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Destinos que se bifurcan: la nueva mujer según Gilles Lipovetsky


El filósofo francés Gilles Lipovetsky provocó una primera polémica a principios de los años 80 con su libro La era del vacío. Ensayo sobre el individualismo contemporáneo, en el cual planteaba la necesidad de dedicar más tiempo y cuidado a la cultura de masas y las manifestaciones efímeras que la caracterizan. Un par de años después volvió al ataque con El imperio de lo efímero. La moda y su destino en las sociedades modernas, enfocado en el relativismo que apunta en el individualismo contemporáneo.



Lipovetsky, quien recién visitó nuestra capital para dar un ciclo de conferencias, apunta tres temas principales: lo que llama la «revolución hipermoderna del bienestar», caracterizada por una búsqueda obsesiva, por parte del consumidor, de armonía consigo mismo; la «nueva mujer», personaje central del cuadro, que trata de reinventarse y de elegir su propio destino; y como tela de fondo, el lujo, más accesible que nunca y sin embargo portador de nuevas significaciones complejas que tenemos que descifrar dentro del contexto global.



Desde los tiempos más remotos, filósofos, novelistas y poetas expresan su preocupación por la pérdida de los valores, la decadencia y la corrupción que los rodean. En la Antigüedad, se consideraba la historia como un fenómeno cíclico, por lo tanto los períodos de decaimiento y corrupción constituían un elemento ineludible en espera de tiempos más fructíferos y felices, mientras que el mundo cristiano vivía su presente en la espera fatídica del juicio final. El Siglo de las Luces, impactado por los progresos científicos y convencido de que la razón iba a reordenar el mundo, volvió a un optimismo exaltado que se traduce en su producción literaria y filosófica, pero los acontecimientos de todo tipo que marcaron el siglo XX se encargaron de desacreditar nuestros puntos de referencia y particularmente nuestra relación con el tiempo, es decir, en este caso, el futuro.



Esta relación con el tiempo, así como el conflicto entre tradición y modernidad, y la percepción compleja de lo efímero en un contexto basado sobre el rendimiento y la eficiencia, se combinan en el núcleo mismo del pensamiento de Gilles Lipovetsky. En cada uno de sus estudios, se aleja de las concepciones simplistas para denunciar las paradojas de la sociedad de consumo. Dibuja con rasgos firme un nuevo componente del conjunto humano, el «hiperconsumidor», que se obsesiona en la mantención de su condición física mientras trata de conseguir un bienestar emocional y de construir un cuadro de vida basado en cierta estética, y para quien el tiempo se convierte en objeto de conflicto, a tal punto que asistimos al desarrollo de una sociedad donde los conflictos de clase son cada vez menores y los conflictos de tiempo cada vez más agudos.



Nos invita a recordar la existencia de nuestros antepasados, para quienes el sentido de la vida llegaba del exterior, principalmente por medio de la religión, pues estaban en este mundo para prepararse a vivir otra vida. Esa concepción todavía se observa en las sociedades campesinas, pero cayó completamente en las sociedades urbanas: no estamos acá para esperar la muerte sino para aprovechar la vida y llegar a la felicidad en este mismo mundo.



Lipovetsky conecta ese cambio de percepción con un nuevo goce del tiempo y del espacio: según él, el crecimiento de la apreciación del lujo en nuestra sociedad expresa menos el gusto por el olvido que el gusto por la memoria, o por decirlo así, un deseo de eternidad. Dentro de este contexto, el «hiperconsumidor» compra marcas, calidad y seguridad, y sus exigencias se aplican incluso a los productos desechables: hasta los productos bas de gamme no pueden dejar de lado la calidad.



Con la misma precisión, y en conexión estrecha con el tema del hiperconsumo, Lipovetsky nos pinta el retrato de la «nueva mujer», metida en un conflicto entre los cambios revolucionarios que han marcado su pasado reciente y la tradición que no puede -ni quiere- eludir, conflicto que afecta tanto su vida pública y profesional como su existencia íntima y familiar. Si las mujeres han logrado imponerse en el ámbito profesional a niveles comparables con los hombres, eso significa también que tienen que realizar milagros para combinar y equilibrar sus extensas jornadas laborales con las responsabilidades domésticas.



Al lado de Condolezza Rice, soltera sin hijos, algunas podrían figurar en el Guiness, como la directora general adjunta del BBVA en España, quien se enorgullece de ser madre de siete hijos, o la esposa de Tony Blair, destacada abogada y madre de cuatro hijos, pero esos gloriosos casos permanecen muy aislados, y mientras más aumenta el nivel educacional de las mujeres y su presencia en el mercado, más baja la tasa de natalidad.



Al mismo tiempo, si es cierto que las mujeres postergan la maternidad para estudiar y desarrollarse profesionalmente, ellas mismas alegan que una vez que deciden emprenderse como madres, no logran librarse ni de las dificultades concretas ni del sentimiento de culpabilidad, porque las responsabilidades laborales -por las cuales tanto lucharon y de las cuales tanto se enorgullecían- no le dejan suficiente tiempo con sus hijos: mientras en la oficina piensan en la casa y mientras en la casa piensan en la oficina, sin poder gozar plenamente de ninguna de las dos experiencias.



El tema en sí ya luce canas, pero la gracia del análisis que propone Lipovetsky es que no lo plantea en términos de «feminismo», sino de búsqueda de armonía y de reinvención del bienestar, con plena conciencia que el poder económico será el último bastión que conquistarán las mujeres. En este mundo escéptico donde vivimos, en el cual los dogmas ya no resisten a la duda y la ironía, la «tercera mujer» que nos describe es un tipo indeterminado, que por primera vez en la historia no se encuentra con un rol fijo, que no tiene un futuro pre-establecido por su misma condición de mujer, y que tiene la posibilidad de elegir las dimensiones de su existencia.



Finalmente, esa nueva mujer también se distingue, según Lipovetsky, de las feministas de los años 60-70 en eso que la belleza ya no es un tema tabú, incompatible con las responsabilidades profesionales, intelectuales, económicas y políticas que ha adquirido: «se reapropia del ideal de la belleza femenina», e incluso «se reconcilia con las normas de lo femenino». Ese derecho a la realización personal, junto con la transformación de los estilos de vida, ha conducido a una justificación del placer como valor universal y expresión de la libertad individual. Para la mujer del siglo XXI, eso significa también una nueva interrogación sobre su destino.



Gilles Lipovetsky (1944-) es profesor de filosofía en la universidad de Grenoble, miembro del Consejo de Análisis de la Sociedad (que depende directamente del Primer Ministro), del Consejo Nacional de Programas (Ministerio de Educación), y consultante de la APM (Asociación Progreso del Management). Es autor de La era del vacío. Ensayo sobre el individualismo contemporáneo (1986); El imperio de lo efímero. La moda y su destino en las sociedades modernas (1990); El crepúsculo del deber. Ética de los nuevos tiempos democráticos (1992); La tercera mujer. Permanencia y revolución de lo femenino (1999); Metamorfosis de la cultura liberal. Ética, medios de comunicación y empresa (2002); Les temps hypermodernes (2003); y El lujo eterno. De la era de lo sagrado al tiempo de las marcas (2003).



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Sylvie Moulin. Académica, cronista y coreógrafa.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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