Publicidad

La trinchera evitable


Desde hace muchos lustros Chile es un territorio en el que viven dos países separados por una trinchera que entendemos como inevitable. Y quienes bordeamos el medio siglo, sin ser los únicos, hemos crecido, vivido y desarrollado nuestras capacidades en uno u otro bando, a cada lado de la trinchera sin lograr poder romper la eterna maldición que pareciera pesar sobre nuestro suelo.



Nacimos en un país dividido socialmente, que separaba a los letrados de los analfabetos, a los notables de los rotos, a los citadinos de los campesinos y a los ricos de los pobres. Luego nos llegó la juventud en un país dividido políticamente y se situaron a cada lado de la trinchera momios, upelientos, reaccionarios, rojos, momio-cristianos, extremistas y amarillos.



Pasando a la edad adulta y después de la instauración de la dictadura, la misma trinchera separó a patriotas de humanoides, a chilenos de exiliados, a buenos y malos, a victimarios y víctimas. Ya más grandes y acercándonos a la mitad de la vida, entonces, cuando creímos que la trinchera podía desaparecer, la turbamulta nos fue ubicando en demócratas y nostálgicos, firmes y renovados, exitosos y fracasados, globalizados y separatistas, desarrollistas y ecológicos, modernos y anticuados, etc.



Esta aflicción, que nos ha penado desde los inicios de nuestra República, podría estar desapareciendo en los últimos años. Los logros de la economía, los TLC, la posición del país durante su participación en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, los modestos pero alentadores triunfos deportivos, el Informe Valech, el embrión de políticas sociales y de redistribución del ingreso, son hechos que nos han situado dentro del podium de las naciones emergentes y respetadas. De esta manera, la identificación con el país se ha intensificado hasta el punto ejemplar en que la candidatura de uno de los nuestros, al máximo cargo de la Organización de Estados Americanos, ha creado tal concenso nacional, el primero en mucho años, que se asemeja a los que hemos presenciado cuando juega la Roja o cuando algunos de nuestros tenistas aspira a un título internacional; momentos en que ambos bandos, a cada lado de la trinchera, se unen para aplaudir y alentar en conjunto.



El Fondo Monetario Internacional anuncia un año de gran crecimiento para Chile, alrededor de 6%, en 2005. A su vez, nuestras exportaciones han superado los treinta mil millones de dolares y debieran crecer con rapidez en los próximos años. Los índices internacionales, tales como riesgo-país, fiabilidad, seriedad, seguridad, etc., están en sus mejores momentos y nada permite pensar que puedan cambiar de rumbo.



En el nivel interno, se asiste a un crecimiento del consumo, a pesar del aumento reciente de la tasa de interés a 3% y a un buen grado de confianza entre los inversionistas y empresarios. Estos elementos debieran permitir a corto o mediano plazo soluciones para los problemas más urgentes que nos aquejan, a saber el desempleo y los bajos ingresos de un importante sector de la población. En síntesis, el panorama se acerca más al jolgorio que a la pesadumbre, a pesar del alto precio de la energía.



Estamos en un momento en el que nuestro equipo nacional, que cuenta con quince millones de jugadores, está clasificando en la gran mayoría de los campeonatos inernacionales y cuyos logros podrían llegar a ser inesperadamente muy satisfactorios. Sin embargo, el equipo sigue dividido por esta eterna trinchera que nos persigue hasta en las mejores ocasiones. Las divisiones de antaño han ido desapareciendo para dar paso a un corte transversal, apenas visible, que ha provocado la gestación de dos Chiles.



Nuestro equipo está constituído por un Chile que se ha integrado al mundo globalizado, que maneja internet, que está en permanente contacto con la actualidad nacional e internacional; que se cultiva, se enriquece, se capacita en cursos y seminarios; habla idiomas, opina, crea y construye luchando por la conquista de nuevos mercados y trofeos, mientras otra parte, la gran mayoría de los jugadores, no tiene acceso ni al contacto internacional ni a la educación, ni al consumo global, ni a viajes, ni a capacitaciones, ni al enriquecimiento de su personalidad o su cultura, ni a estudios, ni a merecidas vacaciones.



Sin entrar hoy en el tema de la distribución del ingreso, tópico urgente en nuestra política nacional, quiero más bien llamar la atención sobre el hecho de que un equipo que tiene jugadores aptos y jugadores menos capacitados, inevitablemente termina perdiendo los partidos. Esto hace aún más urgente el combate contra la pobreza, contra la postergación y una cruzada ingente por el desarrollo y la capacitación de todos los chilenos.



Esta vez sí podríamos destruír la trinchera y seguir creciendo en beneficio de todos por largo tiempo.





André Grimblatt Hinzpeter es académico, analista internacional y escritor.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias