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La «nueva era» de Bernanke en la Fed


La designación de Ben S. Bernanke para ocupar el cargo de Presidente del Sistema de la Reserva Federal de EE.UU., actualmente todavía ejercido por Alan Greenspan, ha dado lugar a especulaciones sobre la apertura de una «nueva era» en el manejo económico de ese país. El coro de opiniones positivas es sospechosamente armonioso. Wall Street aplaudió la designación casi furiosamente. Hasta ahora, no han aparecido opositores serios a esta designación de Bush. Incluso Brad Setzer y Nouriel Roubini, que en los últimos años han hecho profesión de Cassandras monetarios del país del norte, han «bloggeado» entusiastamente esta elección. Según ellos, Bernanke es «brillante». ¿Será que la mano del Presidente, después de Bolton y Miers, y muchos otros, habrá sido guiada por inspiración divina en el campo económico, tan decisivo para el destino no sólo de los EE.UU., sino de toda la economía mundial?



Dentro de los muchos temas económicos hacia los cuales el señor Bernanke ha orientado su interés, y sobre los que ha escrito bastante, destacan dos.



Uno se refiere a la política monetaria y su capacidad de controlar la fluctuaciones de precios, es decir, las deflaciones e inflaciones. En EE.UU., desde del campo académico, los negocios financieros, hasta el gobierno, pasando por el periodístico, que es el que de estos asuntos menos entiende, todos creen que en el capitalismo de hoy es el Banco Central el que controla el nivel y las variaciones de los precios. Bernanke obviamente tampoco pone en cuestión este asunto. Sus diferencias tanto con «keynesianos» como con monetaristas a la Milton Friedman radica en las formas de supuestamente poder hacerlo. Lo original de Bernanke es decir que debe haber un manejo discrecional de la masa monetaria frente a las predicciones de inflación, mientras que otros o pretenden seguir reglas fijas, o no asignan función alguna a estas predicciones. Entre los ciegos el tuerto es rey, y Bernanke lo ha entendido.



Ya algo más profundos son los pensamientos de Bernanke en el segundo tema de su atención prioritaria. Se trata de la relación entre los ahorros y la inversión. Y del rol que los EE.UU. tienen en la distribución mundial de éstos. Según Bernanke, existe, mundialmente, una sobreproducción de ahorros. Es decir, la gente, a lo largo del mundo, ahorra demasiado. No porque el miserable del África renuncie a llenarse el estómago para ahorrar, o los miserables de América Latina a construirse una habitación decente, o porque los millones de mendigos chinos o hindúes estén depositando sus limosnas en los bancos de la nueva oligarquía capitalista de Shangai y Calcuta. Bernanke sabe que eso no es posible. Las razones son otras. Lo que pasa es que Europa y Japón están creciendo demasiado lento.



Y aquí entra el benefactor mundial, la economía de EE.UU. Esta sigue creciendo, según Bernanke y otros, a un ritmo «saludable». Y esto debido a que es capaz de ofrecer oportunidades de inversión a los ahorros de los demás. No importa que el crecimiento esté por debajo de los decenios anteriores. Tampoco importa que las condiciones de vida de millones de ciudadanos de ese país empeoren día a día, y que para millones las esperanzas de una salud, educación y jubilación decente se desvanezcan como los deseos de los sueños al despertar. Lo que importa es que frente a la abundancia de ahorros en el mundo, EE.UU. absorba, le da «salida» a los ahorros «excesivos» que allí se producen.



Hasta ahora, Bernanke no ha revelado qué pasaría si EE.UU. no jugara el papel de principal creador de riqueza ficticia y virtual, como son los papeles de la deuda pública y privada de ese país. Pero cualquier lector de Bernanke puede intuirlo: más sufrirían los países con exceso de ahorro que los EE.UU., que lo tienen de menos. ¿De qué sirve el ahorro, si nadie tiene utilización productiva o de consumo para él? Pues, el ahorro dejaría de ser tal, sería destruido. Fue eso precisamente lo que demostró, a nivel nacional, hace ya mucho tiempo, Keynes. Y a nivel global, en este campo, las cosas no han cambiado. En eso sí tiene razón Bernanke, digámoslo claro.



Bernanke no es ningún revolucionario que crea que todo esto requiera de una mayor concertación económica mundial. O de visiones que vayan más allá de las fronteras de la gran nación del norte. Él es un buen conservador de Bush. La misión de Bernanke será la de conservar la posición deudora de los EE.UU. La de garantizar que la gente en otros países ahorre lo que los norteamericanos necesitan para financiar sus deudas. Como decía Paul Krugman hace poco, en su forma provocadora, e imprecisa de siempre: para que los norteamericanos puedan comprar y vender propiedades inmobiliarias entre sí con el dinero prestado de los chinos.



Pero precisamente no sólo de los chinos. Sino de los japoneses y otros, como los alemanes (no de los millones de jubilados con rentas bajas, a quienes se les niega, incluso, los reajustes anuales por inflación), los suizos (que cumplen su función de trampolín de todo tipo de negocios, limpios y sucios), suecos y noruegos (estos últimos bañados en oro negro), la mafia rusa (que vuela en el gas y otros negocios etéreos), y por supuesto, de los aliados árabe sauditas. Todos ellos aportan, según el último informe del Fondo Monetario Internacional (FMI) sobre la Estabilidad Global de las Finanzas, más del 50% de las exportaciones mundiales de capital (medidas en base a superávits en cuenta corriente). Y de los otros, que aportan el 50% restante, entre los que está China. Serán éstos los encargados de acumular en «ahorros» lo que EE.UU., graciosamente, dirá que hace bien en gastar.



Articular este cuadro no es tarea menor. Con un déficit creciente de más de 600 mil millones de dólares anuales, y una deuda acumulada estratosférica, hasta los refinanciamientos regulares se hacen difíciles. Será necesario pues, evitar que los ahorros repentinamente busquen otros destinos que los EE.UU. Si es necesario, mediante el sucesivo aumento de las tasas de interés. Pero Bernanke es el mejor hombre para hacerlo. Así nos dicen todos.



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Alexander Schubert es economista.






  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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