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De modelos, Lagos y Lamarcas


Ä„Qué sorprendente la polémica causada por los dichos de Felipe Lamarca! Está repleta de absurdos, paradojas y contradicciones.



Es absurda la discusión de si el modelo económico es de mercado, neoliberal, social de mercado, genuinamente chileno, de socialismo progresista o como se le llame. El papel y la letra aguantan todo. Póngasele el nombre que quiera, pero las cosas son lo que son y no el nombre que se les dé.



Lo importante es si el conjunto de normas jurídicas, políticas económicas y sociales que aplicamos en Chile son eficaces para cumplir un objetivo que es fundamental, tanto o más importante que el alto crecimiento, la baja inflación, el superávit y los índices macroeconómicos: que exista una razonable y justa distribución de la riqueza, en cuya creación o producción participan muchos más de los que formamos parte de ese 10 % que nos estamos llevando la torta casi completa para la casa, hasta que se pudra.



Nadie está pidiendo disparates, sólo «cambios» casi menores (y permítanme la siguiente justificación perversa, para que me entiendan mejor los poderosos y los protegidos), cambios que serán los únicos que permitirán dar estabilidad al «modelo», porque de lo contrario el polvorín explotará tarde o temprano, casi como una foto de Tunick en el Parque Forestal. Ä„Oh, sorpresa! , dirán algunos, mientras en cola toman los pasajes para toda la familia y huir con las alforjas llenas a otro paraíso, dejándonos el pastel ya podrido y sus migajas.



Las diferencias sociales y económicas en Chile son odiosas, más aun cuando campea la ostentación por las calles. Son un germen de violencia, que hasta ahora se acumula en la cuenta corriente llegando a sobregiros que superan toda línea de crédito. La paz es fruto de la justicia. Sin una justicia social razonable, habrá violencia, aunque no nos guste ni la busquemos.

Es muy curioso: antes, todos querían apoderarse del «cambio». Pero parece que ahora nadie (de los poderosos) es amigo del «cambio», sino de la perpetua «continuidad». Los poderosos más que continuidad, definitivamente quieren la eternidad. Ä„Viva la eternidad!, pregonan por allí sin darse cuenta, Ä„muera el cambio!



En Chile, muy pocos debaten las bondades del crecimiento, casi nadie discute sobre el mercado como principal asignador de recursos, la propiedad privada, la subsidiariedad estatal o la iniciativa privada, que han sido erigidas a la altura de «verdades reveladas» por Dios, o para los laicos y agnósticos como constataciones y axiomas científicos inamovibles, a pesar de que hoy en la ciencia moderna todo es provisional, nada perdura, apenas se comprueba algo y poco después ya está superado.



Pero está bien, yo lo admito y lo celebro: son consensos básicos económicos que dan estabilidad a las políticas, seguridad a la inversión, gobernabilidad, lo que es esencial para el progreso. Pero dentro de esa cancha de principios y consensos capitalistas del mercado, la libertad económica y la propiedad privada , hay mucho por donde moverse, hay cientos de matices.

Pero sí hay una verdad indesmentible, que no podemos matizar: las estadísticas chilenas e internacionales indican que en distribución del ingreso y de la riqueza (y por ende, también del poder) en Chile estamos mal, pésimo.



Para decirlo con una analogía escolar, que les encanta tanto a los grandes profesores que aparecen a diario en la TV y en la radio: de trece ramos, en Matemáticas, en Gimnasia y otras ocho asignaturas, Chile se saca notas sobre 6 y, en algunos, nota 7. Ä„Bravo!, Ä„sobresaliente!. Pero en Calidad de la Educación, en Ética Social, Castellano y otro par de ramos muy importantes, venimos con rojo desde hace años. Ä„Muy bien!, pasamos de curso, sacamos uno de los mejores promedios del curso (mundo) y hasta ganamos varios premios internacionales. Hacemos fiestas y nos felicitamos recíprocamente, gobierno, grandes empresarios, economistas y otro 10 % que participamos del festín. Es tan grande la fiesta, que casi contagiamos y convencemos al otro 90 %, que al principio mira estupefacto y paupérrimo la fiesta, pero al final se entusiasma, se la cree y se sube al carro; no le queda otra, al menos se le permite celebrar, aunque sea con puro tecito y pan.



Pero como dije, nos seguimos haciendo los lesos con tres o cuatro asignaturas que son claves para Chile. Y cuando los «papás» o el «maestro» buen educador nos advierten que ello está mal, y que si no lo solucionamos, tarde o temprano nos pasará la cuenta, reaccionamos muy mal: nos enojamos, nos defendemos como gatos de espalda y les decimos que están totalmente equivocados, que lo hemos hecho fantástico, sensacional, que están desubicados. Les contestamos que las matemáticas, la gimnasia y el promedio general son lo que importan, y que no moleste con la Ética Social, la Calidad de la Educación, el Castellano y otros ramos que «parecen» importantes, pero en realidad «son pamplinas». Para tranquilizar al «maestro» le decimos: los aprenderemos casi por osmosis y derivación, lo que no ha sucedido lamentablemente por muchos años.



Lamarca señaló que en Chile hay concentración del poder económico y político en unos pocos que son, de facto, los que dirigen el país y acumulan el poder y el crecimiento. A partir de ello, sugiere ciertos cambios. No es nada nuevo lo que dijo Lamarca, lo han dicho innumerables veces durante los últimos 20-30 años y a propósito del «modelo» como sea que se llame, los Cardenales Silva Henríquez, Fresno y Errázuriz; la Conferencia Episcopal; el ex Presidente Aylwin, («el mercado es cruel»); dirigentes de la CUT; dirigentes de la pequeña y mediana empresa; y muchos dirigentes políticos de distinto origen y con diversos énfasis. Nunca sus palabras generaron debates y reacciones como las de Lamarca, aunque lo hayan dicho con igual o mayor fundamento, coherencia, sentido ético y de bien común. Por una razón muy simple: a diferencia de los otros, Lamarca sí que pertenece a ese pequeño círculo de poder económico y político, que maneja el país, y la reacción tan desproporcionada y defendida de los poderosos frente a los dichos de Lamarca es la mejor prueba que lo que él afirma es cierto, porque si uno del círculo del poder lo dice, piensan que constituye una amenaza real.



Por contraste, paradójicamente el Presidente Lagos con sus asesores directos y tropas ministeriales ha salido en Chile y en Europa a la defensa cerrada del «modelo» y a sostener que la situación de desigualdad y concentración en Chile no es tan dramática como apareció en el debate presidencial de CNN, lo mismo que dicen los grandes empresarios que se sintieron «amenazados» y traicionados por Lamarca. En un afán desmedido por defender su obra y su imagen, Lagos no quiere ceder protagonismo ni aceptar que se deslice crítica o defecto alguno a su gobierno. Me extraña, porque reconocer los errores, aunque sean menores, y animarse a rectificarlos, es privilegio de los inteligentes.



Seamos claros, por lejos la Concertación ha sido la coalición gobernante más exitosa y perdurable de Chile y quizás de Latinoamérica. Lagos ha sido un magnífico estadista y gobernante, su obra será perdurable, y su apoyo no lo borrarán dos debates ni una campaña presidencial. La gente no es tonta, aunque a veces el Presidente y sus asesores lo deben pensar así. Pero el afán desproporcionado de reconocimiento histórico del gobierno y de mantener su imagen internacional a cualquier costo, afanes en que los asesores de Lagos lo acercan peligrosamente a la megalomanía y la vanidad, no pueden ni deben impedir que se debatan las cosas pendientes por hacer y mejorar, que serán tarea del país y de Bachelet.



Está bien que Bachelet defienda la obra de la Concertación, pero de nada sirve a Chile, y un flaco favor le haría Lagos a la Patria, que inhiba a Bachelet de plantear y buscar soluciones a anhelos y necesidades actuales y reales de los ciudadanos, de la sociedad y de la propia Concertación. No sea que de tanto defender su obra y su propia imagen, Lagos provoque propuestas «aguachentas» y sin gusto a nada que no enfrenten los problemas actuales por resolver. Peor sería si, a consecuencia de ello, los cuatro años claves que siguen y nos llevan al Bicentenario, el próximo gobierno se limite sólo a ser un pequeño «bache» entre dos tremendos «lagos», como alguien ya ha insinuado y otros desearían, porque incluso es un camino que no lleva a ningún otro lago.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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