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Pensionitis o adultez: el dilema de Chile en esta elección


Las elecciones son un momento de sinceramiento de las sociedades, donde en su espacio público por excelencia -la elección de gobernantes-, se desnudan las aguas subterráneas que mueven a las personas y cuajan las respuestas populistas-mediáticas, los males menores o quien logra atreverse a orientar por un camino que le devuelve a la propias personas su rol para alcanzar el mentado «desarrollo».



La «inquietud» de Chile ya no es la «estabilidad», ni la «convivencia democrática», ni «el cuidado de los pobres entre los pobres». En esto se ha avanzado. La nueva anomalía es la búsqueda de empleo digno, de inserción social valorada y bien pagada, el camino largo a una mayor igualdad (el único posible), la seguridad construida por integración social, mayor amabilidad y «cuento común».



Las cosas están mezcladas. Michelle Bachelet ha logrado acercarse a ser mayoría en una combinación de mayor «protección» (educación pre-escolar y reforma previsional) con «seriedad», al no caer en el populismo de los discursos triviales de «pensión para la dueñas de casas» (en un país que aún no completa niveles básicos de protección en salud, educación de mediana calidad, apoyo a discapacitados) o que en «marzo terminamos con la cesantía» y creamos «medio millón de empleos».



Sin embargo, la derecha con sus dos candidatos crece en dos medias verdades: Lavín aprovecha la «inseguridad subjetiva» para proponer el «orden policial» y Piñera parece mover el agua del «malestar» con un estilo dinámico, que da esperanzas a la propia ciudadanía más aspiracional que la Concertación ha ido construyendo (de 12 a 35% de jóvenes con educación superior), al colocar parte de la agenda futura.



Pero los discursos, y los equipos y las coaliciones de poder real, son incompletos para ser mayorías sólidas, aunque en el caso de Bachelet los elementos están ahí y se pueden movilizar para ganar, si ello ocupa un lugar central y no un apéndice: el llamado a la adultez de los chilenos que no es sólo «responsabilidad», también «creatividad». La pensionitis asistencialista, la refriega del malestar por el malestar, crece bajo una práctica que ha apostado correctamente a la protección social y a la infraestructura, pero no da el salto a la adultez para connotar que Chile alcanzará el desarrollo si nos hacemos cargo entre todos de recrear el alma emprendedora-solidaria que Chile también tiene. El temple de trabajar y no sólo esperar subsidio (los socialistas españoles perdieron el poder por los escandalillos y por apostar en demasía al voto cautivo a punta de pensiones). De conquistar el mundo haciendo de la cultura «una industria» y no eventos. De atreverse a elegir gobiernos regionales y fortalecer los municipios para romper el exceso de paternalismo en las soluciones «ministeriales» (no hay rasgo más común en los países desarrollados que difundir poder y hacer de cada territorio una «escuela de innovación» y apuestas propias de desarrollo). En transformar radicalmente y elevar el nivel de las instancias de fomento del empleo, la ciencia, la innovación, los capitales semillas, los clusters territoriales productivos. En comprender, como bien los dice el Movimiento Atina Chile, que dar acceso a banda ancha a la clase media baja es tan revolucionario como pedir jornada de ocho horas hace cien años, en la medida que abre mundos y democratiza conocimientos, relaciones a los «subalternos», y genera nuevas prácticas sociales de mayor movilidad social (educación, identidad, ventas, búsquedas, empleo, negocios).



Lo «aspiracional» y lo «nacional» fueron el centro de los Frentes Populares con educación y la Corfo; de Frei y Allende con la «reforma educacional», la «reforma agraria», «la batalla de la producción». El viejo Marx hablaba en la «Ideología Alemana» de la «alienación en el trabajo» y en el «no trabajo», como el Papa Juan Pablo II en su «Laborem Excercens» recordando que el «trabajo digno hace al hombre feliz como co-creador». Chile se distorsiona con el paternalismo y el imaginario que tendrá protección total, que el súper empresario creará como en acto alquímico los empleos que faltan, o que hay que ponerse a la cola de las «nuevas pensiones» como las filas de aspirantes a las «monedillas» que hicieron historia de ramplonería en la Plaza de Armas de Santiago.



Más excelencia, más autonomía regional, más redes para crear e innovar, mayor ambición para conquistar el mundo con productos y servicios complejos, mayor asociatividad, más pacto social entre empresarios y sindicatos, más amor a la patria sin crear «malestares» y «denuncitis», sino que articulando y movilizando voluntades, parecen ser la respuesta del «sinceramiento» que requerimos. Es la adultez por sobre el llamado paralizador de la «pensionitis» paternalista. Soporte comunitario pro-activo a los más débil, y a su vez, desatar los talentos, la confianza y la autonomía de la mayoría, como la ecuación del desarrollo.



Una centro izquierda plural y dinámica, innovadora, solidaria y regionalizadora- más allá de la falso cartesianismo de alianzas «reductoras»entre izquierda tradicional y centro petrificado-, es la fuerza que mejor interpreta el ser nacional. Una mayoría que quiere expresarse y sentirse expresada en un estilo, en un equipo, y un discurso que apele a la adultez. Con esa «Sinceridad» (a propósito de un libro homónimo clave del «Centenario»), el espejismo del «filántropo que navega por el Mapocho» con sus «aguas prometidas», quedara relegado al mito de Narciso. A nosotros nos queda hablarle a los chilenos de las tareas comunes que debemos acometer, desatando las energías para atinar en serio.



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Esteban Valenzuela Van Treek. Diputado PPD por Rancagua.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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