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Chispas saca la ética


El llamado Caso Chispas tuvo su final en la justicia civil con una abultada multa en millones de dólares, que sólo es una parte menor de lo ganado en la transacción. Ya se había establecido judicialmente que no hubo responsabilidad penal de los implicados. Es más, ellos se consideran y son considerados como exitosos empresarios; una categoría de por sí hoy cuasi mítica. De tal modo, como gente «decente» que son, se les puede encontrar en las páginas sociales o de negocios de los diarios; no en las de crónica roja.



Al parecer, que hayan infringido la transparencia del mercado de valores y ocultado información a sus representados para beneficio propio, sería la manifestación de su habilidad comercial. Los negociadores, como señala el fallo de 2004, «resolvieron en favor de sí mismos, vulnerando las normas legales que los obligaban a resolver a favor de sus representados». Aunque cabe preguntarse si no es sólo una falta a la ley que los siete ejecutivos que poseían el 0.06% de las acciones recibieran US$ 500 millones y US$ 1000 millones quienes tenían el 99,4%. Hacer negocios en el marco del libre mercado ha llegado a permitir —incluso por obra de libremercadistas que se supone convencidos— ir contra el propio mercado libre.



Ante este tipo de situaciones cabe preguntarse, ¿en qué pie queda la ética? Si seguimos la particular filosofía del ministro Eyzaguirre, expresadas a raíz de las denuncias de irregularidades en Codelco (El Mercurio, domingo 26 de julio, cuerpo B), caemos en cuenta que esas conductas ni siquiera deberían ser enjuiciadas desde esa perspectiva. Pues, desde su cientificismo positivista, «el plano de la ética es tan etéreo que no nos conduce a ninguna parte» y sólo habría que preocuparse de los aspectos legales.



Más allá de la insólita declaración del ministro (que incluso lleva a preguntarse si también les enseñará a sus hijos, o instruirá a sus subalternos, a no tomar en cuenta la ética), lo que queda es la materialización del sueño neoliberal de la mayor autonomía posible para los grandes negocios. La ley debe preocuparse de facilitar los menesteres de los creadores de riqueza y «reprimir» a quienes se pasan de la raya.



Lo preocupante es que esa raya está tan lejos que es casi imposible pasarse de ella. Pues, primero, las normas derechamente fueron concebidas para favorecer a los grandes agentes económicos; y, luego, o son vagas o —peor aún— ni siquiera hay voluntad política de aplicarlas. Así, nuestro particular modelo de justicia económica abre un amplio campo al surrealismo: Ud. paga más impuestos sobre sus ganancias que una multinacional minera, Celco detuvo finalmente su producción por decisión propia o el Sernac negocia con las multitiendas usureras en vez de demandarlas en Tribunales… Se explica que la mayoría del pueblo apoye a un gobierno que lo cuida con tanto esmero.



Esta peculiar situación nos lleva a preguntarnos qué pasa en la actualidad que parece que todo vale en los negocios y la corrupción campea. ¿Es que se han perdido los valores? ¿O simplemente estamos frente a otro tipo de ética? Max Weber, puntal de la Sociología y estudioso de la Economía, señala la especificidad del capitalismo moderno u occidental: es una forma ética. Es decir, una conducta que por medios pacíficos busca lucrar y donde ese deseo de ganancias se ve mediado o controlado no sólo por la ley —como le gustaría a Eyzaguirre— sino por un conjunto de valores, por un deber ser (la ética protestante del trabajo).



En otras palabras, el ámbito productivo-comercial se estructuró en base a un conjunto de valores. Y es desde ellos que se elabora una legalidad como una ética escrita, la cual a su vez funda su legitimidad en las normas morales de cada grupo. Esta legitimidad en Occidente radica en los legislativos electos (no sólo por ser una cuestión legal, sino sobretodo porque la democracia ha llegado a ser una cuestión valórica). Pues, de hecho, no todo marco legal implica un estado de derecho; históricamente las dictaduras de cualquier signo han sido un ejemplo de leyes ilegítimas e inmorales.



Volviendo a Weber, se tiene que no es capitalismo cualquier actividad que busque saciar el ansia de lucro. No es capitalismo la piratería; ni las «guerras» de los capitanes de industria renacentistas; ni Bush ocupando Irak para tener petróleo y asignar a dedo a los reconstructores del país que se enriquecerán con los contratos. La ética capitalista original, aún siendo un ideal, señala que las ganancias deben conseguirse por medios no sólo legales y pacíficos, sino moralmente aceptables: el trabajo honesto y el cálculo racional.



El problema que ahora tenemos es que la ética del trabajo que conseguía dinero, fue desplazada por una ética de la ganancia: el lucro como fin en sí. Este nuevo «deber ser» consiste en ganar dinero a cómo dé lugar. Si antes el cálculo racional legitimó la explotación al explicar «científicamente» la baja de los costos fijos (los salarios); ahora pareciera válido actuar como Enron, Celco, Yuraszeck o como los supermercados que venden comida vencida. Son expresiones de otra ética. Es la antigua moral y la ley las que estarían «atrasadas» respecto a los nuevos valores de los pillastres. El neoliberalismo ha terminado con lo que al menos fue la intención de una guía del capitalismo occidental, una guía ética justamente.



Entonces, que un economista como Eyzaguirre llegue a plantear que la ética no tiene nada que ver en el ámbito comercial, es una expresión pura de los nuevos valores «anticapitalistas». Lo cual no es raro, pues como dice John Galbraith —liberal convencido que no es un tecnócrata sino un intelectual—, los economistas históricamente han sido voceros de los ricos y para ser famosos dicen lo que aquellos quieren escuchar. Es muy distinto concebir la Economía como una «científica» ingeniería social preocupada del crecimiento y de su no intervención, que como una disciplina que estudia las conductas productivo-comerciales en su contexto sociocultural; del cual el ámbito ético es evidentemente una parte fundamental.



Por el triunfo de la limitada visión economicista se ha llegado a considerar intelectuales a los tecnócratas y a los grandes empresarios como héroes que desean lucrar para ayudar al progreso del género humano. Por eso el ministro Eyzaguirre nos ilumina con su singular filosofía por los medios. Y, respecto a Yuraszeck, no importa que haya encabezado la operación de enajenamiento de Chilectra para autoprivatizarse encabezándola, ni que negociara a su favor cuando representaba a otros. Seamos positivos, ¿se imagina qué hubiera pasado de haber sido encargado de la negociación de límites fronterizos?





(Para una exposición sobre la evolución de la Economía occidental desde una ética del trabajo a una del lucro, ver: http://es.geocities.com/paginatransversal/monareseconomia/)


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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