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Evocación de Fernando Alegría


Nos encerramos en la biblioteca de Fernando Alegría, en su casa en Palo Alto, la silenciosa, suave y dulce esposa salvadoreña de trenzas largas e indígenas, nos auscultó en la entrada. Solamente libros portábamos con Monín Méndez, el mejor asistente social de toda la dorada y mestiza California, hijo de Armando Méndez Carrasco, el más destacado escritor chileno que relató lo real de lo que sucede en los bajos fondos de Santiago de Chile. Yo venía de mi exilio en Viena a visitar a mis padres que descansan en su última morada en Los Angeles.



En la larga pieza llena de libros del Dr. Prof. Fernando Alegría, había amor y en la esquina, en un armario casi secreto, el poeta, novelista y mejor crítico literario, sacó el documento atesorado, un vino tinto chileno, prohibido por su mujer y los médicos. Fernando estaba vendado en la barriga, recién operado. Habían pasado muchos días sin beber su caldo preferido. Brindamos con cautela hablando bajo y celebrando este encuentro en que recordábamos la revista Literatura Chilena en el Exilio, que había iniciado en l977 con David Valjalo y a la cual en los ochenta se sumaran, como miembros del comité editorial, Gabriel García Márquez y Claudio Arrau, cuando la publicación cambiaba su nombre.

Yo había estado en Los Angeles en l968 y 69. De ahí nuestra amistad con Fernando, en la cual nos enseñaba la importancia de lavar platos muchas horas y en ellas poder pensar y pensar. No quiso ser sicólogo en USA y prefirió la literatura, materia en la que se doctoró en Berkeley, siendo Profesor en la Universidad de Standford. Yo le explicaba la importancia de vender pan, biblias y finalmente zapatos, y poder sufrir y sufrir, trabajos que había realizado en el down town de L.A. Nos reíamos y entre bromas y salud despotricábamos contra la dictadura en Chile. Era el año 1982 y los que estábamos lejos del país leíamos y sufríamos al ver como la represión aumentaba cada día.

En l990 Fernando Alegría viene a Chile en una misión especial. Me citó al Hotel Foresta, frente al cerro Santa Lucía. Me pide le consiga una entrevista con su ex alumno en Standford, Alejandro Foxley, ministro de Hacienda. Yo era director de Cultura en la Cancillería.



-Tú puedes hacerlo, a mí me da vergüenza, me dijo Fernando.



Al otro día respondió el alumno: «cuando mi profesor lo estime conveniente». Después de esa importante cita me tomé la última botella con el amigo. A los meses Fernando era nombrado Cónsul Honorario en San Francisco. Antes había sido Agregado Cultural en Washington, y tenía los antecedentes de sobra para ser el mejor Embajador de Chile en USA y en cualquier lugar del mundo. El Premio Latinoamericano de Literatura en l943 por su novela ‘Lautaro: joven libertador de Arauco’; el Premio Atenea y el Premio Municipal por su obra ‘Caballo de Copas’ en l947; por ser representante de la Real Academia de la Lengua española para Estados Unidos; Profesor Emérito de la Universidad de Standford; por sus numerosos escritos y publicaciones de crítica literaria y por haber denunciado los atentados contra los derechos humanos constantemente en todo el mundo, FERNANDO ALEGRÍA MERECÍA EL PREMIO NACIONAL DE LITERATURA en los años 80, o en los 90, o… La mala experiencia que tuvimos con Gabriela no sirvió a los jurados mediocres del país.



No hablaremos más con Fernando de box, de caballos, de política, de mujeres ni de vinos. Él viajará por lugares desconocidos, junto a su esposa Carmen Letona. Caminará haciendo versos con su amigo David Valjalo, quien partiera hace un mes a mejores valles. El pueblo de Chile, «cuando al alba sale el huaso a destapar estrellas», mirará el firmamento y entenderá que Fernando «no es un universo, sino un multiuniverso», como dijera ayer su profesora amiga Marcia Campos.



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*Guillermo Bown F. Escritor y periodista. Ex Diplomático y Profesor de la Universidad de Viena (Austria).



  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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