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Momento amargo, momento oscuro


El domingo 11 de septiembre, el presidente Lagos, con osadía, utilizó el texto más potente de la historia política chilena, el último discurso de Salvador Allende, para apuntalar el andamio de su nueva doctrina de «reconciliación», ejemplificada, entre otros «gestos», en la excarcelación de uno de los autores materiales del asesinato de Tucapel Jiménez y en el nombramiento de Rubén Ballesteros a la Corte Suprema.



No puede ser mayor el contraste entre la situación del presidente Allende, un hombre derrotado que ya ha visto en los pasillos del palacio la sombra de su propia muerte, y la de Lagos, un presidente exitoso y admirado que se expresa a cielo abierto, una mañana de sol primaveral. De los dos momentos históricos, sin duda que es preferible el presente, con el golpista Pinochet desprestigiado, negado infinitas veces por sus antiguos devotos, y con una derecha fraccionada que sobrevive políticamente sólo porque la Concertación no ha tenido ni la capacidad ni la voluntad de cambiar el sistema electoral heredado de la dictadura.



Sin embargo, el resplandor del presente se opaca cuando se comparan las palabras de los dos presidentes y se revela que la pesadumbre combativa de Allende es más lúcida y genuina que el forzado optimismo conciliador de Lagos. Hasta los enemigos de Allende reconocen que en ese último discurso se revelan verdades innegables y, sobre todo, una gran consecuencia. En el caso de Lagos, incluso quienes hemos creído en el proyecto de la Concertación y celebramos sus logros, oímos una nota de falsedad e inconsecuencia que nos hace encogernos de indignación y hasta de vergüenza.



Para citar a Allende hay que tener mucho cuidado, sobre todo en estas fechas, y más aún si Lagos, quien lo nombra ahora con tanta seguridad, antes tendía a aludir al presidente derrocado como si estuviera comiéndose el pescado más espinoso de nuestras contaminadas costas. Si va a citarlo ahora, por lo menos tiene que ser preciso. No se trata de un fetichismo verbal inconsecuente, porque la palabra de un presidente tiene fuerza en cualquier circunstancia, incluso cuando es errónea. Esto fue lo que declaró Lagos a la salida del Te Deum en Jotabeche: «El presidente Allende en su mensaje final dijo ‘Llegarán otros hombres para superar este momento gris y oscuro’. Creo que está llegando el momento de superar ese momento gris y oscuro».



Las palabras de Allende no fueron ésas. Tal vez para algunos las diferencias son demasiado sutiles como para prestarles atención, pero para quienes creemos que la palabra importa (en un país de historiadores y poetas), el contraste resulta revelador. Allende pronuncia la frase cambiada por Lagos justo antes de enunciar su visión más espléndida y duradera de esperanza: «Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo [se] abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor». Esa imagen de esperanza, grabada a fuego en la conciencia del mundo, es la culminación del testamento político que Allende improvisa mientras empiezan a caer las bombas. Su lucidez se manifiesta no sólo en esa gran visión liberadora, sino en el marco que la precede, donde se entregan las condiciones para que haga realidad y donde se nombra el interlocutor histórico que el presidente privilegiaba: «Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse». A pesar de estar hablando del futuro, Allende se refiere a lo concreto y palpable de su situación histórica: el gris imborrable de esa mañana y la amargura que produce toda deslealtad y todo fracaso.



En su versión, evidentemente pensada de antemano, Lagos cambió «amargo» por «oscuro», y omitió la parte que caracteriza el momento histórico con mayor precisión: «donde la traición pretende imponerse». El traspié lingüístico evidencia no sólo descuido con el lenguaje y con la historia sino que pone en relieve la desidia conceptual de su intento de forzar la reconciliación. La oscuridad nombrada involuntariamente por Lagos se aplica muy bien, eso sí, a la falta de transparencia en torno al giro que él le ha dado a la posición oficial con respecto a las violaciones de los derechos humanos. Se trata de un momento gris y oscuro, sin duda, que amenaza con opacar los brillos que pudiera tener este sexenio. Lo peor, sin embargo, es que perpetuará -y con razón-la desconfianza de la ciudadanía en la justicia, postergando quizás por cuánto tiempo más esa «sociedad mejor» que vislumbró Allende y a la que siguen aspirando millones de chilenos.



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Roberto Castillo Sandoval, escritor chileno radicado en Estados Unidos. http://noticiassecretas.blogspot.com

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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