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Piñera: La bestia negra de la derecha


La irrupción de la candidatura presidencial de Sebastián Piñera ha remecido el escenario político chileno con la fuerza de un estallido. Ha correspondido al Consejo de Renovación Nacional, «formado por gente de clase media, profesores, médicos, empresarios,» como lo ha descrito un senador, el mérito de haber dado este batatazo, completamente inesperado, incluso para el presidente de ese partido, quien hasta la víspera le aseguraba a la UDI su continuado apoyo a Lavín.



Las poderosas tensiones que se venían juntando por años y que se hallaban contenidas por la camisa de fuerza del sistema político de la transición, han empezado finalmente a desbordarse. El dique de la transición, diseñado para sostener un gigantesco desnivel social, acumulado durante décadas, se ha empezado a resquebrajar y el agua empieza a escapar a chorros por las grietas recién abiertas.



El resultado final es inevitable. La llamada «democracia protegida» no podía durar para siempre y tras este patatús, ha quedado boqueando sus últimos estertores. No se echará mucho de menos, porque nunca fue realmente democracia un sistema político expresamente diseñado, como ha dicho justamente Piñera, para protegerse de la voluntad popular. Al país, su sepultación le hará muy bien. Debe ser transformado, para que Chile continúe desarrollándose. El sistema político de la transición ha durado tanto como la dictadura que lo precedió, hace mucho que se halla retrasado y constituye hoy un anacronismo. No se corresponde con la moderna sociedad que ha surgido en Chile, después de un parto que ha durado un siglo.

Piñera representa quizás de lo mejorcito de la moderna burguesía chilena, clase social que constituye una de las criaturas del parto mencionado y que no deja de presentar algunas fortalezas. Esta criatura, sin embargo, no pudo ser peor apadrinada y ha sido hasta ahora muy mal criada. Desciende de la vieja oligarquía chilena de origen agrario y sus parteras fueron el Estado desarrollista, las reformas de los años 1960 y la revolución de principios de los años 1970. Sin embargo, su padrino y nodriza fueron Pinochet y el extremismo neoliberal, gente de muy malas costumbres.



El resultado es, a estas alturas, un mocetón fuerte y agresivo, pero en lo principal, muy mal educado. Egoísta, arrogante, de mentalidad provinciana y concepciones estrechas, no pocas veces fanáticas y algo perversas. Especialmente, muy mal enseñado a salirse siempre con la suya, a imponer su voluntad por la fuerza más que por la razón. Requiere con urgencia de un buen correctivo.



De hecho, quizás el principal problema que enfrenta el país y especialmente la democracia, radica en la mala educación, en este sentido, no de su pueblo, sino de su clase dirigente. Ello es de gravedad para el país y la democracia, puesto que no se trata solamente de un problema de mínimo equilibrio y justicia. Estas actitudes de la burguesía están entorpeciendo el desarrollo nacional, al impedir que el Estado asuma plenamente el rol que le corresponde en la actualidad, tanto en la regulación de la economía como su integración en el gran proyecto latinoamericano que se gesta al otro lado de la cordillera. Adicionalmente, en el aseguramiento de la cohesión social.



Con todo, la irrupción de Piñera como nuevo representante de este sector social, augura quizás, en este aspecto, una evolución más positiva. Los acontecimientos comentados pueden estar indicando que, finalmente, la derecha más ligada al pinochetismo está empezando a pagar el costo político de su identificación con la dictadura.



La reeducación de la burguesía chilena en un sentido democrático, sin duda requiere pasar a retiro a sus dirigentes políticos, empresariales y de otros ámbitos, más ligados al período de la dictadura. Hasta ahora ello no ha ocurrido y este elemento, aparte de constituir un pésimo ejemplo respecto de la formación del carácter de nuestra burguesía, constituye una irregularidad respecto de lo que usualmente ocurre en las transiciones a la democracia.



Por el contrario, los líderes de la derecha chilena más ligados al pinochetismo han gozado hasta el momento de una completa impunidad política. Más aún, el sistema político de la transición les ha subsidiado una representación desproporcionada y han ejercido en la práctica derecho a veto respecto de todas las materias públicas importantes. Contando, como siempre, con el apoyo explícito del empresariado y de los medios de comunicación – y hasta hace poco con el respaldo más solapado de las FF.AA. -, han aparecido todo este tiempo como hábiles y exitosos políticos democráticos. Siempre guarecidos bajo el alero de estos poderosos respaldos, algunos de ellos han adquirido incluso fama de «estadistas», «grandes políticos» y otra serie de calificativos similares, los cuales incluso se han creído ellos mismos. Más de alguna persona incauta ha caído presa del éxtasis, frente a tanta fama y poder.



Hay que decir, que ha contribuido no poco a ello, la actitud indulgente que respecto de estos señores han mantenido los principales dirigentes de la Concertación. Bajo el imperativo o el pretexto de lograr su aquiescencia respecto de algún tema y a veces con cierto embeleso no exento de arribismo, no han dudado en endosarles una y otra vez carta de ciudadanía democrática, en medio de entusiastas abrazos y palmoteos.



La actitud de Piñera, en cambio, ha sido bien distinta en este sentido. Junto a un puñado de otros dirigentes de derecha, de convicción democrática, los ha enfrentado permanentemente y sin ningún empacho. A cambio, ha sido el blanco de sus iras y maniobras de todo tipo, incluso las más miserables, de parte de quiénes ellos mismos denominaron «poderes fácticos.» Piñera ha sido atacado por el pinochetismo más que ningún otro político de la plaza, durante todos los años de la transición. Es la «bestia negra» de la derecha.



Sin embargo, sea como fuere, el cambio de carácter de la burguesía chilena, aunque inevitable, va a tomar su buen tiempo. Recién se están formando – entre otros ámbitos, en actividades como el Servicio País y otras similares – las nuevas generaciones de líderes burgueses con las concepciones democráticas y de responsabilidad social, incluida la compasión, que una clase dirigente moderna que se precie de tal, necesita para ejercer su hegemonía por la razón más que por la fuerza.



Chile no puede esperar tanto. Por eso se requiere con tanta urgencia que se restablezca una democracia de verdad, que libere al Estado de las amarras de la transición y de la tutela de la extrema derecha. La burguesía como tal no está todavía, ni estará por un buen tiempo – al menos hasta que su clase política complete su «travesía del desierto» -, en condiciones de ejercer la hegemonía que hoy día se requiere. Por ello parece indispensable que el Estado sea dirigido por fuerzas políticas que representen principalmente a otras fuerzas sociales más progresistas.



Sin embargo, ello requiere un sistema político renovado, que permita el ascenso al poder de nuevas alianzas populares, con la mayor amplitud, pero al mismo tiempo con la fortaleza e independencia necesarias para impulsar desde el Estado lo que el país necesita.



Ni el sistema político actual ni la Concertación son capaces de responder a este desafío.



Manuel Riesco. Economista del Cenda. mriesco@cep.cl.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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