Publicidad

La importancia del voto de las mujeres por Michelle Bachelet


Uno de los puntos clave que está en juego en la elección presidencial del 11 de diciembre es el dilema avanzar o retroceder en materia de igualdad de oportunidades para las mujeres.



Como se sabe, durante los últimos años, en América Latina y en Chile se ha venido desarrollando un profundo cambio cultural, a partir del cual se ha posicionado en la esfera pública la idea de la mujer como sujeto pleno de derechos, en un plano de igualdad con el género masculino.



Evidentemente, los avances constatados coexisten con inequidades que se mantienen, constituyendo una de las más flagrantes la diferencia de salarios que reciben hombres y mujeres a igual capacidad y nivel de responsabilidad del puesto de trabajo.



En los cargos de mayor jerarquía, tanto en la esfera pública como en la esfera privada, la presencia de las mujeres también ha experimentado un lento pero persistente avance en dirección de la paridad de representación.



Lo avanzado y los desafíos pendientes se visualizan con nitidez en la composición de los parlamentos, los gabinetes ministeriales, los directorios o las planas ejecutivas de las grandes corporaciones. Para hablar a la manera de Roland Barthes, si antes era un «escándalo lógico», un «impensable» ver a una mujer ocupando cargos de tal jerarquía, hoy ya no lo es; pero, en contrapartida, el predominio masculino en las fotos oficiales y en la cúspide de los organigramas sugiere que hay fuerzas inerciales -que tienen que ver básicamente con cambios culturales- aún por superar.



En este contexto, el triunfo o la derrota de Michelle Bachelet el 11 de diciembre tendrá gran importancia en cómo evolucione la tendencia a futuro.



Para el observador o la observadora atentos, ha sido claro un menosprecio solapado, sibilino a la idea de una mujer ocupando la primera magistratura de la República. Apenas comenzaron a perfilarse las candidaturas de Michelle Bachelet y Soledad Alvear, fundamentalmente desde la derecha (pero también al interior de la elite concertacionista) surgieron con profusión los agoreros de la crisis «si una mujer llegara a ser Presidenta».



Posteriormente, con la consolidación del liderazgo de Bachelet, refrendado por múltiples encuestas, el eslogan derechista que comenzó a circular rápidamente fue «Bachelet no es Lagos», acentuando esa degradación tácita de la figura femenina ante el Pater que, paradojalmente, había sido denostado y presentado antes de su triunfo en 1999 como la mismísima encarnación del caos y la ingobernabilidad.



Si en 1999 la campaña del terror de la derecha era: la izquierda concertacionista es la ingobernabilidad, hoy esa campaña destila el subentendido: las mujeres son la ingobernabilidad.



Por ello, todos los que creemos en la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres debemos ser conscientes de lo que puede significar un revés o un triunfo débil de Bachelet: inevitablemente, llevar agua al molino de los que pontifican privadamente, pero se cuidan de expresarlo públicamente (por cálculo y freno ante lo políticamente incorrecto): «Ä„Ven, una mujer es incapaz de gobernar este país!».



Ahora bien, la raíz de este arraigado machismo o género-centrismo masculino en la derecha tiene profundas raíces culturales, y se expresa en el mayoritario componente conservador al interior de sus filas.



Desde la «revolución» conservadora de comienzos de los 80, sus representantes en todo el mundo no han dejado de disparar contra dos fuerzas motrices de la modernidad: la revolución francesa -con su impulso emancipador de la tradición- y la incorporación de la mujer al mercado del trabajo (criticada por disociadora de la familia y hasta causa última del desempleo).



Para decirlo en una palabra, los conservadores son, filosófica y políticamente una fuerza esencialmente antimoderna. Lo único que les atrae de la modernidad es el mercado, y no cualquier mercado: el más desregulado posible (es decir, el capitalismo salvaje).



El buen conservador sueña con un mundo sin sindicatos y con las mujeres cuidando los hijos en la casa, estudiando piano quizás y tejiendo para matar el tiempo.



En el caso chileno, estos planteamientos han sido difundidos con profusión entre la elite derechista por dos movimientos religiosos: el Opus Dei (predominante en la UDI) y los Legionarios de Cristo.



Las principales figuras de la UDI (Lavín y Longueira a la cabeza) expresan de manera palmaria este conservantismo militante. De allí que resulte absurdo, contradictorio en esencia, el discurso enarbolado con motivos de campaña, de «entender y ser capaces de enfrentar de mejor forma los problemas de la mujer».



Tomemos como referencia una entrevista a Cecilia Brinkmann, la esposa de Pablo Longueira (La Segunda, lunes 8 de agosto de 2005. Entrevista de Jorge Núñez). Madre de siete hijos, ingeniera agrónoma de la Universidad Católica y activa participante de los Legionarios de Cristo, a esta mujer le parece «natural» haber postergado su carrera profesional: «entre todo lo que apoyo a mi marido y los siete niños que tenemos, no me queda tiempo, por lo que trabajo harto en mi jardín y asesoro a mis amigas en eso. Es mi principal alegría, que la gente quiera las plantas y que sepa por qué se podan». Sondeada por el periodista respecto a la posibilidad de que ella pudiera iniciar una carrera política a futuro, reafirma: «Nunca. Soy la señora de mi marido, la madre de mis hijos y el tiempo que me queda lo dedico al paisajismo» .



Se trata de un testimonio paradigmático. La sociología siempre ha teorizado sobre el óptimo de la ideología: que el oprimido internalice y viva el dominio como deseable.



Otra referencia significativa es la existencia de la carrera sui generis «Administración y Servicio», exclusivamente para mujeres, en la Universidad de Los Andes, perteneciente al Opus Dei. La existencia de esta carrera, exclusivamente para mujeres, es la más concreta expresión práctica, la ideología en acto del sueño conservador. Las alumnas son preparadas para llevar a su más alto grado el valor de «servir». Una alumna de la carrera, entrevistada por Carolina Rojas, entrega su testimonio con convicción: «El servicio es una virtud de la mujer. Una se preocupa de los detalles, el hombre en cambio siempre anda pensando en las cosas macro. Al contrario de la mujer, que es mucho más detallista y copuchenta, que le gusta la cosita chica (Â…) Para mí lo más importante es que me enseñan a ser una súper mujer, súper woman o súper nana, como nos dicen en la universidad. De todas formas nos adoran porque nos fijamos en cosas que el resto no se fija; la casa, la cocina, la pieza, en el orden, en cómo organizar el tiempo, y en tu relación con los demás; saber callar cuando tienes que callarte».



La pregunta de rigor, entonces, y la más pertinente de cara a las próximas elecciones es: ¿pueden estos conservadores «comprender» los problemas de la mujer? ¿y en general, pueden comprender los problemas de miles de familias que se apartan de ese ideal conservador y plutocrático? (¿quién si no ellos pueden aspirar a constituir familias de siete hijos, sobreviviendo a base de un solo salario y centrando la reproducción doméstica en la mujer convertida en una «Súper Nana» rubia a cargo de un batallón de «Nanas» de pelo oscuro?).



Ese es el punto. Y eso es parte de lo que se juega en la elección del 11 de diciembre: una involución conservadora o un paso más en el avance hacia una sociedad moderna y con mayor igualdad de oportunidades, en lo socioeconómico, en lo cultural y en materia de género.



Tercera referencia significativa: ¿alguien recuerda la primera reacción de Sebastián Piñera cuando se informó de la incorporación de Cristina Bitar al comando de Joaquín Lavín? Yo lo recuerdo perfectamente: dijo: «Yo le recomendaría a Cristina Bitar que se quedara en su casa y se dedicara a cuidar a los niños». Y eso que se trata de un «liberal» de derecha. El dato, más que anecdótico, es sintomático del arraigo del conservantismo secular en la derecha chilena, en sus dos vertientes.



En definitiva, a la hora de depositar el voto en la soledad de la cabina este 11 de diciembre, tanto las mujeres como los hombres comprometidos con una sociedad con mayor igualdad de oportunidades tendrán que sopesar qué tendencia cultural desean fortalecer: el cambio de paradigma en curso hacia un mayor respeto recíproco y una coexistencia equilibrada en la diversidad, o la oferta autoritaria y conservadora de una derecha que, a excepción de su culto del mercado, vive de espaldas a la modernidad.



___________________________________________________________





Fernando de Laire. Doctor en Sociología. Autor de «Las Aventuras del Alcalde Chanta» y de «El éxtasis y la lágrima. Un sociólogo en la encrucijada cubana». Comentarios al e-mail: fernando_delaire@yahoo.com.ar

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias