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La «Nueva Revolución» en China


En recientes artículos de Time, The New York Times, Us.News, US Today, de junio y julio de 2005, estadísticamente mencionan que casi el 70% de los productos que consume el norteamericano común están hechos en China. De allí que la atención (y la preocupación) sea obsesiva a la llamada «Nueva revolución (económica) de China» en editoriales, artículos de importantes revistas o en programas de la tv de EE.UU. Esta nueva «revolución» de aquel país de 1.3 billones de personas es evidente para todo el mundo y no hay país integrado al mercado global que no lo sepa.



Dentro de América Latina, Cuba es el único país que no está integrado al mercado global en sentido estricto, aun cuando recientemente la isla caribeña permitió que China invirtiera, en empresa mixta con Cuba, 1.300 millones de dólares en la producción del níquel. Pero la «nueva» relación China-Cuba en tiempos de globalización nada tiene que ver ya con el antiguo «internacionalismo proletario». La economía china está más interesada en sacar níquel cubano para procesarlo en sus miles de maquiladoras y manufacturadoras y de allí transformarlo, entre otras cosas, en partes de teléfonos celulares a bajo precio y venderlos en el mercado global.



También se dice (y no es ninguna ficción a estas alturas) que cualquier movimiento significativo que haga China en su economía tendría efecto en otras economías. Por ejemplo, la breve devaluación de la moneda que China hizo hace unos meses produjo el efecto de abaratar ciertos textiles manufacturados, principalmente en la producción de ropa de alta costura y no ropa cualquiera. Por un lado, es beneficioso para China (exportar) pero crea un efecto global negativo en otras productoras de ropa en países europeos o norteamericanos. Lo alarmante es que lo anterior también puede ocurrir con otros productos que no son sólo ropa de alta costura, sino de consumo (global) que requieren una alta o más elaborada tecnología como, por ejemplo, desde las zapatillas marca «Merrell», múltiples electrodomésticos de uso diario, teléfonos celulares, computadores, hasta sacos de dormir que resisten los más crudos fríos, y un largo etcétera de productos.
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En un ejercicio que hicimos en una clase sobre América Latina con mis estudiantes norteamericanos -especificamente estudiando diversos efectos económicos y culturales, entre otros, de las maquiladoras en México o Centro América- resultó asombroso para todos. Asombró porque uno no se da cuenta ni menos procesa qué consume ni de donde viene aquello que consume periódicamente hasta sólo cuando se pone a mirar lo que usamos cada día. Todos mis estudiantes (incluido yo) teníamos un 70% de nuestro consumo hecho en China. Es decir camisas, zapatillas, mochilas, lapiceros o lápices de mina. Pero lo más importante es que sus últimos modelos de celulares, sus Apple iPOD (Mp3), flashdrives, computadores portátiles, audífonos caros para escuchar mejor las 3 mil canciones en esos iPOD, eran hechos en China. Otros dijeron que la tv de su cuarto, su radio y estereo, su aire-acondicionado, otro que el ventilador, el despertador digital, el microondas, las sábanas, las frazadas, algunos productos del baño, la confortable cama del perro o del gato en sus casas, o incluso productos sofisticados (eléctricos) para darle agua fresca a ese gato doméstico venían de aquel país



He aquí algunos datos sobre la economía china que mencionan constantemente esos medios masivos norteamericanos citados arriba. En 2020 China sobrepasará a la economía de Japón siendo la más grande del mundo. China tiene las 16 ciudades más contaminadas del planeta. El salario de trabajadores de maquiladoras es de 60 centavos de dólar la hora. Esas miles de maquiladoras y otras diversas empresas producen para las miles de industrias extranjeras con las que tienen contrato para luego vender esos productos, «hechos en China», en el mercado global. En China hay acceso a la tecnología: sólo en 2003 hubo 269 millones de personas con celulares y se estima que en 2008 habrá 500 millones de personas con celulares. También hay acceso a computadoras, Internet (en 2005 hubo 94 millones de usuarios a Internet en comparación a 22 millones en 2001). Se ven cada vez más cafés-Internet en todas partes pero el gobierno controla, vigila y censura ciertos sitios del ciberespacio.



En 1985 había en Shanghai sólo un rascacielos, en 2005 hay más de 300 rascacielos gigantes. Solamente en Chongqing, entre 1998-2004, se abrieron 63.900 maquiladoras o manufacturadoras de textiles y diversos otros productos para producir y vender a compañías extranjeras (como la industria «Merrell» que produce en China zapatillas de alta calidad; o ropa de alta costura de mujer para la marca «Rafaella», o para la gran cadena «Wall-Mart» de Estados Unidos, etc). Estas compañías extranjeras, a su vez, venderán a bajos precios en el mercado norteamericano o mundial. Hay miles más de esas maquiladoras y manufacturadoras por todo China que sobrepasan a todas las maquiladoras de México y América Central juntas: Urumqui, Lanzhou, Taiyuan, Shenyang, Dalian, Hardin, Shanghai, Hangzhou, Wuhan, Kunming, Guangzhou, Hong Kong.



Por esa gran capacidad de producción que hay en China, la que va directa al mercado global, -aunque pagando 60 centavos de dólar la hora de trabajo en esas maquiladoras y manufacturadoras mencionadas- permite, sin embargo, que su población tenga acceso al consumo (pero no toda aún porque la pobreza se calcula en cientos de millones). Uno se pregunta ¿y de dónde saca China las materias primas, por ejemplo, para producir unas zapatillas de alta calidad como la de la marca «Merrell», o ropa para la marca «Rafaella»? ¿Es que la empresa «Merrell» y «Rafaella» tienen –como en el antiguo sistema imperialista, pensemos en el cobre chileno de comienzos del siglo XX o las «bananeras» centroamericanas por esas mismas fechas– un enclave propio en China que le permite explotar ciertas materias primas de ese país, llevando a China sus propios ingenieros, técnicos, y luego producir las zapatillas y bella ropa de mujer, y sacarlas de allí sin pagar luego ni impuestos ni menos retornar ganancias al país de origen?



La respuesta a la primera pregunta está muy alejada a la respuesta de cómo funcionaba el clásico imperialismo del siglo XIX y comienzos del XX. En el caso de China ahora -su gobierno y por la alta tasa de ahorro que ha logrado- es uno de los grandes compradores de materias primas. Como se dijo en un programa reciente en USA: «los chinos compran materias primas en todo el mundo y de allá vuelven transformadas al mercado global en zapatillas «Merrell», teléfonos celulares de la última tecnología, los iPOD, ropa de alta costura, y un largo etcétera». La segunda respuesta, China no ha permitido el clásico enclave extranjero. El gobierno controla totalmente las empresas mixtas pero esencialmente es el gobierno allí quien establece el contrato con las empresas extranjeras para «producirle» (siguiendo el ejemplo de la compañía de zapatillas «Merrell» y la marca de ropa de mujer «Rafaella») el producto de la calidad que ambas exigen, además del bajo costo de producción (léase «mano de obra barata»).



De esa manera China vende el producto terminado a cierto precio (que es baratísimo en comparación si esas zapatillas, esa ropa, o los sofisticados iPOD, se produjeran en Estados Unidos o incluso en alguna maquiladora de México o Centro América). El gerente del supermercado Wall-Mart en China (que es norteamericano y defiende que los productos se hagan en China) sintetizó con un ejemplo la cuestión: «sin la producción china, un bluejeans por ejemplo, podría costar en Estados Unidos 180 dólares en vez de 50 o 60 dólares». De allí se explica (por esa masiva y global producción) la gran tasa de ahorro de China dado el control total que ejerce el gobierno sobre su economía y sobre sus asalariados. Es decir: el obrero u obrera recibe 60 centavos de dólar la hora, pero jamás esos obreros harían una huelga ni un paro. Hay que agregar que el trabajo laboral chino posee una rigidez y obediencia casi militar que no poseen otras maquiladoras del planeta.



De allí que sea constante la discusión y molestia de compañías norteamericanas, que producen en EE.UU., contra la gran cadena de supermercados «Wall-Mart» (hay 3.700 supermercados actualmente por todo EE.UU.) que vende productos a bajo precio y todos hechos en China. Todos los miles de productos de «Wall-Mart» han sido elaborados en las miles de maquiladoras e industrias manufacturadoras chinas donde el trabajo es tan barato que ningún país puede competir en ese aspecto. (ver nota 1)



Por otro lado, como decíamos arriba, esa lógica de la economía-trabajo barato de China ha permitido subir a niveles elevados su tasa de ahorro y así comprar en el mercado mundial – muchas veces en dinero en efectivo- sus materias primas para la alta y diversa producción que posee su economía. También para invertir billones de dólares en otros países como lo hizo recientemente en Cuba (para sus necesidades de níquel en la elaboración de celulares de alta tecnología), o en África, o comprar compañías de petróleo. China es el segundo comprador de petróleo en el mundo. Se dice que objetivamente China pronto comprará más carros, computadores y consumo electrodomésticos que cualquier otro país del planeta.



Pero lo que resulta muy interesante dentro del sistema socialista-real chino es lo siguiente: le están dando acceso a millones al consumo libre y diverso que nunca tuvieron ni soñaron las generaciones anteriores. Esta nueva economía global de un país socialista-real, que modificó totalmente su economía previa (estatal y centralizada), la que le negó el consumo a su población, ahora, por el contrario, lo permite libremente. En el pasado también se lo negaron a la gente de la ex-URSS y al antiguo Este europeo. Actualmente Cuba, como una rareza en todo el planeta, sigue afirmando, su gobierno y sus economistas, avalado por Fidel Castro, que ideológicamente el consumo es «maligno y alienante». Cualquier apetito de consumo que provenga de la oferta de un mercado capitalista, dice la dirigencia en Cuba, es inaceptable. En Cuba no sólo no hay libertades políticas ni de expresión, tampoco hay libertad del consumo. Esto ultimo es también un derecho humano.



Como se demuestra en el caso de China hoy, al parecer la libertad de expresión y medios masivos diversos no importan tanto (o nada) cuando al ser humano se le da la opción de acceder a un mercado de productos diversos que por naturaleza humana desea gozar y experimentar. Eso de que el consumo aliena (o «nos consume») es y seguirá siendo materia de debate. Se puede decir que el ser humano es por circunstancia social un ser consumista porque nos gusta seleccionar, intercambiar y adquirir entre una diversidad de productos que ofrece un mercado, o muchos mercados, donde funciona la oferta y la demanda. Otra cosa es si se debe producir cien marcas de bluejeans en vez de treinta por ejemplo, o doscientos modelos o más de relojes pulseras en vez de cincuenta..



Objetivamente el capitalismo no inventó el consumo (piénsese por ejemplo en el semanal mercado de Tecnochtitlán en Mesoamericana antes de llegar los europeos al Nuevo Mundo), sino que lo desarrolló a niveles más diversos permitiendo a su vez los desarrollos y subdesarrollos de países, viajes y descubrimientos, colonialismos e imperialismos, contactos e intercambios de tecnología y productos. Una democracia es inconcebible sin la libertad de consumir. Lo que sí sabemos muy bien es que la «múltiple producción» de millones de objetos para el mercado global en estos momentos contribuye a un alto nivel de agotamiento de recursos naturales del planeta junto a la contaminación planetaria en distintas formas.



Pero lo interesante y cierto es que China, con su nuevo sistema de producción global, le ha dado a su población la posibilidad del «goce del consumo» dentro de un total control estatal de esa economía en tiempos actuales. Goce que en el caso chino mantiene contenta a la población, pero impidiendo, por otro lado, esas libertades mencionadas de partidos políticos o de medios masivos alternativos. Objetivamente le ha dado al ciudadano chino una «libertad», pero es «la libertad de consumir». Así el «neo-marxismo» chino resuelve impecablemente el problema que no pudo resolver el «socialismo real» previo (no se le ocurrió a la ex-URSS ni menos le interesa a Cuba ahora).



Esta reflexión última, con relación a China actual, parece cínica pero es lo que el socialismo/real-global chino (y vietnamita) están haciendo. ¿Esa situación durará para siempre en China? ¿Se levantará allí algún día un gigantesco movimiento para incluir en la «libertad de consumir» que le dio el Partido Comunista chino a su población la otra que tiene que ver con la «libertad de expresión y el derecho a discernir?» ¿Será esa la solución – la actual «revolución» en China- para los socialismo-reales que quedan, o los que vengan en el futuro, en los tiempos de globalización?



¿O en China se anuncia, como en una película de ciencia-ficción de Steven Spielberg, que allí finalmente tendrá lugar la devastación de todos nuestros recursos del planeta?





nota (1): Véase en «The Nation», 13 de diciembre de 2001, el traslado de maquiladoras desde México, América Central, a China. «En México el salario en esas maquiladoras y manufacturadoras es ahora un dólar y medio la hora, en China es 20 a 25 centavos la hora», ver: http://www.thenation.com/doc.mhtml?i=20011231&s=greider.





*Javier Campos. Escritor chileno. Profesor de Literatura y Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Fairfield, Connecticut, EE.UU.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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