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El Ejército del Segundo Centenario


En lugar de elaborar un ranking sobre los candidatos con más opciones para suceder al General Juan Emilio Cheyre en la Comandancia en Jefe del Ejército, la posición correcta es preguntarse cuál es la situación actual de desarrollo profesional de la institución, y qué tipo de conducción requiere, para cumplir su misión estratégica de cara al Segundo Centenario de nuestra independencia.



De partida habría que señalar que la composición del cuadro de generales de donde debe salir el sucesor, es la más pareja y profesional desde que se recuperó la democracia. Y que cada uno de los cinco generales que lo componen tiene, sin lugar a dudas, méritos más que suficientes para acceder al mando superior. Por lo mismo, el enfoque no puede estar basado en una apreciación sobre las relaciones civil- militares propia del pasado, sino en la visión de una agenda futura, impregnada de lo que he denominado la agenda dura de la defensa nacional.



Ella tiene temas largamente postergados en las prioridades civiles, que son fundamentales para la modernización y desarrollo profesional de los institutos armados. Y también para designar los mandos respectivos. La ley orgánica del Ministerio de Defensa y el establecimiento de un sistema integrado de administración económica del sector; la interoperabilidad y un Estado Mayor Conjunto con capacidad de la planificación y no simplemente como órgano asesor; el tema de la industria militar; y la determinación del tipo de recursos humanos que deben componer nuestras fuerzas armadas, incluido el sistema previsional.



Para encararla, es evidente que no es lo mismo tener un escenario impregnado de visiones doctrinarias autoritarias, o posiciones autonomistas al interior de las FuerzasAarmadas, o uno de plena normalidad como el actual. Esto último permite que la conducción civil decida de acuerdo al cuadro de intereses estratégicos que tiene el país, y ejerza su liderazgo y control en la política de defensa.



Aquí reside el gran mérito de Juan Emilio Cheyre como Comandante en Jefe del Ejército. Haber contribuido claramente, independientemente de los desajustes coyunturales que pudieran haber existido, a cerrar la etapa ideológica que dejara Pinochet, y haber virado de manera definitiva el sentido estratégico de los cambios al interior de su institución. Hoy, efectivamente en su seno existe un proceso de modernización, que sin lugar a dudas precisa de mayores ajustes técnicos y doctrinarios, pero es algo serio, que finalmente rompió la inercia y el marasmo que lo tuvo al borde del colapso.



Independientemente del sesgo autocentrado que tienen los procesos de modernización de las ramas en nuestro país, el primero de los cuales es el del Ejército, entre los aspectos fundamentales de los procesos de modernización está el componente logístico integral que ellos involucran.



Esto no es una manera burocrática o utilitaria de mirar las cosas. Por el contrario, es el resultado lógico de un pensamiento muy articulado acerca de cómo encarar la dimensión territorial propia, el despliegue espacial de los intereses nacionales y la composición de los eventuales escenarios de conflicto. La consecuencia debiera ser una selección fina de recursos humanos, sistemas de armamento y equipos necesarios, compatibles e integrados, para el cumplimiento de la misión asignada. Y en este proceso, no son pocas las veces en la historia militar en que incluso la estructuración de una fuerza institucional está dominada por una racionalidad estrechamente vinculada a las consideraciones logísticas.



La nueva realidad internacional, y la posición adoptada por nuestro país en ella, requiere que nuestra estrategia en materia de defensa sea una visión de largo plazo, con una cartera relativamente abierta de opciones, y grados amplios de flexibilidad para adaptarse en proceso. Pero con intensos elementos de interoperabilidad y coordinación entre las ramas de las Fuerzas Armadas, entendiendo que la velocidad promedio y su mayor alcance está en el mar.



Lo dicho repudia la idea de algo planificado paso a paso y de manera autónoma, y exige abrirse a una concepción conjunta en la cual, insistimos, nuestro país está relativamente atrasado.



Los cursos estratégicos modernos llevan a debates sobre velocidad, precisión y complejidad tecnológica, interoperabilidad, economía de recursos, imprevisibilidad, por lo cual el paso de un ejército de concepción presencial a uno de alta movilidad y flexibilidad, es un proceso largo y no exento de complejidades, que exige una conducción muy sólida y un cambio de paradigmas sobre la organización institucional.



¿Cuál de los generales es el más capacitado para llevar adelante ese proceso? El test corresponde a la autoridad civil y su visión de futuro y no a los viejos criterios de relaciones civil- militares.



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Santiago Escobar S./Cientista político y experto en defensa.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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