«Dísculpen que hablen de mí, pero es lo que tengo más a mano» dijo en una ocasión don Miguel de Unamuno. Y eso es lo que voy a hacer: hablar de mis circunstancias de candidato a Diputado de la República de Chile. No es cosa fácil entrar en la arena de las competencias electorales. Por cierto, están los problemas más evidentes como son el financiar una campaña electoral. Las más humildes están absolutamente fuera de cualquier presupuesto familiar. Luego viene la dificultad de organizar un equipo humano que debe nada menos de movilizar física, intelectual y emocionalmente a decenas de miles de personas el 11 de diciembre. Es una empresa propia de la Coca Cola. Sin embargo, mis problemas más profundos van por otro lado. Ellos son, ¿cómo conciliar esto con mis otras vocaciones de esposo, padre, hijo, hermano, amigo, profesor e incluso escritor semanal?
Si uno cree en el sueño de Abraham de morir cargado de años, experiencia, hijos y nietos; si además se hace propia la empresa de Confucio de nunca terminar de aprender y nunca terminar de enseñar lo aprendido y si se acoge el desafío aristotélico de jamás olvidar que la política es ciencia y arte del bien común y no del propio, obviamente se me generan cinco tensiones que acicatean mi mente y mi vida, sobre todo ahora que ando en campaña.
La primera tensión es entre lo público y lo privado. ¿Cómo dedicarse a la política sin olvidar la familia? ¿Cómo hacer familia sin volverse egoísta? ¿Se puede amar a los niños pobres de Chile, y olvidar a los hijos que esperan en casa?
La segunda tensión es entre la política como profesión y como vocación. ¿Cómo vivir para la política, que nos apasiona, y no vivir de la política, que normalmente termina por degradar?
La tercera tensión es entre la teoría y la práctica. La política es ideas e ideales, pero también lucha constante e inacabable por el poder. ¿Cómo tener tiempo para la reflexión, la discusión pausada y la lectura en una actividad en la que la acción jamás puede olvidarse? Muchas veces abruma la falta de profundidad y rigor en el debate político, aun entendiendo que la vida política es lucha práctica y no academia.
La cuarta tensión es entre la contemplación y la vida activa. Cuando se toma conciencia de que hoy compartimos la tierra más de cinco mil millones de seres humanos, y que cada individuo es sólo una ínfima partícula en un tiempo que tiene millones de años y en un universo que tiene millares de estrellas, que somos seres en los que indefectiblemente, un día cualquiera, se depositará la muerte, es decir, la nada, todo aparece sin sentido, absurdo, trivial y surge en el corazón, parado ante el abismo, la necesidad de contemplar esta vida tan extraña y pretenciosa, de detenerse y orar. Y, sin embargo, al pensar que hay sólo una oportunidad para vivir en esta tierra, para ser feliz y hacer feliz, surge la pasión por hacer, amar, construir, dialogar y vivir. Contemplar en la acción, es quizás la respuesta.
La quinta tensión es entre la tradición, que aporta tantos y tan hermosos valores y la modernidad, que aporta tantos desafíos, cambios, amenazas y oportunidades. ¿Cómo conciliar la familia y el amor para toda la vida en el mundo de lo efímero, lo utilitario y lo superficial? ¿Cómo proclamar y vivir valores reclamados hace dos mil años, en el mundo de la tecnología y la ciencia, portentos creados por la razón humana?
Estas son tensiones que pueden transformarse en contradicciones brutales. Sin embargo, poseerlas vuelve la vida una lucha constante, que le da sentido en la búsqueda de lo verdadero, lo bello, lo bueno. No se eligen las respuestas envasadas, sino las preguntas vitales que hacen camino al andar.
Las respuestas las ando buscando. Desde ya espero tener paciencia, saber escuchar, saber pensar y saber actuar. No reaccionar enseguida al estímulo ni pretender cosechar inmediatamente. No hacerse objeto de la crítica que hacía Nietzsche a la juventud de su época. El filósofo de la crisis decía, «Y en todas partes una prisa indecorosa, como si se llegase tarde a algo si el joven de veintitrés años no ha ‘acabado’ ya, no conoce todavía la respuesta a la ‘pregunta principal’: ¿qué profesión? Una especie superior de hombre, permítaseme decirlo, no ama las ‘profesiones’, precisamente porque se sabe con vocación. Tiene tiempo, no piensa en absoluto en haber ‘acabado’. A los treinta años se es, en el sentido de una cultura elevada, un principiante, un niño».
Voy experimentando con mi existencia a la luz de mis verdades. ¿Lograré resolver todas las tensiones que me acicatean? Ya veremos.
Sergio Micco Aguayo. Candidato a diputado por la DC del distrito 43 (Talcahuano).