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La tribu


El Presidente Lagos, en carta a El Mercurio, lo ha calificado como «un diario al servicio de una tribu, la tribu que desea sembrar el odio.» Es probable que dicha calificación a este medio pase a la historia junto a aquella del Presidente Allende, que alguna vez lo llamó «la yegua madrina de la reacción.» No interesan mucho, realmente, los motivos que haya tenido el Presidente o si es apropiado lo que dijo, aspectos en torno a los cuales se ha levantado una gritería, en la cual incomprensiblemente han coincidido la derecha y la izquierda. Lo importante es su dura calificación a la elite chilena. Tiene toda la razón el Presidente Ricardo Lagos. Esta se parece bastante a una tribu y está todavía ofuscada por el odio.



Como constata el historiador Alfredo Jocelyn Holt, la elite chilena tiene un núcleo conformado por descendientes de colonos españoles pobres, instalados en el siglo XVI en este agreste territorio ubicado en los márgenes del antiguo imperio incaico. Nunca fue Chile lugar de grandes señoríos, tampoco antes de la conquista, y es así que las primeras 80 encomiendas indígenas censadas por el oidor de Santillán hacia 1550, contaban por lo general entre 30 y 50 indios cada una y la mayor tenía menos de 300.



En Perú y la zona Andina, o en México, en el mismo tiempo, los conquistadores o sus antecesores, los emperadores indígenas, se enseñoreaban cada uno sobre miles de indios. La abismal diferencia en este aspecto, de Chile con los países mencionados, se evidencia en los magníficos monumentos que se encuentran en aquellos, tanto de la época pre-colombina como de la colonia. Una pequeña ciudad como Cuenca, en la sierra ecuatoriana, tiene muchas más y más grandiosas iglesias coloniales que las que se pueden encontrar en todo Chile y las de Quito superan las de Barcelona. Sin mencionar los monumentos de todas las épocas pre modernas que se pueden encontrar en México, que no tienen igual en todo el mundo, a excepción quizás de los que se pueden admirar en El Cairo.



En otra historia, la elite del Brasil entre otras, se formó asimismo en el esplendor de un imperio esclavista que perduró hasta fines del siglo XIX. En otra historia todavía, la poderosa elite Rioplatense tiene una historia empresarial moderna que se remonta un siglo atrás, cuando esa región recibió una marea migratoria, proveniente principalmente desde Europa, que sólo se asemeja a la recibida por los EE.UU.. Nada de eso se encuentra en nuestro país. En contraste con las mansiones coloniales de aquellos países, hacia 1830, María Graham, la aguda e irreverente amiga de lord Cochrane, observaba que una cabaña de pescadores escoceses contaba con mayores comodidades que una casa patronal chilena. Cuando Buenos Aires llegaba al millón de habitantes a principios del siglo XX, Santiago era apenas una pequeña ciudad de provincia.



Sin perjuicio de su relativa modestia y quizás por eso mismo, sin embargo, la elite chilena conformó un tejido tupido y forjó rasgos de carácter que la hicieron muy fuerte. Estructuró tempranamente un Estado muy centralizado y consolidó su control sobre el territorio, el que amplió considerablemente luego de derrotar a sus vecinas de más al norte, muchísimo más ricas que ella. Al mismo tiempo, dichos rasgos le permitieron ejercer su hegemonía con un grado apreciable de consenso y con un duradero y notable apego a la democracia representativa.



Jocelyn Holt observa que la elite chilena basada en la propiedad agraria fue una experta secular en la cooptación de nuevos allegados, enriquecidos en actividades no agrícolas. Mediante matrimonios de conveniencia y otros medios, incorporaron gustosos a estos nuevos miembros, sin menospreciar tampoco, que la disponibilidad de caja de estos últimos era usualmente harto más holgada que la suya propia. Esta fusión no estuvo exenta de conflictos, ni mucho menos. Sin embargo, superó asimismo con éxito los agudos enfrentamientos entre las fracciones conservadoras más ligadas a la tierra y la Iglesia, y las liberales y radicales, más ligadas a mercaderes, mineros y financistas, no sin antes enfrentarse en sucesivas guerras civiles a lo largo de todo el siglo XIX.



Menos exitosos, sin embargo, fueron sus intentos de cooptar a nuevos miembros de la elite que emergieron durante el siglo XX. Sólo parcialmente lograron cooptar a quienes se enriquecieron en la industria y el comercio moderno. Estos mantuvieron por lo general una posición bastante más independiente y sustentaron en medida no menor a gobiernos que impulsaron reformas que afectaban seriamente a los terratenientes tradicionales.



A quienes nunca logró cooptar fue a la burocracia civil y militar, surgida al alero del creciente aparato estatal. Los servidores públicos fueron por lo general grandes impulsores de la modernización económica y social del país. Construyeron el Estado desarrollista de bienestar social del siglo XX, el cual enfrentó crecientemente a la vieja oligarquía agraria.



El Estado desarrollista nació de un movimiento militar progresista el 11 de septiembre de 1924, tuvo un fuerte impulso en los gobiernos del Frente Popular y su obra modernizadora alcanzó su climax en las profundas reformas impulsadas por el gobierno del Presidente Frei Montalva y los cambios revolucionarios realizados por el gobierno del Presidente Allende. Se apoyó en las emergentes clases medias urbanas, incluyendo al naciente empresariado moderno, y un movimiento obrero y popular cada vez más amplio, poderoso y radical, que desde mediados de los años 60, se fortaleció con el despertar del campesinado.



El período desarrollista culminó, como se sabe, con el sangriento golpe contrarrevolucionario de Pinochet. Sin embargo, por mucho que éste hubiese querido volver atrás la historia, no tuvo más remedio que caminar sobre la nueva realidad social que el país heredó del desarrollismo, las reformas y la revolución. Lo principal de la obra de éstas demostró ser en definitiva irreversible. El inquilinaje terminó para siempre y los latifundistas tradicionales fueron reemplazados por sus hijos, a quiénes se devolvieron pequeñas reservas que, al no poder albergar campesinos, sólo podían ser explotadas con trabajo asalariado externo.



Aunque los campesinos que más merecían tierras, aquellos que habían apoyado la reforma agraria, no recibieron ni una sola hectárea, sino que fueron expulsados a los caminos. Cuando lograron escapar del «poroteo» de los ex latifundistas y el fusilamiento de los carabineros y militares que los acompañaban Aún así sus nombres son mayoría en la lista de detenidos desaparecidos y ejecutados por la dictadura, esculpida en piedra en el cementerio general. Sin embargo, otros campesinos, muchas veces los más fieles a los latifundistas, recibieron parcelas y muchos las conservan. Sobre estas bases se desarrolló el capitalismo en el campo, que ha transformado en pocos años el paisaje y la economía de Chile.



Es cierto, por otra parte, que los recursos naturales nacionalizados por el presidente Allende en buena medida están nuevamente en manos privadas, extranjeras en su mayor parte, las que se llevan dos tercios del cobre extraído sin pagar un peso. Sin embargo, también es verdad que Codelco ha casi triplicado su tamaño desde la Unidad Popular a esta parte, y ha financiado buena parte del presupuesto público durante todos estos años.



El pueblo y los trabajadores perdieron muchas cosas, incluso la vida de muchos de sus mejores hijos. Pero no se le pudo quitar lo logrado en nutrición, salud, educación y urbanización, aspectos que pese a las dificultades continuaron progresando, apoyados principalmente en los servicios sociales públicos. Estos, construidos por el desarrollismo, si bien fueron severamente deteriorados por la dictadura, no se desmantelaron del todo, y se han recuperado en forma significativa a partir de 1990. Incluso en previsión, todavía el 80% de los adultos mayores y el 90% de los mayores de 70 años siguen recibiendo pensiones públicas. Aún con salarios reducidos a la mitad después del golpe y que sólo al despuntar el siglo XXI recuperaron su poder adquisitivo alcanzado treinta años antes, con menos derechos laborales, elevado desempleo y trabajos muy precarios, sin embargo, la fuerza de trabajo prácticamente se ha triplicado, desde el Gobierno Popular hasta ahora.



La tribu reaccionó violentamente contra Allende, tras la conducción hábil de su yegua madrina. Se armó, salió a la calle y rápidamente se hizo experta en las artes del terrorismo y la contrarrevolución de masas. Especialmente, recordó sin mucho esfuerzo el valor político, en esas circunstancias, de desatar su ancestral odio de clases. «Junten rabia chilenos,» fue su consigna principal. Con crueldad y miserable bajeza, repitió contra Allende y sus seguidores los crímenes y saqueos que protagonizó contra Balmaceda y los suyos.



Para enfrentar al gobierno de Chile, la tribu no dudó en aliarse con la principal potencia extranjera, la misma que financió a El Mercurio y acogió a su propietario durante su voluntario exilio en una gerencia de la Pepsi Cola y donde el Presidente y su asesor de seguridad lo recibían habitualmente. Pero todo ello no fue suficiente y el Gobierno Popular resistía todos sus embates, mientras el pueblo en que se apoyaba le perdía a la tribu completamente el respeto.



Recurrió la tribu entonces a la conspiración sediciosa, apoyada en la única parte de la burocracia del Estado con la cual mantenía lazos más o menos estrechos, la Marina, y aprovechando que la desafección de la clase media con el gobierno generaba un descontento creciente en la oficialidad de las otras ramas de las FF.AA.. La traición de Pinochet y la debilidad de los mandos democráticos y del propio del Gobierno no fueron factores menor en el éxito de la tribu en poner a los militares contra el pueblo y la parte civil del Estado.



El Presidente Allende y la Unidad Popular supieron desatar y conducir una revolución, pero quizás no entendieron que luego que éstas cumplen sus objetivos principales, al igual que ocurre con las huelgas, a las revoluciones también hay que ponerles término. No entendieron que para legitimar ante la clase media y los propios militares el imponer orden a la reacción sediciosa de la tribu, era indispensable imponer simultáneamente orden en sus propias y revoltosas filas.



¿Que fue de la tribu después de la revolución y la contrarrevolución? Cortados definitivamente por la reforma agraria las cadenas que la ataban al campo tradicional, se transformó en el núcleo de una clase empresarial moderna, agresiva, que ha dirigido la pujante transformación capitalista de Chile y se expande hacia los países vecinos.



Sin embargo, su carácter quedó marcado en forma perversa por su odiosa reacción contra la revolución y su adhesión irrestricta a la dictadura criminal y corrupta de Pinochet. Le sigue penando el demonio revanchista contra el pueblo y el Estado que la poseyó durante la revolución, el golpe y sus secuelas. Sigue abrazando con fervor la locura neoliberal que el mercado es capaz por si solo de resolver todos los problemas. Sigue manteniendo sus códigos y «valores» provincianos y excluyentes, y favoreciendo endogámicamente a sus miembros, pagándole al más tonto de ellos un tercio más que al más inteligente de los que no llevan sus apellidos. Sigue presa del espíritu egoísta que la ha llevado a acaparar para sí misma la mitad del ingreso y la mayor parte de las riquezas del país. Se acostumbró a imponer su voluntad como un niño mal educado, guarecido tras los faldones de un padre poderoso y sin escrúpulos.



Todavía le falta mucho para librarse de este estigma. Son muy importantes, en este aspecto, los cambios que operan en su seno, y que afectan especialmente a sus generaciones más jóvenes, que no fueron pervertidas como sus padres, por la contrarrevolución y la dictadura. Es indispensable que se impongan en su seno visiones consecuentemente democráticas, liberales y modernas, pero al mismo tiempo compasivas y preocupadas del bienestar y los derechos de todos. Sin embargo, no se puede esperar a que la tribu cambie desde adentro, lo que ocurrirá sin duda alguna, pero llevará mucho tiempo.



Más allá del severo reto del Presidente Lagos, muy merecido por cierto, la tribu necesita un buen correctivo, que hasta ahora no ha recibido sino muy parcialmente. No sólo debe estar por un buen tiempo más marginada del gobierno. También la ciudadanía debe derrotar ejemplarmente y remover del escenario político y de la vista del público a sus representantes más prepotentes y ligados a la dictadura – usualmente personajes ansiosos de escalar posiciones en la tribu. Hay que desmontar, desde luego, el mecanismo perverso que le otorga y sigue otorgando desde el parlamento poder de veto sobre los asuntos nacionales. Terminar con el binominalismo es la clave, desde el punto de vista de las instituciones, puesto que permitirá rediseñar el sistema actual de alianzas políticas y hacer posible completar las reformas democráticas y económico sociales que el país requiere con urgencia y la tribu impide realizar.



La tribu, por su parte, no cambiará si no se la obliga a cambiar. Aunque lo necesita vitalmente, para no seguir cayendo en la decadencia inevitable a que son condenadas las clases dirigentes que se cierran sobre si mismas. Sólo así podrá volver a ejercer de manera plenamente legítima, abierta y permeable a todos, su papel dirigente en la sociedad chilena. Por la razón más que por la fuerza.



Manuel Riesco, economista del Cenda (mriesco@cep.cl).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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