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Editorial: La OEA y el mensajero de la maleta


Como un acto de transparencia política y un revés diplomático de los Estados Unidos debe ser interpretado el persistente empate a 17 votos entre José Miguel Insulza y Luis Ernesto Derbez en la votación para elegir secretario general de la OEA, cuya resolución quedó postergada para el 2 de mayo próximo. Dada la complejidad de los temas de la agenda hemisférica para los próximos años, este hecho -inédito en la historia del organismo- se alza como un cambio sustantivo y divisorio respecto de las prácticas diplomáticas acostumbradas en su seno, y debe ser considerado como un nuevo antecedente a la hora de futuras decisiones colectivas.



Desde el punto de vista de la tradición, la elección -que aún no termina- ha visto tambalear el mito del gran elector asignado históricamente a Estados Unidos, según el cual, merced a su potencia económica y política y al hecho de ser el mayor contribuyente del organismo, controlaba un puñado de pequeños Estados, cuyos votos serían vasallos para la diplomacia norteamericana. Los hechos acaecidos cambian o desmienten el mito. La consecuente actitud de los países pequeños que apoyaron la candidatura del ministro del Interior chileno, expresa una convicción a toda prueba acerca de lo que se intuye requiere la OEA, sea como foro regional o como expresión institucional de todos sus países. Esto la potencia como un organismo internacional multilateral de amplia democracia y la ayuda a desactivar el viejo mote de ser el ministerio de Colonias de los EE.UU.



Es evidente que la agenda futura de la organización requiere de una acción renovada que efectivamente le permita construir plataformas colectivas y decisiones institucionales de amplio consenso. A los cuatro temas centrales -el control y desactivación del conflicto colombiano; la cooperación regional frente al narcotráfico y el crimen organizado; la atención de los temas migratorios, y la construcción de una seguridad regional basada en la cooperación y diseños colectivos, con inclusión de Cuba- se agrega una creciente demanda democrática y de bienestar económico en una gran cantidad de países, cuya insatisfacción podría desestabilizar o ha desestabilizado sus gobiernos.



La gestión de estos temas desde el paradigma del multilateralismo y la seguridad cooperativa, no del conflicto y el uso indiscriminado de la fuerza, implica que el organismo debe reforzar sus sistemas de consulta y desarrollar una intensa acción para contribuir positivamente a la estabilización de las democracias y al desarrollo de un ambiente internacional de paz y seguridad en toda la región.



Es posible que el escepticismo que despierta la OEA en amplios sectores de la región, unido a la rudeza de la política exterior norteamericana actual, lleve a muchos a considerar que los esfuerzos desplegados por nuestro país constituyen una pérdida de tiempo, que desgasta el capital político de uno de sus mejores hombres de gobierno. Peor aún si, como creen, la descuidada ingenuidad y simpleza de la política exterior seguida por Chile en la región en los últimos años, terminará rompiéndose los dientes ante la voluntad y potencia económica de Estados Unidos, socio principal de sus intereses internacionales en materia económica.



Esas consideraciones son, a nuestro juicio erradas, pues llevan implícita una concepción cínica y negativa acerca los esfuerzos que deben desplegarse para construir un multilateralismo efectivo, que favorezca la representación pacífica de todos los intereses, y no sólo aquellos económicos. Desconoce, además, que los desarrollos democráticos experimentados durante los últimos años en toda la región, pese a los evidentes rezagos que aún subsisten, han desterrado la práctica de mensajeros con maleta para obtener el voto de un país, particularmente de aquellos bajo dominio de un autócrata o un dictador. Y si bien las presiones de los más poderosos subsisten de manera inevitable, tienen hoy día por lo menos la forma de procedimientos diplomáticos entre Estados soberanos.



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