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La derecha ingobernable y el «efecto Juvenal»


Marcelo Bielsa, el célebre entrenador de la selección argentina de fútbol, definió lo esencial que debe tener un equipo para competir con posibilidades ciertas de ganar: «Un equipo es ante todo el respeto por cuatro o cinco ideas básicas que deben servir para conducirlo. Después hay que buscar la coincidencia colectiva. Y luego trabajar para que los jugadores incorporen esas ideas».



Si uno analiza retrospectivamente el desempeño como entrenador de la selección chilena de Juvenal Olmos, puede fácilmente concluir que hacía exactamente lo opuesto a la receta de Bielsa: cuando el equipo empezaba a afiatarse en torno a una modalidad de juego, cambiaba los esquemas; cuando un jugador estaba teniendo éxito en la creación de juego en el mediocampo, lo sacaba; cuando un volante creativo comenzaba a dar frutos, lo mandaba a posiciones defensivas. A ese comportamiento que, en términos negativos, podríamos calificar de «antiestratégico», en términos positivos este columnista lo calificará en lo sucesivo como «Efecto Juvenal». La salida de Olmos, desde luego, no fue si no la consecuencia necesaria de esta modalidad de concebir el juego o, sería más preciso decir: de no concebirlo en absoluto.



Exactamente lo mismo sucede con la derecha chilena. Las recientes declaraciones del alcalde De la Maza, el ex generalísimo de campaña de Lavín en 1999 y, hasta hace poco, parte integrante del círculo de los samuráis, no son más que una mínima manifestación de la crónica de la debacle anunciada causada por ese comportamiento antiestratégico en que se solaza la derecha, con una vocación suicida innegable.



Hubo un tiempo, previo a la irrupción de Piñera con su candidatura alternativa, en que parecía haber una estrategia, que no era otra que homogenizar a la derecha según el ADN de la UDI. Ello daba una imagen de coherencia, pero ocultaba la guerra intestina entre dos visiones: la integrista, autoritaria y neopopulista de la UDI y la liberal de los sectores de RN fieles al proyecto originario de Allamand y compañía (antes, desde luego, de la impresentable vuelta de chaqueta de este último).



La famosa «reingeniería» de la Alianza fue, de alguna manera, el punto de quiebre que abrió el camino a una toma de conciencia de los liberales de RN que la opción era aceptar la manu militari de los «aliados» o perfilar un proyecto propio.

Lo curioso de la lógica UDI es que después de humillar a Piñera y a lo que él representa en RN, querían que éste se sumara a una campaña «unitaria» que era pura ficción. En el verano, Manuel José Ossandón, el joven dirigente RN que había participado disciplinadamente en el esfuerzo unitario en torno a la candidatura de Lavín, afirmaba con amargura: «Lo peor es que todo el mundo dice que Sebastián Piñera puede abrir las opciones de Lavín hacia el centro y se supone que tenemos que atraer gente del otro lado, pero los invitamos y los estamos esperando con una metralleta». Piñera, por su parte, complementaba con un «Uno no se puede integrar a un grupo que te va a estar pegando patadas por la espalda y en las canillas todo el tiempo».



El resto lo conocemos: tanto fue el cántaro al agua que, al poco tiempo, y pasando por sobre el ascendiente de Allamand (fuertemente debilitado debido a su incoherencia política), Renovación Nacional proclamó la candidatura de Piñera.



Pero el «Efecto Juvenal» ya estaba largamente presente en la candidatura de Lavín. En pocos meses, éste había realizado recurrentes relanzamientos de campaña sin contenido ni estrategia claras: uno como Alianza; otro con su hijo, incapaz de comprender que una cosa es la diversidad cosmética (poner una figura liberal como «adorno» para la foto), y otra muy distinta una diversidad real que jamás encarnará una UDI llena de pinochetistas reciclados y fervientes Opus Dei; otra con Cristina Bitar, intentando una feminización espuria para intentar captar el voto femenino desplazado hacia las candidatas de la Concertación; otra con los Talleres Bicentenario; para después anunciar que en realidad la campaña comenzaría en agosto.



Entre medio, Cristina Bitar, en declaraciones a la prensa, agregaba un elemento New Age a la confusión general: «Tenemos que hacer una campaña positiva, propositiva y abierta, que reencante y que integre a los partidos, pero que vaya más allá de ellos. El sello de la campaña serán cuatro elementos: la solidez de la tierra, la fuerza del fuego, la transparencia del agua (¿la misma que han utilizado para «bajar» a Piñera ya no se recuerda cuántas veces?) y la frescura del aire. Joaquín quiere que se integre un quinto elemento: la pasión, porque él representa eso» (sic).



Poco tiempo después, como si las payasadas en la Municipalidad de Santiago no hubiesen bastado para mostrar sus limitaciones al respecto, otro asesor afirmaba: «Tiene que parecer estadista y enarbolar un sueño». ¿Parecer estadista? ¿No se comprenden los límites del marketing? Algo así como que un asesor de imagen italiano le dijera a la Cicciolina: «en su próxima campaña tiene que parecer virgen y abrazar el sueño conservador».



En esa misma línea de los límites del marketing, apareció después en la campaña el fervor derechista por la equidad: «Ahora te toca a ti»Â… como si un slogan pudiera borrar, de una plumada, décadas de conducta previa de la derecha. Desde esta misma columna ironicé al respecto en un artículo titulado «Subcomandante Joaco desde la selva de Neltume».



Para qué seguir. Honestamente, el punto de inflexión cualitativo en la campaña de Lavín es sintomático: de dar risa, pasó a dar pena. La autoproclamación de Longueira como candidato presidencial para el 2009 indicó claramente que su propio partido comenzaba a correr la lápida sobre un autista Lavín convencido aún de que va a ganar. Las declaraciones de De la Maza sólo agregaban unas flores sobre la tumba del candidato eterno.



El tono de tristeza y de desazón se ha apreciado nítido las últimas dos semanas entre los analistas de derecha: la columna de Gonzalo Cordero en La Tercera sobre la inoperancia de la vocación de poder de la derecha; la pesimista pregunta de Harald Beyer en El Mercurio del domingo 31: «¿Con qué derecha quedaremos?»Â… después de la debacle. En fin.



La ingobernabilidad interna de la derecha -potenciada al infinito por el «Efecto Juvenal»- es la prueba fehaciente que, como conglomerado político, tienen mínimas posibilidades de asegurar la gobernabilidad del país.



Entretanto, el único recurso que les va quedando es el sistema binominal que, contra la soberanía popular, les asegura el empate técnico a nivel parlamentario. Si hemos de continuar con las metáforas deportivas, imagine el lector poco informado al respecto que el sistema asegura que en el match electoral, después de arduos 90 minutos de juego que terminan en un macizo 6 a 4, el árbitro determina empate entre los dos equipos. O, mejor, que un partido de básquetbol donde la cuenta termina 65 a 35, el árbitro también decreta el empate. En una palabra, la ausencia de fair play está enquistada en las propias reglas del juego.



Así sobrevive la derecha. Así enfrentará sin mayor pánico el día después del 11 de diciembre. Ingobernable y cogobernando por bloqueo a la soberanía popular. Es allí donde la pena se transforma en vergüenza ajena.







Fernando de Laire D. es Doctor en Sociología. Autor del libro satírico «Las Aventuras del Alcalde Chanta», de reciente publicación. Comentarios al e-mail: fernando_delaire@yahoo.com.ar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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