Publicidad

Lavín, el verdadero hombre del piano


Todos conocen la extraña y fascinante historia de un hombre aparecido en las costas inglesas, completamente ignorante de su propio pasado, desprovisto de referencias identitarias y conectado al mundo que olvidó sólo a través de un virtuoso manejo del piano, instrumento que nadie sabe dónde ni cuándo aprendió. Internado hoy en una clínica siquiátrica, los especialistas hacen ingentes esfuerzos por determinar la identidad de este hombre y resolver así uno de los misterios que ha mantenido y mantiene aún en vilo a los medios y a la opinión pública mundial.



Este columnista puede responsablemente anunciar, urbi et orbi, la buena nueva: no hay que tejer más hipótesis, el enigma ha sido resuelto. El «Hombre del Piano» tiene nombre y apellido: se llama Joaquín Lavín.



En efecto, trasladado hoy a las costas del Pacífico -que recorre con ahínco desde hace siete años, como eterno candidato- ejecutó la partitura del «cambio» y ahora (no, no es broma) la partitura de la «equidad» y explica con convicción que no recuerda absolutamente nada de su propio pasado.



Así por ejemplo, nos ha dicho hasta la saciedad «yo no soy político», olvidando que entró con bombos y platillos a la política para, en sus palabras, «defender la obra del gobierno militar y del general Pinochet».



Sin ser político, fue ni más ni menos que Secretario General de la UDI, el partido político más recalcitrantemente defensor de la obra de ese régimen y de la figura y la persona de Augusto Pinochet -que hoy, dicen, todos intentan resucitar, de puro «mala ondas» que son, para desprestigiar a Lavín y la UDI-. Pero, amigos, ¿cómo resucitarlo si aún está vivo? Otra cosa es que ya no vayan a verlo para sacarse la famosa fotito sonrientes en el día de su cumpleaños. ¿O es que acaso las han olvidado? Ä„Búsquenlas, búsquenlas, están todas enmarcadas y hoy empolvadas en sus áticos o bien en el archivo de El Mercurio.



Sigamos: Joaquín Lavín olvidó también que ocupó el puesto clave de Editor, justamente, de ese medio, El Mercurio, el más acrítico defensor de Pinochet durante la dictadura y el vocero por definición de los intereses de los grandes empresarios (y no precisamente de los más pobres)… y hoy pretende presentarse ante los ojos de los chilenos como el paladín de la equidad.



Olvidó también que en 1988 integró -junto a otros hombres clave de su campaña actual, como Jovino Novoa y Carlos Alberto Délano- un comité técnico para optimizar la Campaña del Sí a Su General (y hoy pretende que hasta habría votado por el No… si hubiese sabido lo que sabe ahora… ¿que el régimen se derrumbaría y que «vestiría mal» en democracia tener pasado pinochetista?).



Olvidó también (puesto que hoy la equidad «la lleva») que fue un gran admirador de Hernán Büchi, el Ministro de Hacienda que cuadraba las cuentas públicas disminuyendo el gasto social y congelando las pensiones de los jubilados ¿acaso no lo recuerdan?

Olvidó también su admiración por el mentor de todos los Chicago Boy’s, Friedrich von Hayek, teórico para quien ningún principio de redistribución es justo, pues altera los «equilibrios naturales» de la economía y supone imponer una escala de valores a la sociedad. Inspirado en Hayek, imaginamos, es que otro asesor clave de Joaquín Lavín, Cristián Larroulet, le lanzó en un debate a Clarisa Hardy -en los años en que la equidad no estaba de moda- que proponer alzas de impuestos para financiar gasto social era cosa de «envidiosos» de los justos logros de las personas de más altos ingresos. (Tal vez Larroulet había leído con fruición al teólogo ultraconservador Michael Novak, quien en un artículo publicado en 1994 por el Centro de Estudios Públicos, afirmara con gran desplante: «Además, fue Dios el que prohibió cinco veces la codicia en los Diez Mandamientos; Ä„No hay que ceder a la envidia!». El artículo citado lleva por título «Ocho argumentos sobre la moralidad del mercado»).



Lavín olvidó también que aplaudió al célebre filósofo de Los Boldos cuando éste afirmara solemne, a propósito del mismo tema: «hay que cuidar a los ricos» (sic), explicando los bajos impuestos, las enormes garantías a la inversión extranjera y los perdonazos a la banca privada.



Olvidó el viaje a Londres, las oraciones junto a Patricia Maldonado («agregada cultural» del pinochetismo), todos los ex ministros del régimen y el enjambre de viejas ridículas rasgando vestiduras y velando las «animitas» del detenido General.



Olvidó que el más brutal golpe a la equidad y a la clase media en Chile lo produjo, a comienzos de los 80, la privatización de los servicios de salud, educación y previsión social, que determina acceso y calidad para los que tiene dinero, y para el resto… «si te he visto, no me acuerdo». Y el desmantelamiento del antiguo Código Laboral, síntesis de casi un siglo de luchas sociales… llevadas a fojas cero por el famoso «Plan Piñera» aplaudido hasta la saciedad por Lavín y el resto de los Chicago.



Ese efecto brutal sobre la equidad se ha observado en los países que, como Chile, aplicaron con más ortodoxia la doctrina neoliberal. Así por ejemplo, en el Reino Unido, antes de la administración Thatcher la relación de ingresos entre el 20% más rico de la población y el 20% más pobre era de 12 : 1. Después de la Thatcher, que desmanteló radicalmente el Estado de Bienestar, esa relación pasó a ser de 18 : 1.



La misma tendencia concentradora a favor de los más ricos produjo el régimen militar en Chile, con las reformas antes indicadas. Lo que la Concertación heredó fue esa situación de facto. Para paliar sus efectos, lo que esta coalición ha procurado es un aumento sistemático del gasto social e instaló un mecanismo de reserva para gasto social contracíclico en períodos de «vacas flacas»: el superávit estructural del 1%.



Gracias a ello, es que el efecto neto del gasto social bajo la Concertación es disminuir a la mitad la brecha de equidad entre el quintil más rico y el quintil más pobre proveniente de los ingresos autónomos de las personas. En una palabra, al no dejárselo todo al mercado (como gustan los neoliberales), los gobiernos democráticos han disminuido la inequidad a la mitad de lo que sería si cada uno debiera contar sólo con sus ingresos autónomos.



Lavín también olvidó -dato ilustrativo- que los salarios reales en Chile cayeron a la mitad (sí, a la mitad) de su valor de 1972 el año 1974 (política de shock del ministro Cauas) y recuperaron su nivel de 1970 muy, muy lentamente, recién en el año 1992. Es decir, que mientras la retribución al capital aumentaba, la retribución a los trabajadores por su trabajo caía brutalmente y se mantenía contenida tanto como fuera posible, entre otros factores a causa de un muy funcional descabezamiento del movimiento sindical y un no menos cómodo cierre del Congreso para que no se tuvieran que discutir leyes «incómodas» y mejor todo lo decidieran los técnicos «apolíticos» como Lavín, Larroulet, Büchi, Bardón, Cáceres y otros que hoy hacen gárgaras en pro de la equidad.



A propósito de Carlos Cáceres, he citado en un artículo publicado hace unos años en la revista Mensaje una frase muy ilustrativa de la muy «seria» e histórica opción derechista por la equidad. En un artículo titulado «La vía chilena a la economía de mercado», publicado en 1982 por la revista Estudios Públicos, Cáceres defendió la obra modernizadora del régimen, exigió coherencia y llamó a evitar las veleidades «estatistas» en materia social: «Dudoso será el resultado final si se pide empresa privada para la producción de bienes y servicios y paralelamente se exige responsabilidad estatal para la educación, la salud y la seguridad social. Todas ellas son materia de responsabilidad individual y, por lo mismo, individual es la responsabilidad de su solución» (nosotros subrayamos).



A partir de esta cita -que refleja toda una visión del orden social, darwinista y ultraindividualista- queda claro el porqué de la oposición de la derecha al Plan Auge; a introducir lógicas de reparto distintas a la acumulación individual en el sistema de previsión social; el rechazo a la lógica de arancel diferenciado en materia de educación superior… para qué seguir. Son problemas individuales y, por lo tanto, que cada cual los resuelva con los recursos que tiene. Y la pregunta del millón: ¿y si no tiene recursos? La respuesta es trágica pero sencilla: lo sentimos, la vida es así.



Lavín olvidó también que la palabra escrita permanece. Los invito a leer ese elogio sin pausa del régimen militar que es Chile: revolución silenciosa, obra cumbre que escribiera en sus años mozos. Desgraciadamente, la traza de la tinta sobre el papel de calidad se borra con dificultad. Y para más remate, los cientistas sociales tenemos buena memoria y nos damos el trabajo de leer y releer lo tácticamente olvidado por los que no quieren hacerse cargo de su propio pasado.



En ese libro, Lavín ponía al centro un concepto hoy apenas reciclado: «la sociedad de las opciones». ¿Les suena conocido? Por cierto, es el mismo contenido que hoy enarbola la derecha (tanto Lavín como Piñera) bajo la fórmula «la sociedad de las oportunidades». Como decía mi ex suegro, un destacado médico peruano, admirador de los dichos populares: «es la misma chola con distinto calzón».



Ä„La derecha preocupada de la equidad. El diablo vendiendo crucifijos!Ä„Olvidar, olvidar, mirar al futuro! Y abrazar con pasión el piano del populismo… Ä„Ah, qué vértigo! Ä„ Qué lata que haya elecciones y tener que convencer a la gente de lo imposible!



Señores de la prensa, faxeen a Londres: el misterio ha sido resuelto. El «Hombre del Piano» tiene nombre y apellido: se llama Joaquín Lavín Infante. Siquiatras del mundo y sabuesos de Scotland Yard y de la Policía de Investigaciones, Ä„alegraos, podéis descansar en paz!.



Fernando De Laire. Doctor en sociología. Autor del libro satírico «Las Aventuras del Alcalde Chanta», de reciente publicación (prólogo del Premio Nacional de Literatura Arando Uribe). Comentarios al e-mail: fernando_delaire@yahoo.com.ar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias