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Espacios para un cambio moral


He tenido la suerte de conocer América, desde México al sur, y siempre he sostenido, quizá como un sueño esperanzador, que si se lograra coordinar los movimientos ciudadanos, generando gobiernos honestos, erradicando las prácticas corruptas, construyendo proyectos comunes -como podrían serlo los corredores bioceánicos, las redes integradas de energía, el turismo cultural regional o una gran economía rural comunitaria orientada a las exportaciones- en definitiva, si actuásemos participativamente, con una visión de continente, otro gallo cantaría en nuestra situación social.



Pero, desafortunadamente, la realidad muestra en el barrio el deterioro de las comunidades periféricas, en gran medida, como consecuencia de grupos de poder que han manejado la historia reciente y han asumido, sin capacidad contestataria, un modelo de capitalismo salvaje. Obviamente, hemos vivido un ciclo liberal extendido. El fenómeno global se ha expresado en el accionar planetario de gigantescas organizaciones supranacionales que han colocado sus enclaves en nuestros países.



El contrapeso necesario debió ser un Estado fuerte y probo, capaz de ejercer un control efectivo para que esos conglomerados no abusaran y fueran un aporte a los países. Cuando el Estado pierde o debilita su capacidad fiscalizadora, cuando la corrupción corroe la institucionalidad, es casi inevitable que aparezcan situaciones que afectan a la ciudadanía. Si no hay frenos al poder de los grupos, el poder del dinero para conseguir sus objetivos termina seduciendo a elites que, patéticamente, se inclinan ante el imperio del individualismo y el lucro, olvidando vetustas utopías y allanando el camino a los más turbios negocios, con sospechosas acciones de lobby, en desmedro del medio ambiente, de los pueblos originarios y de su cultura.



Se podrá decir que siempre la política tuvo cajas negras y formas de clientelismo, pero la amenaza en este periodo de globalización ha sido mayor, ya que se ha vivido no sólo la privatización sino también la desnacionalización de las principales fuentes de riqueza, que fueran generadas en el siglo pasado al alero de un Estado locomotora del crecimiento económico.



Han sido las grandes mayorías, en especial la clase media -integrada por todos nosotros, hijos de obreros, de marinos, de oficinistas, de comerciantes pequeños- la que va viendo depredada su calidad de vida, sufriendo la brecha económica y pauperizándose, principalmente en materia de espiritualidad y afectos.



El modelo neoliberal funcionó en América, dictaduras mediante, masacres y desterrados mediante. El miedo fue su base y eso se siente en Chile como una telaraña que inmoviliza. La gente aún se aísla, pretende cuidarse y salvarse sola, desconfía del vecino, desconfía del colega, cualquiera es un enemigo potencial. Y todos viven a la defensiva, aprovechando la más mínima ventaja, resignando valores, entrando en amoralidades profundas, que anulan el remordimiento y la conciencia que lo produce. El miedo sigue siendo la columna vertebral de nuestra sociedad.



El rango de lo posible, la capacidad de maniobra, depende de cuántas personas se animen a superar la abulia, el miedo, el individualismo, para unir esfuerzos y generar espacios alternativos al estilo dominante. Me tocó trabajar en diferentes países promoviendo los consorcios de exportación, las cooperativas, las joint ventures y modernizando los sistemas aduaneros de los países. Enfocando el tema de la internacionalización desde el sitial y las capacidades de las empresas familiares, pequeñas y medianas, para que ellas pudieran participar en algo de los flujos de riqueza que produce el comercio internacional.



Muchos proyectos modestos que he conocido, me han demostrado que efectivamente hay opciones al individualismo imperante y que el asunto es tener la convicción de las potencialidades del pueblo organizado, de la validez de los usos y costumbres de las comunidades locales y de los pueblos originarios, de la imperiosa necesidad de asociatividad y de la capacidad de aporte que tienen las casas de estudios. Con estos elementos en conjunción se puede emprender y generar riqueza, construyendo empresa, compatibilizando esfuerzo y calidad, con cooperación.



Desde otro punto de vista, para esta clase media, aún consciente de su potencial, pero abúlica, resignada a la repetición de ciclos tediosos de centralismo, plutocracia y doble estándar, el tema actual es organizar a los consumidores, defenderse de los monopolios, de los corruptos. Llegar a tener un mínimo control de las administraciones locales, de los servicios mal concesionados, del sistema financiero que esquilma a deudores pequeños. Creo que en esta clase media está latente la necesidad de recuperar espacios de confianza, de coordinación, aspirando a mejorar en algo el sistema de mercado, rescatando visiones alternativas que no caben en la óptica dominante.



Exagerando el optimismo, algo que podría sonar a expresión de deseo. Noto una reacción entre los jóvenes, que va ampliándose. Es un retorno a los estilos clásicos de familia unida por compromisos sólidos, con gran acento en la responsabilidad por cambiar por lo menos su microespacio, rescatando la amistad, reconstruyendo confianzas, bajándole el tono al hedonismo, elevando la crítica a un mundo de competencia salvaje que llega a la antropofagia, postulando si no una revolución altisonante ni una consigna libertaria inconsistente, sí un camino diferente para relacionarse en el terreno social y laboral. Tratando más allá de las quejumbres, de implantar una propuesta honesta, que permita combatir la corrupción como una aspiración ciudadana, transversal, supra ideológica, para hacer más humano el mundo en que les tocará crecer.


Hernán Narbona Véliz. Administrador Público, Licenciado en Relaciones Internacionales, Miembro de Periodistas frente a la Corrupción (escritorhnv@gmail.com).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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