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Maquiavelo en París


Un mes antes de las revueltas de mayo del 68 que remecieron al mundo de la posguerra y obligaron a reordenamientos para mantener la estabilidad en las sociedades desarrolladas, el vespertino Le Monde titulaba en primera página: «Francia se aburre». Nada parecía perturbar la aparente modorra gala poco antes de los grandes quiebres del siglo XX.



Después del triunfo del No en el referéndum francés sobre el proyecto de Constitución europea, en el cual las elites mediáticas, políticas y económicas fueron desautorizadas por los sectores populares, todo parecía envuelto por el velo de la normalidad.



Quienes dormitaban hoy -con un ojo medio entreabierto-, pese a que el escenario de una explosión de rabia y violencia del segmento de la juventud francesa discriminada y excluida había sido escrito casi con puntos y comas por investigadores, trabajadores sociales, cineastas y escritores, eran las mismas elites dirigentes de la República francesa.



El desarrollo de los acontecimientos ilustra bien que los actores centrales de poder no sólo contemporizan, tratando a toda costa, como bien lo decía Nicolás Maquiavelo (1469-1527) de «hacer creer», es decir, producir por todos los medios un «sentimiento de seguridad» necesario a la «unidad» nacional, sin el cual la «prosperidad» es imposible, sino que aprovechan el «momentum» para imponerse como agentes de resolución de crisis, restauradores del orden público, estadistas providenciales, estrategas improvisados y candidatos a la presidencia.



En efecto, la crisis francesa pierde en significación si no se la analiza en el contexto de la carrera político-electoral para las presidenciales del 2007. Tanto Dominique de Villepin (Primer Ministro) como Nicolas Sarkozy (Ministro del Interior) se disputan el liderazgo del conjunto de la derecha francesa. Ambos trataron de acumular capital de prestigio aprovechándose de los tumultos y de la profunda fractura social.



Además, la política de «seguridad» adoptada a fines de mandato por el gobierno del Primer Ministro socialista Lionel Jospin (1997), impidió a los socialdemócratas franceses adoptar medidas tendientes a resolver el desempleo, la exclusión y el racismo institucionalizado que viven cientos de miles de jóvenes.



En el 2002, durante la campaña presidencial del terror de la derecha francesa, Jacques Chirac y los suyos desacreditaron la candidatura del socialista Lionel Jospin (obtuvo un 16,18% de los votos) e impusieron un discurso de la seguridad y el miedo (hacia el otro, el diferente, el extranjero, el negro, el árabe). Campaña que les permitió ganar las elecciones en la segunda vuelta (80% de los votos emitidos), con el apoyo de la izquierda y contra Le Pen.



El Príncipe y la acción política



Hagamos un rodeo que puede ser esclarecedor. En el capítulo VII de El Príncipe, hay un texto extraordinario -menos de una página- que inaugura la ciencia política «realista» moderna (1). Allí el consejero florentino explicita, para beneficio de sus lectores contemporáneos y futuros, la lógica del movimiento de las relaciones de poder.



Para «pacificar» el territorio de la Romaña presa de la «desunión» y el «desorden»; «comandada» por pequeños poderes impotentes pero amenazantes (el mal social), César Borgia designa a un jefe militar «cruel y expeditivo» al cual delega «poderes plenos».



El jefe militar, Ramiro d’Orco, se entrega con ahínco al fin encomendado; dar un «buen gobierno» a la Romaña, poco importan cuales fueren los medios. Pero bien lo debe saber todo Príncipe (cualquier político), el poder no sólo se adquiere sino que los actores tienden a conservarlo, aumentarlo y, dependiendo de la potencia acumulada, a proyectarlo para sus fines.



Al transformarse en el amo de la situación en la Romaña, Ramiro d’Orco acumula «prestigio». Por lo tanto, podría pesar en la balanza del poder y convertirse en un rival para el Príncipe.

El Duque César Borgia (El Príncipe), sabiendo que el accionar del jefe militar era considerado «odioso» por la población, crea un «tribunal civil» con un presidente «sabio» que escucha las quejas de los abogados de cada ciudad donde se cometieron abusos. Ramiro d’Orco (convertido en un chivo expiatorio) es ajusticiado en medio de la plaza de Cesena. Así Borgia podrá «purgar los espíritus» y «ganarse completamente» al pueblo. Después del «feroz espectáculo» la población vuelve a sus casas. Pero no son felices, están «satisfatti«, se les entregó un bien: la seguridad; con un mal: la violencia.



Si esa noche los habitantes de Romaña duermen tranquilos es porque el poder (simbólico y real) del Príncipe (o Estado) garantiza el orden y vigila (2). La maniobra política no es oscura. La sabiduría popular entiende el manejo «maquiavélico», pero el doble carácter de la violencia los deja «stupidi«. Sin embargo, si Remiro d’Orco hubiera sido un «virtuoso» de la política, (un «zorro» y un «león» y no un discípulo del ingenuo Aristóteles, según Maquiavelo) (3) hubiera podido ganar en el juego de poder en el cual un actor de poder puede perder la carrera (o la vida).



Nicolás Sarkozy, Il virtuoso



Nicolas Sarkozy, al día siguiente del estallido de violencia emotivo y predecible de la juventud de los suburbios después de la muerte de dos de los suyos en Clichy, perseguidos por la policía en «circunstancias oscuras», opta por una estrategia de aumento de la tensión. Su objetivo: ganar el voto de la extrema derecha de Le Pen, posicionarse como el hombre fuerte de la derecha y absorber el centro. Si bien Jacques Chirac le da luz verde, «Sarko» va más lejos y desempeñará su propio rol, al provocar a la juventud sublevada con su infamante epíteto «racaille» (lit. rascas o piojentos; del latín popular «rasquere»). De Villepin, prudente, espera el momento de intervenir.



El presidente Jacques Chirac desaparece, para presentarse más ausente aún. En un mensaje a la nación donde retoma el discurso de su Ministro del Interior y reitera expulsiones y toque de queda, para los émeutiers (sublevados). A estas alturas del partido algunos analistas opinaron que Sarkozy saldría con la cola entre las piernas, otros, que no era más que un político «fusible» que saltaría en su propio juego.



Ahora bien, la encuesta Ipsos-Le Point publicada el pasado 17 de noviembre, revela que Sarkozy -cuyo discurso se asemeja al de los republicanos de Bush- cuenta con el apoyo de un 68% de los ciudadanos franceses, que aprueban la «firmeza» con la cual reaccionó el ministro del interior. Al que también consideran como el político más capacitado para «aportar soluciones duraderas». De Villepin, el rival, con un 62%, detrás de Sarkozy.



Victorioso, el diestro Ministro del Interior, aprovechó la crisis para sus fines después de haber tratado espectacularmente, en un debate televisivo, por segunda vez, de «racaille» («je persiste et je signe«), a los revoltosos sin reconocer la crisis social, echándole la culpa a las bandas de delincuentes juveniles y a la «inmigración». Los jóvenes presentes le respondieron: «Somos franceses pero somos los excluidos y desempleados de la República fundadora de los principios formales de Igualdad, Libertad y Fraternidad».



Esta vez el Ramiro d’Orco de Chirac fue más virtuoso que sus Príncipes. A Sarkozy lo acompañó la fortuna (4). Cosechó los honores, ganó la apuesta y se perfila como el candidato de la derecha con mejores condiciones que el protegido de Chirac, Dominique De Villepin.



¿Qué pasa con la democracia cuando un segmento de los ciudadanos están impedidos de ejercerla? Cuando el racismo está institucionalizado y los partidos políticos oficiales se han desentendido del problema. Cuando durante veinte años se ha considerado que el problema de los suburbios es «delicado», «difícil», «multidimensional», escudándose detrás de la fraseología republicano-liberal (al igual que en EE.UU.) de los derechos formales y abstractos: el todos somos iguales ante la ley y tenemos los mismos derechos. En ambos países las diferencias se han transformado en desigualdades.



Las lógicas sociales, la República Francesa y la desigualdad



Los mejores especialistas franceses no caen en el pesimismo ni menos en las lecturas simplistas. Europa ha visto múltiples revueltas. En definitiva, si los jóvenes se sublevan es porque han integrado el modelo republicano y se dan cuenta que no funciona, considera Emmanuel Todd, uno de los más lúcidos teóricos y analistas franceses. «Los jóvenes de las ‘cités’ en rebelión se encuentran aún separados de los medios populares franceses (de vieja cepa) por razones históricas y culturales, aunque tienen en común el pertenecer al mismo mundo en términos sociales y económicos», explica el investigador.

Y agrega: «La respuesta a la exclusión fue violenta. Inquieta ver autos y jardines infantiles en llamas. Pese a que la situación puede aún empeorar, me inclino por una interpretación optimista de lo sucedido. No me refiero a la situación en los suburbios que en algunos lugares es francamente desastrosa, con tasas de cesantía de un 35% en los jefes de familia y con discriminación étnica en los contratos de empleo».



Todd se explaya en una entrevista a Le Monde: «Pienso que no hay nada en la espectacular revuelta que separe a los hijos de inmigrantes del resto de la sociedad francesa». El historiador y antropólogo ve exactamente lo contrario: «Interpreto los acontecimientos como un rechazo a la marginalización. Esto no hubiera podido producirse si los hijos de inmigrantes no hubieran interiorizado algunos de los valores fundamentales de la sociedad francesa, por ejemplo la pareja de valores republicanos fundamentales que son la libertad-igualdad».



«Leo en esta rebelión una aspiración a la igualdad. La sociedad francesa está siendo cada vez más impregnada por los valores de la desigualdad, fenómeno que corresponde al que se despliega en todo el mundo desarrollado».



Todd, al comparar las estructuras familiares anglosajona y francesa concluye: «La desigualdad tiene mucha aceptación en Estados Unidos donde su efecto político es el éxito de los neoconservadores, pero esta tendencia planetaria hacia la desigualdad no tiene aceptación en Francia, puesto que choca con un valor antropológico igualitario que está en el corazón de las estructuras familiares campesinas de la cuenca parisina».



Eric Marličre, sociólogo, investigador del Centro de Investigaciones Sociológicas sobre Derecho e Instituciones Penales, autor de «Los Jóvenes en las Cités. Diversidad de Trayectorias o Destino Común» (2005), considera que: «No hay relación entre la subversión actual y el hecho que sus jóvenes protagonistas son de cultura musulmana».



En una entrevista a medios franceses afirma: «No se trata de un conflicto étnico, sino de un conflicto social animado por jóvenes de las clases populares que no tienen ninguna perspectiva de futuro. La religión no tiene nada que ver en esto. Se equivocan los medios europeos y norteamericanos que quieren ver una Yihad o Intifada personal de los jóvenes pobladores en contra de los símbolos de la República.



Eric Macé, investigador del Centro de Análisis e Intervención Sociológica (EHESS – CNRS), en un reportaje de Le Monde, insiste también en la dimensión política de las revueltas. «Dimensión política de la acción colectiva y no solamente una conducta delincuente», afirma.



El profesor de la Universidad de París-III, con una audacia intelectual que haría erizar los pelos tanto a nihilistas negadores de la historia como a los discípulos del positivismo sociológico, declara: «En los barrios populares, hay una inteligencia situacional. Todo el mundo tiene claro que en tiempos normales las violencias económicas, sociales y simbólicas que se ejercen sobre sus pobladores son perfectamente invisibles. Por lo tanto, para ellos es evidente que las revueltas son uno de los pocos medios que permiten, por la violencia de la acción, darle visibilidad a la violencia estructural y sistémica».



Además Macé insiste en un rasgo propio de todas las sociedades modernas: la autonomización de los adolescentes con respecto a la autoridad familiar. En todas las sociedades existe la misma preocupación de los padres por ser «buenos padres» y el mismo deseo de los adolescentes de desembarazarse de la autoridad de los padres». Fenómeno evidente, pero completamente ignorado por los analistas que responsabilizan a los padres de los suburbios de la actividad de sus hijos, o de lo que llevan dentro de las mochilas.



Macé no tiene miedo a los símiles históricos: «Es como si se le reprochara a los sublevados de la Comuna de París, utilizar la violencia contra la República burguesa aliada a las tropas de ocupación alemanas entre 1870-1871, o como si se reprochara la violencia en las guerras anticoloniales.»

Laurent Bonelli, especialista en el tema, agrega que «el Estado Social retrocede en Francia. Hay menos enfermeras, médicos, mediadores, pero hay más policías. Los policías son jóvenes, provincianos e inexperimentados. Cuando son destacados en las cités, no conocen los códigos culturales. Los policías van a repetir los mismos gestos cotidianos de hostigamiento. Esquematizando, esto significa: ‘buenos días, muéstrame tus documentos’. Los ultrajes a la autoridad y los actos de rebelión pasaron de 10.000 Å• 50.000 por año, en cinco años.



«París se aburguesa», afirma Bonelli. «En mi barrio, al norte de París, hay cada día menos extranjeros. Hay un corte social. Los pobres están detrás del periférico y los más pobres son los de las inmigraciones recientes. Los ingresos de los más pobres caen y los de los ricos aumentan. Esta diferencia se materializa territorialmente. Paradójicamente, los barrios ricos, donde hay una gran concentración de la riqueza, son los más guetizados. En los barrios pobres todavía hay una mezcla social».



En 1755 Jean Jacques Rousseau escribió su Discurso sobre los Fundamentos de la Desigualdad entre los Hombres. Allí se alza en contra de la desigualdad social: «La primera fuente del mal es la desigualdad(4), de la desigualdad viene la riqueza, pues estos conceptos de pobre y rico son relativos, doquiera los hombres son iguales no habrá ni ricos ni pobres». Si la desigualdad persiste es porque el Pacto Social no es legítimo. Los poderosos del Antiguo Régimen embaucaron a las mayorías. Es necesario entonces un auténtico Contrato Social, justo, legítimo y democrático, entre ciudadanos libres. Es la única manera de recuperar la libertad y la igualdad perdidas. Para lograrlo, las primeras camadas de lectores de Rousseau (5) hicieron una Revolución. Hoy, la juventud excluida lucha por el reconocimiento.



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(1)En esta síntesis he utilizado la edición bilingüe, que incluye el original en italiano (Rizzoli, 1975) y una traducción francesa de Gérard Luciani, Ed. Gallimard, 1995.



(2)Es evidente que el inglés Thomas Hobbes se inspirará más tarde de los análisis de Maquiavelo acerca del Estado, pero desarrollando la idea del contrato de delegación de los poderes individuales al Leviatán todopoderoso en 1640.



(3)La «virtů», para Maquiavelo, es tanto la energía que la «bestia política» le impone al proyecto como la rapidez de su ejecución.



(4)La fortuna es la ocasión propicia para la iniciativa audaz.



(5) Para Maquiavelo el desorden (el mal social) y el orden (un bien político) son productos de la actividad humana.



(6)Rousseau fue el primero en decir que Maquiavelo fingía aconsejar a los Príncipes (políticos) pero que su verdadera intención era educar a los pueblos. El florentino, maestro de la sospecha, consideraba que no hay que dejarse impresionar por los discursos moralistas de los Príncipes.



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Leopoldo Lavín es profesor del Departamento de Filosofía del Collčge de Limoilou, Québec, Canadá.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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