Ante el bombardeo de las campañas electorales, pre-electorales, post-electorales a lo largo y ancho del globo terráqueo, me acuerdo mucho de Gila. Era un cómico español que se negó a ser el bufón del dictador que le tocó en desgracia. Tenía armas simples pero contundentes. Un teléfono negro a la antigua usanza, la boina calada hasta las orejas y una boca grande y sonriente de dientes grandes y separados.
Se reía como nunca nadie se ha reído de los poderosos de este mundo. Sin miedo, a mandíbula batiente. También tenía la gracia y la decencia de empezar riéndose de su propia sombra.
Como es raro el día en que no aparecen en los medios de comunicación catástrofes cada vez mayores y aberraciones similares, una no sabe si lanzar el grito primate, empezar a usar de punzón (como en el viejo juego español que se jugaba de niño, llamado «el hinque») a todos los malabaristas que nos gobiernan. O como Gila tomar palco y reír, reír, reír sin fin.
Entre estos nortes, esos sures, los estes y los oestes del planeta. corren vientos de elecciones cual cruz fantasmagórica convertida en pasarela donde se subastan en cuerpo y alma candidatas y candidatos al mejor postor. Candidatos y candidatas en profusión y para cargos y honores. Los hay de diferentes sexos, credos, colores, estatura y edades. Uniformados y civiles. Importados, exportados, implantados, incrustados, comprados o vendidos. Honradas y honrados también puede haberlos hasta que alcanzan la tentadora cuota de poder.
Todos juran por sus dioses haber sido elegidos soberanamente. Lo que no les impide declararse vitalicios o por designio divino beneméritos, generalísimos. Otros se encasquetan anacrónicas coronas que alimentan azules delirios, genuflexiones, venias y besamanos organizados por los chupacharcos de turno para en definitiva seguir viviendo del cuento y de sus vasallos. El caso es computar votos y repetir textos insustanciales fundamentados en una retórica que oculta la verdad. Ante tan pachanguero espectáculo se tiene la sensación de no poder despabilar la resaca de la más fenomenal borrachera.
Cuando el alma se serena al final del día y se ponen en la papelera todas las truculencias sabidas, vistas o leídas antes de dormir, vuelve acosador un nombre a perturbar el necesario silencio. Condoleeza. La mujer más ambiciosa del planeta. Candidata segura a Premio Nóbel de la Paz. El rostro de Condoleeza. Los gestos de Condoleeza, los ojos de Condoleeza, la mirada de hielo de Condoleeza. La sonrisa de Condoleeza. Y termina por desvelarme el poder inmenso de Condoleeza.
Recuerdo en medio del tembleque interior a Gaius Suetonius Tranquillus. Escritor, abogado y secretario privado del emperador Adriano, autor de «Los doce césares». Doce hombres unidos por un solo nexo: el poder absoluto. Suetonius analiza el tiempo regido por esos dictadores incontestables. «La crueldad inherente a todo ser humano», dice Suetonius, «estalló de forma brutal en los Césares».
El caso de Domiciano es particularmente fascinante. Hombre atractivo, inteligente, educado para gobernar, tenía la manía de arrancar las alas de las moscas. Más tarde sustituyó moscas por hombres. Su divertimento consistía en hablar compasivamente al prisionero hasta que le convencía de su misericordia. Solamente entonces ordenaba ejecutarle. Concluye Suetonius que «el ejercicio del poder absoluto conduce inexorablemente a la locura, a la tragedia».
Digo yo ¿Y si en este viaje hacia no se sabe dónde hubiera aparecido el César decimotercero, y creyéndose otra vez en Roma, confundiéndonos con moscas, nos estuviera arrancando las alas y asesinando los sueños? Al alba en medio del inevitable agobio pido permiso a Gila para robarle su famoso teléfono y recibir una llamada imaginaria. Me lo da.
«Hola mamá. Te llamo desde la guerra. No podré ir a votar. Digo que no podré ir a votarÂ…que noÂ… ¿me oyes mamá?. Que te digo que estoy en la guerra. SíÂ… la de José Mari, Jorgito y Tony. Que sí mamá, no te preocupes. Tengo casco y celular Â… regalo de José Mari… qué detalle… para que luego hablen de los presidentes. Grita más que con los morterazos de estos brutos te oigo fatal. Sí, ya sé, los muy sarracenos no se dejan querer. ¿Me oyes?…cosas del amor y del petróleo. Que sí mamá que yo también te quiero. Te dejo mamá que viene el enemigo. Ä„Y dale! Que no mamá. Que no quiero que votes por mí. Que no que no y que no. Pero mujer no te pongas de tan mala uva. Tú no sabes lo que son estos desiertos. Una molestia mamá, un aburrimiento».
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*Begoña Zabala es actriz. Vive en Montreal, Canadá.