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El socialismo chileno y el síndrome de Estocolmo


Resulta gracioso que el canciller chileno Ignacio Walker afirme que no reconocerá la ley peruano sobre la línea de base del dominio marítimo. Es gracioso, digo, porque ningún peruano está obligado a reconocer las leyes chilenas. En tal sentido, sucede lo mismo con los ciudadanos de ese país: no están obligados a reconocer nuestras leyes. Así de simple.



Si ello es así, es decir, un asunto tan obvio que no amerita siquiera una discusión seria, salvo que aceptemos una indebida injerencia externa, lo primero que a uno se le ocurre es decir que Chile está totalmente equivocado en su reclamo y postura. No solo porque la ley de bases no define directamente nuestro límite marítimo sino también porque no se ha producido aún un hecho internacional que lo obligue a responder.



Por ello es posible que la respuesta chilena sea una suerte de combinación que mezcla su tradicional prepotencia frente a este asunto con una muy reciente preocupación por el descenso de la candidata oficialista Michelle Bachelet en la carrera presidencial. Como se sabe, la candidata de la Concertación viene bajando en las encuestas como consecuencia de un ligero aumento del candidato de izquierda, Tomás Hirsch, que encabeza la coalición «Juntos Podemos Más». El asunto es tan obvio que los otros tres candidatos no oficialistas le han dicho al presidente Ricardo Lagos, luego de su reunión con la candidata Bachelet para discutir el reciente problema con el Perú, que no manipule este asunto en beneficio de su candidata.



Pero más allá de esta explicación lo que sí resulta también obvio y, por qué no decirlo, lamentable, es que el socialismo chileno apele y manipule los sentimientos más primitivos y reaccionarios de su pueblo para ganar esta elección. Ello demostraría que el socialismo chileno como discurso de cambio se está agotando; que sus diferencias con la derecha de ese país son tan mínimas que solo le queda disputarle lo peor de la tradición chilena: el chauvinismo y el prusianismo militarista. Dicho de otra manera: terminar nuevamente prisionero de sus antiguos verdugos: los militares y las elites económicas.



De ahí que uno comience a descubrir que la derrota del gobierno de la Unidad Popular (UP) y la muerte de Salvador Allende, como también la posterior y salvaje represión pinochetista, no solo fue una derrota política del socialismo sino también -y sobre todo- una derrota cultural que liquidó la vieja tradición progresista de ese país. Por eso no es extraño ver el cambio que se ha operado en algunos socialistas chilenos que de antiguos activistas de la solidaridad continental, como fue en décadas pasadas, hoy se han convertido en activos lobbistas de los grandes empresarios de ese país, en especial de Andrónico Luksic, financista, según algunos, de la campaña de los socialistas chilenos.



Porque sería bueno preguntarles a los socialistas chilenos qué opinan de las recientes declaraciones de la «analista política» Verónica Barrios, quien sostuvo en la televisión chilena que la devolución de Tacna, luego de la Guerra del Pacífico, representó, como ella dice, «un buen gesto» de su gobierno hacia el Perú. O que hasta ahora, a diferencia de los países civilizados, Chile se niegue a entregar los llamados «trofeos de guerra» conquistados en la Guerra del Pacífico.



Brasil, por ejemplo, le ha devuelto a Paraguay, como expresión de buena voluntad y también como una suerte de disculpa histórica por el daño ocasionado a ese pueblo, todos los «trofeos de guerra» conquistados en la guerra de la Triple Alianza en el siglo XIX. Igual ha sucedido con los países europeos que han hecho lo mismo como señal de una nueva y mejor convivencia entre ellos. Sin embargo, el comportamiento chileno es todo lo contrario. Hasta ahora, por solo citar un solo caso, se niegan primero a aceptar y luego a devolver los libros robados de nuestra Biblioteca Nacional.



Digo esto no para animar y menos levantar un espíritu chauvinista y revanchista frente a Chile. Ese es el camino más fácil y el más peligroso. Si no más bien para decir que el socialismo, sea cual fuere su vertiente, siempre imaginó un mundo distinto, solidario, pacífico y lejos, por tanto, de la barbarie militarista y prusiana que asoló Europa a principios del siglo pasado. Me imagino que algo similar les podrían decir los socialistas y los grupos progresistas bolivianos.



Cuando uno recuerda la enorme y gratuita solidaridad continental con Chile y con el socialismo de ese país, luego del golpe de estado de Pinochet, y analiza el comportamiento del nuevo socialismo chileno hoy, uno tiene todo el derecho a preguntarse si con el suicidio de Allende en setiembre de 1973, también murieron los sueños del socialismo chileno. No tanto el del gobierno de la Unidad Popular, controversial por cierto, sino más bien aquel socialismo que aspiraba a la unidad continental y a un mundo mejor, más civilizado y, por lo tanto, más humano. Posiblemente el socialismo por el cual Salvador Allende ofrendó su vida.





Alberto Adrianzén M. Columnista peruano. Este artículo fue publicado originalmente en el diario limeño La República y expresa la sensibilidad de sectores de izquierda del Perú frente al diferendo marítimo con Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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