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Mujeres, apariencias y ejercicio efectivo del poder


La anunciada paridad de sexos propuesta por Michelle Bachelet en la conformación de su nuevo gobierno (a ganar, por cierto) nos desafía a una tarea que va en un plano muy superior a lo meramente numérico. Reconozco el mérito mismo de sumar más mujeres al ya inflado 20 por ciento promedio de participacion femenina en los gobiernos de la Concertación. Al mismo tiempo, sin embargo, quisiera fantasear con que esto implicará una posibilidad real de intensionar liderazgos con mayor capacidad de transformación. Liderazgos que permitan -de manera real y no aparente- superar el predominio de protagonismo que tienden al enquilosamiento del Estado, a la administración por sí sola, a la forma aprendida de hacer las cosas, más que al impulso de políticas y proyectos efectivamente democráticos y equitativos.



Coincido con quienes sostienen que no es una condición sine quo non de las mujeres la capacidad transformadora. Consecuentemente, tampoco sostengo que sea un factor masculino el que nos haya llevado a un sistema en el que el sometimiento a los poderes fácticos y las redes de relaciones responda a las influencias de coaliciones ensañadas con la mantención de las cuotas de poder por sí mismas más allá de fines societales comunes.



Sostengo, sin embargo, que en el ejercicio de un cargo publico la experiencia acumulada arroja que es más fácil para un cierto tipo de protagonista- normalmente, aunque no exclusivamente, de sexo masculino, de mediana edad y con amplia experiencia en el campo de batalla del poder- «administrar» o «representar» mejor que ejercer y tener realmente la capacidad de tomar las decisiones.



No cabe duda que en algunos cargos de gobierno, especialmente en aquellos de segunda línea, existe una clara distinción entre la apariencia de»estar a cargo de» y la posibilidad de tomar efectivamente las decisiones. No es lo mismo tener la responsabilidad administrativa que ejercer de verdad una dirección, con un camino trazado, conciente y estratégicamente que permita impulsar procesos colectivos en forma consensuada.Dirigir, si n embargo, en un Estado democrático como el que impulsamos requiere, como mínimo, estar libre de presiones de las coaliciones que te sustentan o no en tal «poder».

No podemos ignorar que, en muchos casos, en la toma de decisiones en nuestro país el mundo de las apariencias predomina al de la realidad, conformándose así un círculo vicioso de relaciones y decisiones que distan de los nortes trazados originalmente por la coalición gobernante. Formamos parte, por tanto, de un escenario que justifica su existencia en cuando actúa de una forma políticamente correcta en la imagen que proyecta hacia sus propios protagonistas.



Demás está insistir en que las decisiones en nuestro país se toman en círculos cerrados, conformados mayoritamnriemente- sino exclusivamente- por hombres, quienes a su vez tienen amplia incidencia en estos diferentes planos. Por cierto, a ellos sólo se accede a través de amistades y/o alianzas precisas y concretas en fines determinados.



La decisión de incorporar a más mujeres en el gobierno de Michelle Bachelet (cuyo nombramiento tuvo un proceso que simboliza la esencia de la fantasia planteada acá) obliga necesariamente a que existan féminas capaces de ganarse ese acceso al círculo interior de toma de decisiones. El precio de entrada, no obstante, tanto para ellas como para aquellos que aspiren al poder no sólo en «apariencia» conlleva el riesgo, de acuerdo a la observación de proceso democrático actual, al menos, de una posible pérdida de autonomía. Ni siquiera pensar en que esto pueda llevar incluso a una pérdida de integridad. La integridad, que quede claro, entendida no en el restringido sentido de la generar directamente actividades corruptas sino también en actitudes que eluden una honesta asunción de la complicidad.



Lo asistémico, aquello que rompe con esta apariencia, conlleva en sí misma esa capacidad tranformadora que tienen algunos tipos de protagonismos que si bien no es exclusivo, puede ser potenciado positiva y favorablemente, por una incorporación de mujeres en el poder.



Y es que, primero, las mujeres acceden a cargos publicos, ya sean designadas o electas, sobrellevando la carga y el contraviento de una vocación que no surge de manera natural: si lo hace es por que efectivamente es más importante que cualquier otra responsabilidad. Segundo, por ser mujeres y por estar accediendo al círculo de poder, tendrán que demostrar doblemente que son capaces y con resultados concretos. Así dadas las cosas, quiero creer que existen posibilidades reales de pasar de tener el poder aparente a un ejercicio real de liderazgo tranformador, impactando profundamente las raices de uno de los desafíos más anhelados de nuestro proceso democrático.





Patricia Varela es periodista.






  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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