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El campanazo de Wolfensohn


El saliente presidente del Banco Mundial, J. Wolfensohn, se despide con un gran campanazo. En el reciente informe sobre las Finanzas del Desarrollo Global (Global Development Finance) se especula nada menos que con la posibilidad de una crisis económica global. Sin embargo, las advertencias de Wolfensohn y su equipo no van a preocupar a nadie. Por mucho que apunten a amenazas muy concretas y actuales, demasiado afectado está el prestigio de una institución, que en los años pasados ha descubierto las contradicciones estructurales de la economía mundial sólo cuando los hechos reales hablaban por sí mismos.



A primera vista, el tono crítico del informe parece apartarlo de los anteriores. A éstos ha subyacido regularmente la idea de que no había razón para suponer que la expansión económica mundial pudiera verse afectada por una crisis de características globales. En éste, sin embargo, se sostiene que en 2005 la economía mundial habría entrado en un punto de inflexión, perdiendo dinamismo.



La causa radicaría en una excesiva acumulación de reservas monetarias por parte de algunos países de economía emergente. Los graves equilibrios financieros globales perentoriamente deberían ser eliminados «ordenadamente». De lo contrario, se presagia, habría una subida mundial de las tasas de interés, y un aumento de los riesgos de graves pérdidas cambiarias en países claves del desarrollo mundial actual. Los flujos financieros requeridos para mantener el crecimiento económico global se verían entonces obstaculizados.



Sin embargo, estos pronósticos críticos van acompañados por una ambigüedad y contradicción analítica que deja de lado todo el tradicional esfuerzo de disfrazar la superficialidad de los informes del Banco Mundial.



En éste, la institución no se ha esforzado ya ni siquiera, de proponer, al menos, un programa mínimo de coordinación macroeconómica global para encarar los desequilibrios aludidos. Muy por el contrario, se afirma que aunque esta coordinación sería deseable, cada país podría «beneficiarse» si asume unilateralmente la tarea de corregir sus propios desequilibrios. Y ello a pesar de que el informe comienza constatando que «el desarrollo económico mundial de los años pasados aporta una continuada evidencia de la creciente interdependencias entre los países desarrollados y los en desarrollo».



Detrás de este silencio propositivo hay una burda intención de responsabilizar a algunos países «en desarrollo», especialmente a China, la India y otros del Asia (debería agregarse a varios países exportadores de petróleo como dos o tres de América Latina) de acumular reservas monetarias demasiado altas, conjurando la amenaza de una aguda y abrupta devaluación del dólar. Esta estaría amenazando con obligar a los EE.UU. a subir sus tasas de interés. Ello no sólo repercutiría en fuertes pérdidas en aquellos países con reservas altas de dólares, sino en un aumento generalizado de las tasas de interés a lo largo y ancho del mundo. Como efecto se producirían no sólo serias dificultades en el «manejo» de la deuda externa de muchos países, sino en general, del financiamiento del desarrollo global.



Esta visión, coincidente con una fuerte fracción del Senado de los EE.UU, que por resolución propia quiere obligar la revaluación del renminbi (y ojalá de todas las demás monedas del mundo), no sólo pone los hechos de cabeza. Ella contribuye, además, a desviar la atención del verdadero problema: el descarado aprovechamiento que hace EE.UU. de su capacidad para inundar al mundo con sus letras del tesoro, como forma principal de acumulación de riqueza virtual global.



Como lo han demostrado recientemente los estudios de Godley/Izurieta/Zezza del Levy Economics Institute de EE.UU. y de Roubini/Setzer (New York/Oxford), la amenaza al funcionamiento del sistema monetario y financiero internacional proviene fundamentalmente del doble déficit fiscal y en cuenta corriente de las EE.UU. Pero como ha insistido Roubini en su reciente blog del Wall Street Journal, estos déficit no son independientes el uno del otro. Es la total incapacidad de crear ahorros de la economía norteamericana el factor que los une. Y detrás de ello se esconde una fabulosa redistribución y concentración de ingresos en un sector social absolutamente minoritario de ese país, que deja a la mayoría sin posibilidad alguna de ahorrar.



A diferencia de los estudios mencionados, el Banco Mundial no se ha atrevido ni siquiera mencionar el problema correctamente, para qué hablar de analizar en profundidad las cifras en cuestión. No debe extrañar entonces que las recetas para encarar los evidentes peligros sean absolutamente vagas. Pues aunque China y otros países asiáticos revalúen sus monedas surge la pregunta de cómo inducir un ahorro en los Estados Unidos capaz de abastecerlos del capital requerido para una acumulación sostenida, sin inundar al mundo con sus letras del tesoro, o imponer a éste una recesión generalizada para salvarse a sí mismo.



Por eso, el campanazo de Wolfensohn no sonará ni fuera ni dentro del propio Banco Mundial. Con su nuevo Presidente éste promete pasar mucho más directamente a expresar lo que en el fondo siempre ha sido: un vocero de intereses unilaterales de los Estados Unidos. Al menos, entonces se podrá esperar que estos no quedarán articulados tan sibilinamente como bajo la nefasta administración de James D. Wolfensohn.



Alexander Schubert. Economista y politólogo chileno radicado en Alemania.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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