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Editorial: Normalidad democrática y políticas editoriales


La elección presidencial ha entrado en su recta final, en medio de un ambiente de normalidad en la vida pública nacional que no existió en las oportunidades anteriores, a lo menos desde que se recuperó la democracia. Ello se ve subrayado por el enorme giro cultural que significa que el candidato de mayor opción sea una mujer, miembro de la coalición gobernante, y que se declara abiertamente fuera de las redes tradicionales del poder político.



Este ambiente electoral es la prueba más fehaciente de que -efectivamente- la transición terminó. Y que las controversias y desajustes institucionales que pudieran subsistir, como la permanencia de la Constitución de 1980 en aspectos notorios de su arquitectura inicial, o las desigualdades en el plano económico, ya no pueden ser remitidos a la época dictatorial. Ellos corresponden netamente al tipo de problemas que tiene cualquier sociedad en su vida normal, y que pueden ser resueltos de acuerdo a las reglas del juego perfectamente definidas y de amplia aceptación en el cuerpo social.



Existen suficientes referencias institucionales y políticas que le permiten a la ciudadanía hacer un juicio acerca de la realidad, a la hora de ejercer sus derechos ciudadanos. Y reconocer tanto la calidad y factibilidad de las propuestas que realizan los candidatos, así como la creación artificial de atmósferas políticas cuyo único o principal propósito es manipular o confundir a la opinión pública.



Lo anterior descansa necesariamente en la libertad de información. Si no existe libertad de prensa, o si la agenda pública noticiosa puede ser capturada por intereses corporativos mediante la manipulación y el engaño, la transparencia es una ilusión y la libertad y la democracia se ven amenazadas. Ello es esencial en un país que ha debido enfrentar su historia reciente recomponiendo su memoria social frente a la desinformación y el engaño de que fue objeto por parte de una prensa alineada con el poder de facto.



Es básico para el sistema democrático que la prensa trabaje de manera honesta y responsable con la realidad. Que busque las noticias y sus fuentes en ella e informe con veracidad, sin transformarse en sí misma en generadora de información "a la medida". Y mucho menos en un poder ideológico que construye de manera artificial una pauta comunicacional equis para luego presentarla como el "hecho noticioso" del día.



Al respecto, llama la atención el espectacular esfuerzo desplegado por los diarios La Tercera y El Mercurio por incursionar en el campo de las encuestas de opinión, con instrumentos de sondeos de su propia confección, no sujetos a ningún control independiente acerca de su rigurosidad y calidad técnica, para luego entregarlas con bombos y platillos como noticias que merecen ser difundidas, acercando peligrosamente su línea editorial a un reality show.

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