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La globalización que hay que fortalecer


El proceso de mundialización no es nuevo. Quizás el primer gran hito es la llegada de Colón a América hace más de 500 años. Pero no hay que confundir esta corriente con la globalización, que es un proceso diferente, que tiene incorporado un proyecto político e ideológico que va más allá del intercambio comercial y que abarca amplias dimensiones.



En efecto, la interrelación entre las economías a las que se refiere la globalización es un suceso que desde siempre ha estado presente en la historia de la humanidad. Las naciones, comunidades y economías han tenido distintos grados de integración comercial desde los albores de la sociedades. Sin embargo, ésta no ha mostrado una constante crecimiento. Muy por el contrario, ha variado fuertemente a través de los años debido a factores políticos, económicos, geopolíticos, culturales y tecnológicos. Un ejemplo han sido los que sufrió la estructura de Europa sólo en el último siglo: desde atravesar dos guerras mundiales y la formación de imperios hasta la unificación comercial, la implementación de una moneda única y la creación de una constitución que regirá a toda la Unión Europea. Así, las sociedades han pasado desde profundas enemistades políticas hacia modelos de integración comercial y política de proporciones inimaginables.



Pero entonces, la pregunta clave es ¿qué hace de la globalización un fenómeno diferente? Varias son las respuestas: La magnitud, velocidad y amplitud. La globalización se caracteriza por abarcar a un gran número países, por avanzar a una velocidad mucho mayor que los procesos de integración previos y por influir sobre muchas más variables que las puramente comerciales, repercutiendo sobre campos tan diversos como el político, social, cultural, financiero y ambiental. Este ámbito es sin duda el elemento que distingue a la globalización del intercambio comercial. En efecto, la influencia social -en el amplio espectro de la palabra- cambia diametralmente la forma de entender el desarrollo, ya que indudablemente esta presión ejerce transformaciones sobre la política pública de las naciones. Esta es la crítica central hacia la globalización: la interdependencia y las constantes cesiones de soberanía que nacen de los acuerdos bilaterales o multilaterales restringen las acciones de los gobiernos, los que terminan por aplicar políticas correctivas sobre estrategias de desarrollo impuestas por la lógica de comercio mundial.



Es necesario distinguir entre liberalización comercial y compromisos en materia de políticas públicas, especialmente en lo que se refiere a la protección a la inversión y propiedad intelectual. Esto último no tiene nada que ver con el libre comercio, por el contrario, al aplicar estas medidas los Estados fijan una estructura productiva y, como en el caso de Chile, establecen medidas para profundizar los modelos económicos imperantes. De hecho, las políticas aplicadas por los organismos multilaterales -como reducción de aranceles, apertura comercial, eliminación de los controles de capitales- han significado, en al práctica, mayor volatilidad internacional e inestabilidad comercial. De hecho, la aplicación de medidas sin considerar factores sociales, económicos y políticos ha sido la principal fuente profundización de las crisis económicas de América Latina. En resumen, el problema no es liberalizar el comercio en sí mismo, sino que la restricción que se genera a la flexibilidad de las política públicas.



Por otro lado, nuestros gobiernos -y particularmente el de Chile- ven los TLC’s y la inserción internacional como «La» estrategia de desarrollo. Sin embargo no lo es. En el mejor de los casos sólo puede formar parte al distorsionar las opciones de la sociedad para tener una estrategia de desarrollo global del país.



Además, estos tratados y la forma que tenemos de apertura, asociado a los compromisos en materia de políticas públicas, fortalecen los derechos privados (propiedad intelectual, inversiones etc) en contra de los públicos (utilidades públicas, salud pública, educación pública etc.)



Finalmente, modelos como el de la APEC expresan lo peor de la globalización, fortaleciendo los derechos e intereses de empresas y privados, pero que nada dicen de lo positivo de este proceso: Se globalizan los derechos universales, los derechos humanos y los conceptos sobre bienestar social. Gracias a la globalización es que se han propagado, por ejemplo, las ideas de desarrollo sustentable o comercio justo nacidas en Europa. Es esa globalización la que queremos fortalecer, no la otra.





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* Sebastián Ainzúa Auerbach es coordinador Programa de Economía y Globalización de la Fundación Terram

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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