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La libertad de nosotros, los republicanos


Eran los años treinta del siglo veinte y España se debatía en la decadencia. Del gran imperio de Carlos V y Felipe II ya no quedaba nada. El siglo de oro de las letras se había ido. La anarquía política destruía la monarquía y hacía imposible la república. Por aquellos años José Ortega y Gasset, un joven de 31 años, escribe revolucionando el ambiente intelectual: «Yo soy yo y mis circunstancias, si no las salvo a ellas no me salvo yo».



Rompía así con el idealismo que se apartaba del mundo, pero también clavaba sus agudos dardos en contra del materialismo que se entregaba servilmente al mundo. Si España quería salvarse debía hacerse cargo de sus circunstancias con el heroísmo de Don Quijote de la Mancha y el sentido práctico de Sancho Panza. España debía asumir el proyecto de excelencia que le imponía Europa, pues si España era el problema, Europa era la solución. Para ello esa España invertebrada debía tener un núcleo de dirigentes que supieran querer y supieran mandar rumbo al renacimiento de la España de las excelencias y heroísmos de los mejores.



Por esos mismos tiempos vivían su vejez otro león del pensamiento: Don Miguel de Unamuno. Este reclamaba en contra de todos y contra todo. Su vida era una agonía, es decir, una lucha de paradojas y contradicciones lacerantes. El mismo amaba el Cristo que había pintado Velásquez, pero como filósofo era sacudido por la duda y el racionalismo. Pues bien, Don Miguel de Unamuno dijo en una oportunidad al iniciar, creo, una exposición: «Perdónenme si hablo de mí, pero es lo que tengo más a mano». Por ello quiero escribir indirectamente de mí y de mis circunstancias. Quienes me conocen y me han acompañado en estos tres últimos duros meses de mi pública me entenderán bien.



Hemos hablado de la libertad. Quiero extender en un punto que viene al caso. Un republicano exige a sus autoridades que sus derechos sean respetados sin sufrir ni interferencias arbitrarias mediante la fuerza, la manipulación de las opciones disponibles, engaños, amenazas de castigos, ofrecimiento de dádivas a cambio del no ejercicio de un derecho, etc. Esa libertad es de no dominación, es decir, no estar en un circunstancias en que uno vive atemorizado por el pulgar del jefe, sea este político, empresarial u otro, al cual tiene que lisonjear, adular, saber caminar en su dirección, congraciarlo, entretenerlo y apaciguarlo cuando entra en ira, etc. Ser un republicano es jamás someterse a circunstancias en que uno vive bajo la gracia de otro, el poderoso, el jefe de la oficina pública, el señor local, el patrón de fundo, el dueño de la empresa, etc.



Por cierto, para tener esta libertad tenemos que tener garantizado lo propio. Los republicanos siempre hemos creído que todos tienen derecho a una propiedad privada esencial. Si uno no cuenta con casa propia y un oficio que le permita ganarse la vida, ¿podrá ser libre? ¿Cuál será su libertad ante el poderoso sobre todo si el débil ha formado familia e hijos que dependen de él? Los republicanos por eso han creído en el liberalismo que lucha contra eventuales poderes despóticos estatales. Pero también han bregado por extender el derecho a la propiedad para todos, pues quien no tiene lo propio verá amagada la base material de sus derechos a hablar y actuar sin miedo a la interferencia arbitraria.



Una vez escuché a Radomiro Tomic decir que a nuestros hijos había que criarlos enseñándoles que nunca debían aceptar como si valiesen menos que otro niño chileno, y que tampoco debían pedir que los tratasen como si valieran más que cualquier otro niño chileno. Es algo estéticamente feo y éticamente reprobable el «agrandarnos ante los chicos y empequeñecernos ante los grandes».



Jaime Castillo Velasco me enseñó que debíamos construir una «Patria para Todos», una comunidad de hombres y mujeres libres. Mal que mal, Jacques Maritain participó en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos esa que dice: «Los hombres y mujeres nacen libres e iguales en dignidad y derechos». La belleza de la igualdad nada tiene que envidiarle a la de la libertad y la fraternidad. Esta última palabra viene de «frater» que significa «hermano» pues somos todos hijos de un mismo padre, hermanos e iguales.



Como quiero ser un hombre libre y como todos los chilenos soy hijo de la espada de don Bernardo O`Higgins no acato ni acataré vivir en mi comunidad política como un siervo. Don Bernardo luchó por la república, es decir, por un sistema político donde todos tuviésemos derecho a una igual libertad. Por eso acabó desde la provincia de Concepción con la esclavitud, blasones hereditarios e intentó hacer lo mismo con los mayorazgos. El nos enseñó que jamás debemos andar buscando la gracia arbitraria del poderoso para acceder a cargos y honores. Los republicanos preferimos no tenerlos antes de pagar el precio del servilismo. Estas son mis circunstancias de hoy: saber querer y saber mandar, pagando todos los precios que haya que pagar por ello.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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