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El huracán «Katrina»


He estado dos veces en New Orleáns, aquella hermosa ciudad del estado de Lousiana por donde pasó el huracán Katrina hace unos días incluyendo el estado de Alabama y el de Mississippi. El 80% de la ciudad de New Orleáns está bajo el agua llegando en algunos lugares hasta 20 pies cubriendo casas completas. El huracán entró por las costas del sur de EE.UU. y es uno de los más poderosos en 25 años destruyendo todo a su paso a una velocidad de 270 kilómetros por hora. Un militar dijo que es como si hubiera caído en esas costas una bomba nuclear.



Este lunes 29, martes 30 desde las alturas, periodistas de CNN reporteando desde helicópteros mostraban por las costas de los tres estados sureños regiones enteras y pueblos hundidos bajo las aguas cuyo costo de reconstrucción sube los 25 mil millones de dólares. En la historia de devastación de huracanes en EE.UU., dicen que como el huracán Katrina no hubo otro semejante.



También se dice que cientos de miles quedarán sin absolutamente nada, como mendigos, por varios meses o más. La ciudad llamada Mobile de Alabama está bajo las aguas completamente. Más aún, una parte de la plataforma de una excavadora de petróleo se incrustó en el puente sobre el río Mobile. Un hospital en el centro de la ciudad de New Orleáns ha tenido que evacuar a 1.000 pacientes críticamente enfermos por vía de helicópteros.



Cientos de gente son evacuadas en botes en lugares donde están atrapadas por el agua que después del huracán el nivel de ellas sigue subiendo. Las costas de esos tres estados están cubiertas de agua hasta varios pies tapando casas hasta el techo. Son kilómetros de casas bajo el agua.



Autoridades dicen a la gente -que evacuó New Orleáns un día antes en miles de carros saliendo de la ciudad- que no deben regresar por lo menos en tres semanas o más. Les están diciendo algo que no pueden creer: «Si sus casas desaparecieron no hay nada que hacer y eso no cambiará la situación en tres semanas más». New Orleáns es una ciudad sitiada ¿y esos miles de personas que salieron en sus carros, en sus SUV, que harán?



En reciente entrevista de la periodista de CNN Paula Zahn, a una persona de la ciudad de Biloxi, Mississippi, retrata como un testimonio general lo que les ha ocurrido a cientos de miles en los tres estados sureños. «Hace una hora que fui a mi casa y no estaba. El edificio de apartamentos donde vivía cerca del océano estaba cubierto por el agua. Nada quedaba allí, todo sumergido. Un vecino mío había construido recién una casa de un millón de dólares, toda su casa destruida y hundida bajo el agua. Manejamos hacia donde están los casinos en Biloxi (la costa de Mississippi) y esos parecen sin problemas pero hay carros volcados y casas en medio de las calles y se ve gente sin saber donde ir, como mendigos. Algunos sólo tienen una bolsa sobre sus hombros. Hay pedazos de casas, botes y carros amontonados por todas partes. Es una catástrofe. Todo lo que encontré en mi casa de esos apartamentos fue un zapato mío y nada más. Hay pedazos de concretos de edificios colgando de los árboles.»



El testimonio arriba de una mujer norteamericana de clase media, afectada por una catástrofe como esas que hemos visto en varias películas de desastres geológicos o de extraterrestres, creadas por directores de este país, poco se diferencia de otros miles o de millones que ha sufrido por el planeta (el hace poco Tsunami en Asia) calamidades semejantes. La diferencia, dicen otros medios del mundo, es que EE.UU. es una sociedad rica, opulenta y que se volverá a reconstruir todo allí más pronto que tarde. El gobierno federal al declarar zona de catástrofe a esas regiones inyectará billones de dólares (que vienen en parte de los impuestos de todos los norteamericanos) para esa reconstrucción. También lo harán las compañías de seguro (dicen que pagarían más de 25 billones con este huracán) y ese vecino de la mujer que testimonió arriba, probablemente recibirá ese millón de dólares para reconstruir su mansión a orillas de Biloxi.



Es cierto que como ningún otro país del mundo EE.UU. tiene recursos inmediatos a parte de una infraestructura de todo tipo para comenzar una reconstrucción al instante de cualquier zona desbastada ya sea por cataclismos naturales o incluso por cualquier ataque extra-terrestre. En esto último las películas de ciencia ficción como «El cuatro de julio» («Fourth of July») no son tan alejadas de la realidad norteamericana como pensamos. La televisión de EE.UU. está mostrando una devastación en su propio territorio y a su vez mostrando los recursos que empleará para reconstruir todo aquello lo que en otros países del Tercer Mundo costaría décadas en recuperarse.



Lo que sí se ha mostrado por la televisión aquí, porque era inevitable no hacerlo, es que la gente pobre está totalmente fuera de la ayuda de una compañía de seguros para reconstruirle su casa hundida bajo el agua. Ellos no recibirán ninguna ayuda substancial a parte de poner a los pobres en albergues momentáneos. Son como esos que se vieron, cerca de 10.000 personas (ahora sube a casi 20.000 ), alojarse en un gigantesco estadio en New Orleáns porque no tenían ni carro para salir de la ciudad ni menos dinero para pagarse hoteles en otro estado cercano y esperar por meses para regresar a su hundidas casas que jamás llegan (ni llegarán nunca) al millón de dólares. Un hombre negro dijo en ese estadio: «No estamos evacuándonos sino que vinimos aquí porque no tenemos otro lugar donde ir. Ni pasajes para tomar un avión para largarnos a otro estado ni dinero para pasar en un hotel con nuestra familia por un mes fuera de aquí».



Luego del huracán, por otro lado, la televisión está mostrando a los que se quedaron en New Orleans en sus casas porque no tenían donde ir. La mayoría es gente negra y sin duda pobre que está asaltando (no la mayoría) supermercados porque no hay comida ni agua suficiente. A causa de esa situación desesperada se impuso «La ley marcial» para atajar el vandalismo que ocurre en situaciones como la que está ocurriendo en esos tres estados del sur («profundo») norteamericano. Se ha visto por ejemplo a «La guardia nacional» y a la policía en New Orleans con armas apuntando a gente, a muchachos negros que arrancaban con cajas llenas de comida, ropa, botellas de bebidas, etc.



Según el Departamento del Trabajo ser pobre en EE.UU. es ganar menos de 13.000 dólares al año. Con ese salario, si además se tiene dos o tres cargas familiares, apenas se sobrevive y el sueño americano no es para ellos. No es para ellos comprarse un SUV gigante que aumenta la crisis energética, y salir sin problemas de la ciudad antes que llegue el huracán y quedar atrapados en un infierno sin comida ni agua, y pasearse por una ciudad en ruinas. Un comentarista de TV dijo que las escenas de gente robando habían «chocado al resto de Estados Unidos». Sin duda es un choque pero si no explican sobre lo que ve la gente frente a sus televisores, y en el resto del mundo, todos creerán lo que ven: una turba de gente pobre, desesperada y negra, que se apoderó de las calles de New Orleáns.



Ellos son parte de aquellos 43 millones de norteamericanos pobres (según últimas estadísticas) que jamás siquiera se habrán paseado antes por los balnearios de su propia costa en Lousiana, Alabama o Mississippi. Tampoco esos 43 millones tendrán por cierto seguros médicos ni pueden enviar a sus hijos a universidades. Esas cosas no se discuten en la televisión estos días de la catástrofe sino que siguen mostrando imágenes de supermercados invadidos por la «otra» gente de su propio país. Resulta que esos «extraterrestres» también habitaban (y habitan) en el propio Estados Unidos. Son ciudadanos de aquí pero los comentaristas y los medios masivos no saben cómo reaccionar ante esa turba de gente que parecía estar viviendo debajo de la tierra y «recién» es descubierta.



Es cierto, en este país de la abundancia los 43 millones de pobres no son tantos en relación a sus 280 millones de habitantes. Pero la televisión mostró (y continua en ello) al resto de este país, y al mundo entero, que en ese gigantesco estadio de New Orleáns, y en las calles de aquella ciudad y por las costas de los tres estados después del viento y lluvia de la muerte del huracán Katrina, hay también otra «América» «sumergida» bajo las aguas.



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Javier Campos es escritor. Reside en EEUU

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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