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24 de junio: El abrazo de la diversidad


Los naciones celebran aquellas fechas que las enorgullecen. Aquellas efemérides que despiertan en sus habitantes un sentimiento de unidad y participación ciudadana. Así ocurre con el 18 de septiembre o el 21 de mayo, tan integrados a nuestro imaginario colectivo, que en ellos traducimos gran parte del valor y la identidad del ser chileno.



Cuando para los occidentales el invierno comienza a fines de junio, los pueblos indígenas valoran este instante como el inicio de un ciclo nuevo para la vida y la naturaleza. Hace tiempos inmemoriales, ellos fueron capaces de identificar fases anuales que permitían una convivencia armónica con la naturaleza. Gracias a las observaciones de los movimientos del Sol, la Luna y las estrellas, fijaron los tiempos de cosecha y siembra. Así, el momento clave que definió su cosmovisión biocéntrica del universo fue -y continúa siendo- el solsticio de invierno, que en el hemisferio sur se registra entre los días 20 y 24 de junio, instante en que el «Sol emprende su camino de regreso» a la Tierra.



Marcada por la noche más larga del año, la víspera de la fase solar trae de vuelta los ciclos de abundancia. Los días empiezan a ganar lentamente su batalla contra la oscuridad, regresa la luz y, con ella, la vida en todo su esplendor.



Sin embargo, pese a la relevancia que el evento tiene en la construcción de nuestra identidad cultural, el 24 de junio transita silencioso por el calendario. Pese a ser un día que brota desde el corazón del territorio, es un momento que para la inmensa mayoría de la población pasa inadvertido. Pero paulatinamente, el país ha comenzado a reconciliarse con sus orígenes y como sociedad, vamos ganando una mirada más amplia y responsable hacia el medioambiente y el respeto a las etnias originarias.



En 1998, el entonces Presidente Eduardo Frei Ruiz Tagle firmó en el Palacio de La Moneda el Decreto Supremo que declaró el 24 de junio como Día Nacional de los Pueblos Indígenas de Chile. La disposición legal dio a la festividad un reconocimiento que, hasta entonces, no poseía y entregó a todos los indígenas, sin excepción, la oportunidad de compartir su contribución a la diversidad cultural de Chile.



Es así como hoy, el Día Nacional de los Pueblos Indígenas resume todas las celebraciones ancestrales que se suceden a lo largo y ancho de nuestra faja territorial con ocasión del solsticio de invierno, pero también convoca a las comunidades atacameñas, diaguitas, rapa nui y fueguinos que suman rituales diferentes para agradecer los dones de la naturaleza y participar de su cosmovisión de vida. Ellos también son parte del We Tripantu mapuche o del Inti Raymi de los quechuas. Ellos, también invitan a la fiesta del Machaq Mara de los aymaras o a la celebración del Huata Mosoj de los kollas.



En el norte de nuestro país, las comunidades quechuas de Mamiña y Ollagüe han retomado la celebración del Inti Raymi, la colorida Fiesta del Sol que las culturas andinas heredaron de los Incas. En tanto, los aymaras de Tarapacá esperan el regreso del Sol montados sobre la falda de un cerro sagrado. Allí presentan las ofrendas a la Pachamama e inician la ceremonia del Machaq Mara. A una hora de Copiapó, en el centro ceremonial El Bolo, los kollas festejan su Huata Mosoj hasta el amanecer, animados por las rogativas de un yatiri o encargado espiritual. En el sur, para el pueblo mapuche, el We Tripantu representa el cambio y el renuevo del cosmos.



El ritual, que invoca a los antepasados, es dirigido por una machi o por el longko del lugar. Dentro de una ruka escogida, arde el fogón y se cocinan los alimentos que acompañarán la ceremonia. Tomando mate, comiendo sopaipillas, carne de chancho y bailando, se pasa la noche. Los ancianos cuentan historias a los niños y los aconsejan para que lleguen a convertirse en hombres sabios. Actualmente, la festividad se ha colectivizado y asisten miembros de las comunidades e invitados. Cada vez más personas «no mapuche» participan en ella con gran devoción y respeto. Incluso se realizan rituales en lugares tan cercanos como el centro de Temuco o en la Región Metropolitana, donde los miles de mapuche urbanos de la capital se congregan en el Cerro Huelén o el Centro Espiritual del Cerro Blanco en Recoleta.



Así es el Chile que, paso a paso, quiere surgir abrazando su rica diversidad cultural. Hasta ahora, no ha sido un proceso fácil, pues la mayoría de los chilenos no conocíamos de manera profunda el valor de estas expresiones originarias. El 24 de junio está para eso. Es un hito relevante que nos une y da sentido. Es el camino que hace posible el encuentro intercultural y la valoración de la identidad, lengua, religiosidad y cultura de los pueblos indígenas.



Por eso, a partir de este año, queremos invitar a la ciudadanía a conocer el significado y trascendencia del Día Nacional de los Pueblos Indígenas. Deseamos hacer del 24 de junio una fiesta nacional porque su origen está ligado a la vida y no a la memoria de héroes y revoluciones; porque es una epopeya que se repite cada año cuando la tierra vuelve a despertar; o porque simplemente, nos recuerda que respiramos en comunión con la naturaleza.



Luego de quince años de gobiernos democráticos construyendo una política pública que fomenta el desarrollo ajustado a las costumbres propias de las comunidades indígenas, este 24 de junio se presenta, de ahora en adelante, como una oportunidad para visibilizar la diversidad cultural de Chile.



Es una invitación a descubrir, valorar y reconocer la esencia real de nuestro territorio mestizo. Un espacio donde cabemos todos, y todos tenemos un rol que cumplir. Un país que crece hacia el Bicentenario sin dejar atrás a nadie.



Participemos juntos de la alegría que eso significa y celebremos un nuevo Día Nacional de los Pueblos Indígenas.





Enzo Pistacchio S./ Secretario Ejecutivo Programa Orígenes.






  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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