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Si no cabalga Rocinante


En su última columna editorial, la directora de la revista Rocinante, Faride Zerán, anunció la posibilidad cierta de que la publicación desaparezca a corto plazo, en la misma tradición de la trágica suerte de la prensa independiente durante estos 15 años posteriores al fin de la Dictadura. Ya se ha denunciado que el honroso obituario, creciente cada año, ha sido fuertemente alimentado por decisiones políticas respecto a cómo tienen que funcionar los medios en Chile.



Oficialmente, la política que ha regido desde 1990 es la omisión total, o sea, la prescindencia del Estado de la forma cómo los medios viven o mueren. Pero en la práctica no ha sido así: el Estado tiene participación en el mercado de la impresión y en la torta publicitaria. En este último caso, el avisaje ha sido abrumadoramente puesto en El Mercurio, mientras que en la mayoría de los medios independientes este honor se ha dado tarde, mal y nunca. La dificultad para acceder a auspicios de privados -hecho que está garantizado por ley en muchas partes del mundo- completa el lamentable panorama actual.



Hay que agregar que los efectos de esta situación exceden largamente a los canales, diarios o revistas. En el caso chileno, el devenir de los medios independientes se inscribe en un problema mayor, referido a la relación del pensamiento disidente con el poder político.



El ADN de la clase dirigente actual contiene una resistencia al debate, al acceso de voces nuevas al espacio público y al desarrollo de una democracia más avanzada. Esto está particularmente bien dicho por Eugenio Tironi, quien acaba de afirmar que la suya es «una generación de sobrevivientes», con «una obsesión por el orden que es excesiva para los tiempos actuales». A estas formas de entender Chile evidentemente les debe zumbar el cabalgar libertario de Rocinante, tal como antes pasó con Análisis, Apsi, Cauce, el Fortín Mapocho o La Época. Sólo en el último año, esfuerzos como Plan B y el Portal del Pluralismo desaparecieron, con el peligro cierto de que la lista crezca.



La obsesión por el orden no sólo se ha expresado en la política de medios. Mientras en Chile se consolida una prensa valiosa y necesaria, pero sin cuestionamientos de fondo al modelo político, económico y social, sobrevive el sistema binominal y una política del Estado muy precaria respecto a la organización social. Estas tres vertientes conducen, a la larga, a que la reflexión pública y la acción política de nuestros tiempos exija aprobar el actual orden de cosas o, en el mejor de los casos, acepte una crítica aguada por la moderación. Muchos se han resignado y han bajado la vara frente a los problemas de pobreza, desigualdad, discriminación, seguridad social o destrucción de los recursos naturales plenamente vigentes en Chile. Otros han mantenido su voz de alerta, pero han debido pagar como precio recurrente la exclusión de las grandes tribunas.



Por ello, si los medios de comunicación son un espacio público desequilibrante de nuestros tiempos, cualquier enfoque que reivindique los valores de la democracia pasa, necesariamente, por considerar el pluralismo de medios y actores, más que como un hecho de análisis mediático, como un derecho civil digno de ser enarbolado. El país como lugar que nos incluye a todos, no sólo a los periodistas, necesita medios de comunicación fuertes y capaces de dar cuenta de nuestra diversidad. Un espacio mediático donde los excluidos sean sujetos y hablen en nombre propio, sin voceros, donde la crítica construya el bien común y donde sea exigible el análisis complejo de la realidad. Desde hace siglos, las nobles causas han necesitado el trote de Rocinante. Esta no es la excepción.



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Patricio López, periodista, ex director Portal del Pluralismo.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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