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Las desigualdades que nos ofenden


Chile ha avanzado mucho los veinte últimos años. Al crecimiento económico de mediados de los ochenta se agregó el desarrollo democrático y la paz social en los noventa. Así lo demuestra el lugar en que se ubica Chile en el Índice de Desarrollo Humano. Sin embargo, seguimos teniendo una de las peores distribuciones del ingreso en el mundo. Ello atenta contra la estabilidad democrática, la cohesión social y el propio crecimiento económico. Por ello se impone un nuevo consenso social que se ponga como meta el promover la igualdad de derechos. Uno de los campos en que tal política debe desarrollarse es territorial, es decir, velando por que nuestra sociedad promueva los mismos derechos para todos, independientemente del lugar en el cual uno viva. Aún más, nuestra política democrática debiera centrarse en lo local. Esto debe ser tarea de los próximos gobiernos y legislaturas.



En el Informe de Desarrollo Humano del PNUD 2005 Chile se acaba de ubicar en el número 37, seis puestos más arriba que el año pasado. Nos mantenemos segundo respecto a los países latinoamericanos. En el primer lugar sigue estando Argentina (34). En segundo y tercer lugar están Uruguay (46) y Costa Rica (47). Nuestra esperanza de vida nada tiene que envidiarles a los países desarrollados. Al igual que nuestra mortalidad infantil. Cada vez más niños y jóvenes chilenos estudian por más años. Hemos acordado constitucionalmente llegar a doce años de educación garantizada por el Estado. Nuestros niveles de ingresos y de vida se elevan. Según datos del Fondo Monetario Internacional el nivel de renta per cápita ponderado era el 2004 de 9950 US$, casi un quinto más que la media latinoamericana (8.059) Sin embargo, seguimos estando mal en materia de igualdad. Si bien estamos entre los países con alto desarrollo humano, Chile presenta, entre ellos, la peor distribución de los ingresos. Según Manuel Castells en América Latina sólo nos superan Brasil, Bolivia y Argentina. El 20% más rico de los chilenos percibe el 62,2% de los ingresos, mientras que el 20% más pobre sólo el 3,3%.



¿Qué podemos hacer para atacar esta injusta realidad? Respondo que entre otras muchas cosas debiéramos promover más el poder de lo local. En el Evangelio de Lucas encontramos lo siguiente: «El que se mostró digno de confianza en cosas sin importancia será digno de confianza también en las importantes, y el que no se mostró digno de confianza en cosas mínimas, tampoco será digno de confianza en cosas importantes». (Lucas 16,15) Se trata de una sabiduría en este caso revelada que la filosofía política clásica hizo norma de formación de los príncipes. «El que no es capaz de gobernarse a sí mismo no puede gobernar el reino». Y el aforismo jurídico sostiene: «El que no puede lo menos, no puede lo más».



Creo que detrás de estas enseñanzas universales se esconden dos verdades. Una está dada por una razón práctica: si fallas al realizar tus políticas en lo local, ¿por qué habría de tener éxito en lo nacional? La otra está fundada en una razón moral, la de la coherencia y la credibilidad. ¿A título de qué la ciudadanía deberá creer que seremos más eficaces, eficientes, democráticos y participativos en lo nacional si no lo hemos sido en lo local? No es difícil defender una política que fomente e desarrollo humano desde lo local fundándose en principios. En efecto, la igualdad sustancial entre los hombres y las mujeres supone la no discriminación fundada en el lugar en el cual uno vive. La justicia consiste en dar a cada uno lo suyo. Y es lo propio y es derecho elemental que las riquezas de una zona geográfica del país beneficien a sus habitantes. Y no es justo que los bienes forestales de Arauco, los recursos siderúrgicos de Talcahuano o el cobre de Calama no dejen más huella que caminos destruidos y ciudades pobres. El pluralismo es también geográfico y la diversidad de culturas y etnias tiene base territorial. Una nación es mucho más rica si promueve su diversidad cultural y la integra armónicamente en la unidad de la comunidad nacional. Finalmente la solidaridad y la subsidiareidad mandan que si las comunas y regiones más desarrolladas de Chile pueden desarrollar determinadas funciones públicas, no es justo no eficiente que las asuma el Estado Central. Sólo subsidiariamente el Estado central debe intervenir cuando estamos frentes a zonas rezagadas que no pueden salir adelante sin esa ayuda que es la exige el deber de solidaridad.



La opción por lo pequeño del evangelio y del pensamiento clásico; la promoción de los valores de la igualdad, el pluralismo, la justicia, la solidaridad y la subsidariedad y el hecho que las formas más exitosas de economías de mercado opten por la descentralización dan cuenta de la importancia de buscar mayores niveles de igualdad a partir de la promoción de lo local. Con políticas de mayor igualdad lograremos tres objetivos: primero, cohesionar socialmente a Chile y prepararlo más para un mundo turbulento y competitivo como es el actual; segundo, aumentar el capital humano de Chile al tener gente más sana, educada y feliz lo que disparará nuestro crecimiento económico y el poder de nuestros mercados locales y nacionales y tercero, elevará el nivel de legitimidad de nuestra democracia y de sus instituciones. Y todo ello debe realizarse desde lo local, por mucho que también debemos pensar y actuar globalmente.





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Sergio Micco es abogado y cientista político

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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