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Aldunate, la CNI y la voluntad amnésica


Un «ethos» político que se encuentra en estado latente tiene brotes episódicos en las elites civiles y militares de poder que ocupan la escena política chilena.



Ya conocemos el Síndrome de Estocolmo: aquella reacción que lleva a algunos políticos que fueron oposición a la dictadura, a simpatizar (etimológicamente: compartir el mismo «pathos» -afectos) con sus antiguos represores. Al decir que todos tuvimos una parte de responsabilidad en el Golpe de Estado y en la dictadura, nos están diciendo varias cosas. Primero, que Chile y su pueblo merecieron sufrir la variada gama de crímenes de la era Pinochet; segundo, que era el precio a pagar por el Modelo capitalista neoliberal y, tercero, que no hay que aplicar la exigencia democrática a las FF.AA.



Al pathos anterior, se agrega la voluntad amnésica. Este comportamiento podríamos definirlo como el esfuerzo conciente por olvidar y borrar el pasado por todos los medios. Por un lado, se trata de manipular la historia deformando hechos, amputando situaciones y ocultando información con el propósito de defender acciones y actores (individuales e institucionales) punibles. Por otro, se busca desfigurarla, vaciándola de sus contenidos de lucha y conflicto entre proyectos sociales de signo diferentes.



Vale la pena repetirlo en tiempos de olvido. El proyecto popular -desde los de abajo-, desplegó los rasgos de lo humano y lo virtual. Experiencia que contribuyó a legarnos indicios y referencias para la acción (praxis) colectiva presente. Que abre avenidas a otros mundos posibles, democráticos, éticos y solidarios, pero en ruptura con el instrumentalizado en puro mercado que las clases dominantes (nacionales y mundiales) presentan como fatalmente ineluctable.



El «ethos» político y militar y los imperativos éticos y democráticos



La voluntad amnésica toma con el tiempo la forma de un «habitus», tal como fue definido por el sociólogo Pierre Bourdieu (1930-2002). Es decir, «un sistema de disposiciones durables interiorizadas por un grupo de individuos resultado de sus condiciones objetivas de existencia y que funciona como principios (esquemas) inconscientes de acción para percibir y racionalizar la realidad social». El «habitus» es un producto de la posición y de la trayectoria social de un individuo. El «ethos» o los esquemas inconscientes (una suerte de reflejo «pavloviano», de «cuerpo», cuasi instintivo y que determina la conducta cotidiana), se opone a la ética que es la forma teórica, reflexiva, argumentada y codificada de la moral.



El ethos se expresa nítidamente en esos discursos que huelen a prefabricado, en esas «fórmulas mecánicas» de un ministro, embajador o general de la República, buscando por ejemplo, justificar lo moralmente injustificable.



El día en que algunos de esos portavoces cotidianos del poder, el ministro Jaime Ravinet, el General Juan Emilio Cheyre, el embajador ante la ONU Heraldo Muñoz, el funcionario de la ONU Juan Valdés, como se estila hoy, produzcan sus «memorias» -la confesión mediática del político moderno- lo más probable es que si buscan la verdad en sí mismos, sus «errores» de enunciados cotidianos de hoy, los justifiquen por el contexto, la presión de las circunstancias, la falta de información, etc. Sin nombrarlos, le estarán echando la culpa al «habitus» y al «ethos».



Un ejemplo de esta voluntad amnésica y de sus componentes en acción, son las declaraciones del general Cheyre diciendo: «Sería una injusticia tremenda sacar los buenos oficiales que estuvieron en la CNI». Reléase esta frase y medítese sobre la aberración moral que ella encierra. Es el «ethos militar» e irreflexivo en plena acción. Es más bien un reflejo de cuerpo para defender la institución y los subordinados que una actitud ética que se interroga sobre lo que es justo en democracia. El general Cheyre se cuadró con el «ethos militar», sin reflexionar en el marco de una ética democrática para las FF.AA.



Sin embargo, la democracia chilena obtenida con movilizaciones ciudadanas entre 1981 y 1988 -otro olvido mayor de las elites- zanjó la cuestión. Para los ciudadanos chilenos no es un buen militar aquel que durante la dictadura recibió una formación especial y paralela en la CNI. Pero sí hay un debate pendiente, sobre un punto central, a saber: ¿Qué contenidos de formación queremos para los ciudadanos que optan por ser militares de profesión en una democracia?



Urge hacerlo. Porque las declaraciones del general Cheyre son una evidencia palpable de las falencias de la institución militar y de su desfase con los imperativos éticos de una democracia. Una incomprensión de Doctrina por parte del generalato de las rupturas necesarias en un régimen de soberanía popular, donde la legitimidad de los institutos armados no viene del poder que da el monopolio de las armas, sino de una delegación de tareas estrictamente delimitadas y de subordinación absoluta a una Constitución surgida de la voluntad popular.



La experiencia reciente vivida por los ciudadanos obliga a la democracia, en este caso, a aplicarle a la institución militar, el llamado Principio de Precaución. Dicho claramente, los generales que pasaron por la CNI tendrían que pasar a retiro.



Implicado o no en el asesinato del funcionario internacional Carmelo Soria, el general Ludovico Aldunate fue miembro de la CNI, aparato de terror creado para reprimir y eliminar físicamente la oposición al régimen dictatorial. Organismo caracterizado por la Comisión Rettig como una organización de naturaleza criminal.



Si se consultara a los chilenos acerca de los atributos que deben tener los oficiales que cumplen tareas de paz bajo la égida de la ONU, responderían por abrumadora mayoría, que los oficiales que representen a Chile en tareas de paz no pueden ser aquellos oficiales formados en los aparatos represivos de la dictadura militar ya que fueron entrenados para eliminar a los ciudadanos que luchaban por la democracia.



Valga la redundancia. El imperativo ético que se impone a la razón no puede ser otro que: en un ejército de obediencia democrática, aquellos oficiales que realizan tareas de paz en el marco de las Naciones Unidas, en razón y virtud de la naturaleza misma de su misión, no pueden haber recibido una formación en una organización criminal creada para servir una dictadura.



Además, la moral ordena ser atentos, respetuosos y solidarios con las demandas éticas de Carmen Soria. Y admirar su voluntad ética-democrática junto con su perseverancia por no olvidar la vida y la memoria de su padre asesinado por elementos de la siniestra Brigada Mulchén de la CNI.



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Leopoldo Lavín Mujica es profesor del Departamento de Filosofía del Collčge de Limoilou, Québec, Canadá.










  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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