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Dos mujeres y el futuro de la igualdad


El hecho que Soledad Alvear y Michelle Bachelet aparezcan, en las encuestas conocidas hasta ahora, venciendo con holgura al candidato de la Alianza por Chile no debe inducir a engaños. La soberbia es siempre mala consejera. Que una mujer sea Presidente de la República de Chile constituirá una novedad absoluta en nuestro país. Más aún, si vemos la situación política de las mujeres en el concierto latinoamericano, la discriminación negativa es clara y consistente. Sólo un 9% de las mujeres llegan al Congreso en Guatemala; un 11% en Uruguay y un 17% en El Salvador. Para muchos se trata del proverbial «machismo latinoamericano». Pero si observamos la situación de la mujer en Medio Oriente, África del Norte, Asia del Sur y África sub-sahariana, nos encontramos que la situación es peor para ellas. Aunque cueste creerlo.



Sigamos analizando lo que nos dicen las cifras relatadas por Bernardo Kliksberg en su libro «Más ética, más desarrollo». En 1999 sólo 9 mujeres eran jefas de Estado y sólo el 8% de los ministros eran mujeres. Suecia es la excepción pues en aquel año el 55% de los ministros eran mujeres. Ellas sólo ocupan el 8% de los cupos parlamentarios del mundo. Sólo en los países nórdicos y Holanda significan un tercio de los congresistas. Por cierto la situación no es mejor cuando se trata de pensar en los altos cargos empresariales, incluso en los países desarrollados. En efecto, y ese mismo año las mujeres sólo representaban entre un 11% y un 12% de los ejecutivos de las 500 corporaciones más grandes de Estados Unidos y el 12% de los ejecutivos de las 560 empresas mayores del Canadá. En Alemania esta cifra cae entre el 1 y el 3%. Por cierto, reciben menores honorarios y las que se atreven además a criar hijos sólo son un 40%, contra un 60% de los hombres.



Superar esta desigualdad es una de las más grandes tareas de la democracia de hoy. No será fácil vencer toda una historia de relegación de la mujer al ámbito de lo doméstico. De hecho, como el discurso dominante es contrario al machismo, nos cuesta mucho expresarlo en público. Pero, se filtra insidiosamente de mil maneras. Por ejemplo y a ratos, parece que estamos más preocupados de los maridos o de las antiguas parejas de las precandidatas presidenciales, que de sus propias capacidades, propuestas y equipos de trabajo. Eso debiera ser lo central en el primer debate nacional que se desarrollará en la provincia de Concepción, y no de quienes supuestamente las gobernarán.



¿Cómo fundar un discurso de la igual capacidad de la mujer en la cosa pública? Por cierto una feminista me reclamará de porqué debemos dar razón acerca de la capacidad política de las mujeres, y no de los hombres. Contesto que de acuerdo a un estudio del Banco Mundial en los países donde las mujeres participan más, los negocios son más transparentes y los gobiernos menos corruptos. Además, es un hecho que los hombres tendemos a ser más violentos que las mujeres. Luego, quizás los hombres debiéramos dar pruebas de nuestra capacidad de gobernar bien el planeta. Además, asumo lo no confesado. Más allá de las encuestas y discursos falsamente hegemónicos, el sentido común dice que no es por arte de magia que los chilenos dejaremos ser parte de un país que recién a fines de los cuarenta reconoció el derecho a voto de las mujeres.



¿Por qué las mujeres habrían de gobernarnos tan bien como los hombres? Recurro a un adagio central de la filosofía antigua a la hora de educar a los príncipes, a los futuros gobernantes. «Quien no es capaz de gobernarse a sí mismo, no puede gobernar el reino». Los abogados decimos: «quien no puede lo menos, no puede lo más». Y es sabiduría del evangelio acerca del buen administrador aquella que dice que «porque has sido fiel en lo pequeño, te confiaré lo grande». ¿A título de qué las mujeres latinoamericanas, que gobiernan como jefas de hogar a lo menos un tercio de las familias, no serán capaces de hacerlo en la ciudad? Esas mujeres, cuyo trabajo no se valora económicamente ni genera previsión social, son centrales para nuestra sociedad.



Según el Panorama Social 2000 de la CEPAL «el aporte económico de las mujeres que trabajan contribuye a que una proporción importante de los hogares situados sobre la línea de pobreza puedan mantenerse en esa posición». Esas mujeres jefas de hogar normalmente acceden, cuando son pobres, a empleos inestables y mal pagados. Y además deben hacerse cargo de su hogar e hijos. Las mujeres jefas de hogar de clase media siguen a cargo del funcionamiento del hogar y aunque puedan contar con ayuda doméstica, tienen una doble jornada de trabajo agobiadora. De hecho y porque se están anticipando a ello están teniendo menos de dos hijos promedio.



Acaba de estar con nosotros Muhammad Yunus que fundó el Graneen Bank que ha dado microcréditos a los más pobres de los pobres de Bangladesh. El banco tiene dos millones de personas que han recibido pequeñas sumas de dinero que han devuelto en un 98%. Pues bien, un 94% de ellas son mujeres. El Banco Mundial el 2001 informó que era mejor prestarle dinero a las mujeres pobres de Brasil que a los hombres en igualdad de condiciones. Quien trabaja con organizaciones sociales sabe muy bien la enorme presencia de mujeres que luchan día a día por sacar a sus barrios adelante.



Golda Meir, Cory Aquino, Margaret Thatcher avalan lo que digo. Leyendo el libro de Patricia Verdugo «Soledad Alvear, una mujer de Estado», uno podrá estar con ella o no, pero lo que es indiscutible es su capacidad de llevar a cabo políticas de la más alta importancia nacional y regional. Por eso estoy con ella.



Sergio Micco Aguayo, Director Ejecutivo, Centro de Estudios para el Desarrollo.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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