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Huracanadas


Verdaderamente los huracanes barren con todo. Especialmente con los negros, con los pobres, con los que solo tenían una choza inmunda que era su hogar. Con los desposeídos de la Tierra.



Como siempre. Como siempre llegan tarde los políticos vestidos de faena.
Repartiendo muecas. Disfrazados hasta el último pelo pasando por el alma. Visten los blue jeans más viejos que han encontrado en el fondo del armario,
esos que valen una fortuna, camisa de buena caída arremangada hasta un poco
más abajo del codo, calcetines de lana afgana para evitar los resfriados y
unas botas a prueba de campo minado.



He visto que algunos próceres cuando se disfrazan de catástrofe suelen
ponerse cascos en la cabeza como los trabajadores de verdad. O tal vez para
esquivar algún tomatazo. Gajes del oficio. Apostaría que van dejando aroma
de «Givenchy for men» en medio del huracán. Una ultima mirada al espejo y empieza el show.



El coro de mendigos aparece como telón de fondo esperando con la mano
extendida que los magnánimos con alma de color petróleo suelten el
mendrugo. En plano americano vemos el rostro asesorado oportunamente descompuesto y maquillado para la ocasión del Presidente de la Nación y sus acólitos.
Aparentan prestar extraordinario interés a las bocas enmudecidas por el
desastre. Solícitos alargan las manos para que sean besadas y acariciadas
por la chusma.



Pronto el escenario caótico, los gritos, los lamentos, la desesperanza habrá
quedado atrás. Los mandatarios saldrán como de costumbre indemnes. Después del baño
desinfectante se les servirá de inmediato una crema de huevos de esturión
para recomponer el cuerpo cansado de tanto besuqueo melodramático.



Y así seguirán saltando de un huracán en huracán de una guerra a otra como
fantasmas arrogantes esquivando muertos. Así que a modo de pataleo protesto. Qué risa. Y me rebelo. Mas risa aún. Profundamente me rebelo. Contra la indiferencia contra la mediocridad contra el olvido contra el perdón contra el cielo inclemente y contra el infierno cotidiano de millones de seres humanos. Oigo carcajadas sonoras. Es igual, yo protesto.



Declaro por tanto obsoletos los análisis sesudos invocando económicos
entuertos para justificar la impudicia del poder. No interesan. Deseo a
conciencia que los elegidos por abulia cívica o por aburrición que es mucho
peor que el aburrimiento, vivan en carne propia los huracanes provocados.
A fin de cuentas Katrina, Ofelia o Rita sólo son imponderables de la
naturaleza soliviantada.



Tengo entre pecho y espalda indigestados unos cuantos «Si condicionales» que
me planteo en blanco y negro para aliviar la náusea. Sospecho que no puedo
ser la única empachada a estas alturas de vendavales.



Pregunto, por preguntar, qué pasaría si los genocidas conocidos reconocidos y absueltos Inc., en lugar de enviar a los hijos de los demás al degüello mandaran a los suyos a poner la cabeza en el tajo. O pusieran la propia. Si en lugar de ser violadores de mujeres ajenas fueran violentadas las suyas. Si en lugar de torturar fueran ellos los supliciados. Si en lugar de hacer desaparecer bebes amados en los vientres de sus madres, fueran suyos los robados y los desaparecidos.



Si en lugar de arrebatar patrias fueran ellos los exiliados. Si en lugar de bajar el pulgar a la hora de las fieras, fueran ellos los mártires desmembrados del circo. Es una letanía sin fin.



Que habrá pasado, pregunto por preguntar, con aquella mujer USA uniformada
pisando la cabeza de un prisionero iraquí desnudo, martirizado, de rodillas
en su patria invadida.



Y hablando de invasiones. A propósito de la guerra civil española el poeta
León Felipe escribía entonces «Yo pregunto loqueros ¿Cuándo es cuando
estalla y salta roto en mil pedazos el mecanismo del cerebro?». Pensar que
vamos de mal en peor. Por eso al recordar esas palabras sólo escucho el latido desordenado de mi propia sangre mientras escribo y evito detenerme en lo racional. Quiero ser visceral. No tengo las hormonas de adorno. Quiero llorar desde el útero nuestra deshumanización.



Era otro el guión. La Tierra un paraíso. Su seno cálido y protector como
el vientre de una mujer que mece la vida. Su belleza cósmica. Comprendo
entonces por qué brama huracanado un planeta ante su dignidad perdida. Y sigo preguntando, así, por preguntar a propósito de Katrina Ofelia y
Rita. ¿No serán las brujas de Macbeth vaticinando el principio del fin?



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* Begoña Zabala es actriz. Vive en Montreal, Canadá

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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