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En el mall


¿Qué buscan los chilenos en el mall? Sólo uno de cada cinco declara que va a comprar. ¿Y el resto? Caminar por espacios protegidos de las inclemencias del tiempo, más seguros que el estadio o la plaza pública y llenos de sueños de confort, bienestar y oferta de una vida más placentera. Vivimos más de la mitad de los chilenos en una sociedad de consumo, que es aquella en que la compra del mayor número y variedad de bienes y servicios constituyen no sólo el motor de la economía, sino que la meta de la política democrática que se esmera en dar mayor renta y bienestar a sus ciudadanos y el objetivo de la cultura de un pueblo y de las ansias de felicidad, status y éxito de cada uno de nosotros. Quiero seguir dialogando sobre este vital tema. Reconozco que continúo inspirándome en los trabajos para Chile del PNUD y en los escritos de Adela Cortina.



Muchos van al mall en búsqueda de emulación. Desde que hay clases altas que pueden pagar para que otros hagan los trabajos domésticos y ordinarios, ha surgido en Occidente un grupo que hace del ocio y la ostentación su signo externo de poder. Los historiadores dicen que eso lo aprendieron los europeos en las cruzadas, al encontrarse con el increíble lujo de Oriente. Ese que deslumbró a Alejandro Magno en Babilonia y Persépolis. A todas luces en el mall nos queda claro que lo que ayer era suficiente, hoy ya no lo es. Porque se puede vivir teniendo casa, techo y abrigo. Pero, ¿qué nos pasa cuando vemos a través de las telenovelas y la publicidad que hay otros que gozan de bienes superfluos y lo hacen en forma ostentosa? Nos descubrimos modestos, casi pobres, pues quien gasta sólo en lo vital es un ser más bien privado. Y como los seres humanos aprendemos de niños imitando, surge la loca carrera de clases medias y bajas por parecerse a las altas. ¿No fue por envidia que entregaron a Jesús y Sócrates en la versión de los evangelistas o de Diógenes Laercio?



En el mall encontramos miles de jóvenes. Ellos no tienen poder económico. Cada vez más retrasan su edad de comenzar a trabajar y viven con sus padres o abuelos. ¿Qué buscan pues en el mall? Respondo: identidad. Millones de jóvenes chilenos saben que el menú de oportunidades se les ha abierto hasta el exceso. Sus valores, estilos de vida, orientaciones sexuales, tipos de convivencia, trabajos y profesiones, religiones, sectas y bandas se le ofrecen en una parrilla interminable. No es raro que de ello surja la imperiosa necesidad de identidad y pertenencia. El ser humano necesita de certezas. Y justamente la forma peculiar de consumir es la manera como expresan y forjan esa identidad. Así se forman grupos o estratos sociales que incluyen a unos y excluyen al resto. Un deportista afamado habla del «no estoy ni ahí» y se hace una cola en el pelo. Un deportista descubre la felicidad declarando su amor en público a una platinada rubia y los seguidores se agolpan y las tinturas de pelo vuelan.



El consumo nos permite aparentar para ascender socialmente. Seamos sinceros, como nos enseña el Lazarillo de Tormes, cada vez más cuenta el mondarnos los dientes en la puerta que da a la calle, aparentando haber comido muy bien, que la pobreza que se esconde dentro de nuestro hogar. Las clases medias compran antes auto caro que casa propia, pues el primero lo ven todos, la casa muy pocos. El chileno medio y de sectores populares saben muy bien de lo beneficioso de la apariencia. No hago cargos. Los políticos vivimos de ella. Debemos ser actores que aparecemos en el espacio público. Poco importa cómo seamos en el hogar o en el trabajo. Lo único que parece contar son esos deliciosos minutos en la radio, en el diario, la televisión o en la plaza pública. ¿Es que acaso no dependen de la contratación en una empresa la forma como nos vestimos, la pronunciación que empleamos, el color de ojos y pelo que poseemos, la comuna en la que vivimos o el colegio del cual procedemos? Para atacar tantas y tan injustas discriminaciones, el consumo nos sirve para aparentar lo que no somos.



Por cierto, en el mall hay espacio para comprar lo que necesitamos para sobrevivir. Surgen por doquier artículos que nos darán comodidad o a través de los cuales se nos promete salud y belleza. Mil formas surgirán de mantenernos en forma física y al día en la moda. Por cierto en muchos de esos objetos encontraremos entretención, ahorro de tiempo y de energía. ¿Qué haríamos sin el televisor, el teléfono, el refrigerador o el microondas. Ä„Ä„Pobre de mí sin ellosÄ„Ä„ Nuestra sociedad ha progresado enormemente en su estructura material y de servicios. Buena parte de nuestras mejoras en salud vienen del consumo de agua potable y luz eléctrica, al uso de alcantarillados o del acceso a un servicio público de salud al nacer. Nuestras casas, poblaciones, barrios y ciudades se multiplican. Aviones, barcos, buses, micros, autos, bicicletas, carreteras y autopistas reducen las distancias y acercan las geografías. Bien por los cambios materiales en Chile.



Sin embargo, la clave está hoy en la elevación espiritual. Pues los objetos de consumo no son más que instrumentos que deben ponerse al servicio de una finalidad. ¿Cuál será esta? Esta es pregunta sólo encuentra respuesta en los valores profundos que guían nuestras formas y estilos de vida. Hay miles de horas gratificantes y gratuitas que nos dan los más altos momentos de nuestra vida. Pienso en conversar con los amigos, compartir con los hijos, amar a nuestra pareja, comer y beber en memoria de lo más sagrado y sublime, caminar por las avenidas y campos, leer un libro de valor universal, dormir el sueño ligero del que sabe que no adeuda nada que no pueda pagar, en fin. Seamos asertivos: en el mall se encuentra una muy pequeña parte de nuestra felicidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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