partido Demócrata Cristiano de Italia, que tuvo que cambiar de nombre por los escándalos y su relación con la mafia.



Es de esperar que la Iglesia, después de estos 26 años de pontificado moderno, así continúe siendo una entidad piramidal y verticalista, pueda abrir ventanas para la gran asamblea de la cristiandad, para recuperar su esencia en la sociedad, un camino de redención que pasa por el acto cotidiano de tratar de emular lo que Cristo haría si estuviese de nuevo en la tierra. Si se aplica ese parámetro moral para evaluar el presente, creo que concluiremos que se ha construido un sistema que llena de dolor a Jesús, que nos dijo que lo que hagamos al más débil, al más humilde de nuestros hermanos, a Él se lo haremos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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