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Caso Anfruns: la cara más gangsteril de un régimen


A través de la dinámica de la Justicia y la prensa, Chile ha podido ir armando su historia reciente sin pasar por alto los episodios oscuros.



De este modo se ha logrado saber prácticamente todo sobre cómo actuó el gobierno militar frente a los que estimaba eran sus adversarios políticos. Sin embargo, hay una segunda faceta de éste régimen que aún está develándose y que tiene que ver con amenazas, persecuciones y muertes cometidas al interior del gobierno o contra sus propios colaboradores.



Esta segunda faceta ha ido saliendo apenas y a empujones a la luz pública -quizá- porque es la cara más ‘gansteril’ del gobierno militar; detrás de estos delitos no existió móvil «político», sino que aquí los actos deleznables se dieron teniendo como móvil el dinero o el beneficio personal.



En este contexto al parecer se circunscribieron varias persecuciones y muertes como la del pequeño Rodrigo Anfruns, la de Aurelio Sichel o la de Eugenio Berrios, entre otros.



De hecho, fue la viuda de Sichel (dueño del restorán Rodizio) la que habló por primera vez de militares buscando dinero fácil a través de una financiera ilegal, La Cutufa, cuyo funcionamiento (o mal funcionamiento) había llevado a la eliminación de Sichel, a tiros, en la entrada de su casa.



Armar el puzzle de los delitos que ocurrieron al interior del mismo régimen no será tarea fácil, porque aunque quizá hayan sido pocos los que participaron, contaron -y cuentan- con el silencio encubridor de muchos. Pero en todo caso, hay ciertos nombres que se repiten, que son una constante, y además existe una serie de antecedentes que disponibles aunque disgregados entre expedientes, legajos judiciales u oficinas de abogados.



En este sentido, el nombramiento de la jueza Dobra Lusic como ministra en visita del caso Anfruns, podría ser un aporte porque es una profesional recta e independiente con un background importante gracias a las causas que le ha tocado ver.



Revisando la carrera de esta jueza y a propósito de su trabajo en la Corte de Apelaciones de San Miguel, recordé un relato que me hizo la abuela materna de Rodrigo Anfruns, Nelly Beyer, y que tiene que ver con esta faceta de tipo «hoyo negro» que hay sobre el régimen militar.



Había pasado poco tiempo de la muerte de Aurelio Sichel cuando Nelly fue llamada a declarar por el crimen del empresario gastronómico. Aunque desconcertada, ella acudió a la cita en la Corte de Apelaciones de San Miguel pensando que se trataría de un error.



Al llegar vio al juez José Miguel Varela (que llevaba el caso) y se acordó que era medio pariente de una amiga suya así que se acercó a saludarlo. Nelly aprovechó para preguntarle por qué la habían citado. Varela le dijo que primero contestara a las preguntas y que después hablarían.



En su declaración Nelly aseguró que en su vida había visto a Sichel, ni siquiera aquella única vez que había ido al restorán Rodizio a comer carnes a la espada.



Luego de eso, Varela con sigilo y disimulo le explicó que la habían llamado porque desde el mismo teléfono que amenazaban a Sichel y su familia, también se habían realizado, en una semana, 10 llamadas a su teléfono.



Esta información no fue gran sorpresa para Nelly. Habían pasado muchos años de la muerte de su nieto Rodrigo y sin embargo desde ese amargo día ella nunca había dejado de recibir llamadas donde sólo le hacían respiraciones jadeantes o entregaban breves mensajes de tipo: «Pobrecita de ti, mira lo que te pasó».



Basada en la experiencia vivida y en su intuición, esta abuela estaba segura que esas extrañas comunicaciones telefónicas, así como la vigilancia que durante mucho tiempo tuvo en su departamento, provenía de gente de la CNI u organismo similar: «Y si ellos habían sido capaces de matar un niño de seis años, perfectamente podían ser los mismos que acribillaron al dueño del restorán», pensó Nelly en su momento sin lograr -por más que lo intentó- dilucidar una conexión entre Sichel y su nieto.



Posiblemente la jueza Lusic podrá dar alguna respuesta a Nelly y de paso quizá agregar piezas a ese puzzle aún inconcluso de lo que ocurría, a puerta cerrada, durante los días del régimen militar.



Soledad Pino. Periodista y escritora chilena radicada en Madrid.




  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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