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Un voto democrático para Tomás Hirsch


Un voto para Tomás Hirsch y para los candidatos del Juntos Podemos Más es un voto por un proyecto de transformación democrática de la sociedad chilena al cual adherimos muchos chilenos residentes en el exterior. Esta empresa ciudadana, resultado de la acción de los militantes de organizaciones de izquierda y los movimientos sociales, tiene un gran valor político, tanto nacional como planetario.



La candidatura de Tomás Hirsch es el resultado de la voluntad de hombres y mujeres que vienen de experiencias históricas diferentes y que decidieron a abrir horizontes hacia otros mundos posibles, menos mercantiles, más participativos y más éticos.



Mientras más diversidad haya, más grande será el bagaje de experiencias para producir relatos que podrán ser compartidos por un mayor número de ciudadanos y ciudadanas.



La voluntad política por construir una alternativa es fundamental para luchar por los bienes legítimos que merecen los ciudadanos del siglo XXI: trabajos dignos y bien remunerados, una educación de calidad, una cobertura universal de salud, pensiones justas para una vejez digna y una buena calidad de vida en un medio ambiente saludable. Sin olvidar que por estos mismos bienes comunes, nacionales y globales, luchan millones de ciudadanos en otras sociedades del planeta.



El Programa del Juntos Podemos Más es una respuesta acertada a los problemas de nuestro país. Responde a las aspiraciones de las mayorías ciudadanas y a los desafíos que plantea el mundo de los albores del siglo XXI.



Es una opción clara al pensamiento neoliberal que sostiene que la sociedad tiene que ser administrada como auxiliar del mercado y que la concentración de la propiedad productiva y de la riqueza de un país en manos de menos de un 5% de la población es algo normal. A estas alturas es imposible ignorar que la investigación empírica muestra que las políticas defendidas por las elites dominantes, sus tecnócratas y sus instituciones, a saber: Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial y OMC, han acarreado el aumento vertiginoso de las desigualdades. Éste es un fenómeno global a partir de los 90 (Katz & Murphy, 1992; Berman, Bound & Machin, 1998); razón que explica en gran parte las tensiones y conflictos sociales que recorren el planeta.



El neoliberalismo «fataliza» la división social entre el pequeño grupo de propietarios de las diversas formas de riqueza y las inmensas mayorías ciudadanas cuya existencia está determinada por el trabajo asalariado. Y su sucedáneo, el liberalismo político, no sólo acredita a la democracia representativa-elitista-binominal en su intento por imponer una división tajante entre las elites gobernantes y los gobernados, sino que considera normal que las mayorías existan políticamente como masa gobernable. Como individuos consumidores (de símbolos, de productos o servicios) activados sólo en períodos electorales para que consientan -no sin cierta dosis de cinismo y apatía funcional al sistema- a la privatización de la política por las elites.

El liberalismo político perdió su potencial liberador de la iniciativa ciudadana. Al afirmar que la sociedad política no es más que un agregado de individuos que votan de vez en cuando, la doctrina liberal desconoce e ignora que una sociedad es la incesante producción de vínculo social. Que los individuos son seres sociales que tienen las capacidades para formar una comunidad de iguales y que, por lo tanto, la política democrática es la creación de espacios participativos y de deliberación de todos. Este proyecto, que fue el de muchos chilenos, lo retoma e impulsa el Juntos Podemos Más. Muchos luchadores y luchadoras abandonaron este sueño en nombre del «pragmatismo» (o del «voto útil»).



Un mundo nuevo, una nueva izquierda



Las Ciencias Sociales han desarrollado altos grados de predictibilidad. Éstas enseñan hoy que las sociedades que acceden a la modernización capitalista, pasado el momento de euforia que produce el acceso al consumo de los bienes materiales de la modernidad, constatan los estragos que deja la instrumentalización económica del mundo. Es así como la existencia humana (la subjetividad), la cultura y el medioambiente acusan su impacto. Comienza entonces un lento proceso de crítica al capitalismo, con la ayuda de la educación y el conocimiento, que se traduce en la aspiración democrática de los (las) individuos por ser agentes autónomos de su destino. Jeremy Rifkin, notable pensador norteamericano, en sus trabajos acerca del capitalismo post-industrial, resume bien este impulso al afirmar que «las vivencias de las personas no pueden ser sólo mercantiles».



Esta resistencia psíquica del individuo a las opresiones explica su interés por la acción colectiva que se traduce en la creación de movimientos sociales ciudadanos en torno a proyectos y valores: movimientos antiguerra, por los derechos de las minorías homosexuales, la ecología, la igualdad de géneros. Ejemplos propios del Chile contemporáneo: el movimiento de académicos y estudiantes universitarios chilenos que rechazan a personajes en puestos directivos que arrastran un pasado cargado de prácticas dictatoriales y las movilizaciones del pueblo mapuche por la identidad y la autonomía.



Es por esto que la política de izquierda es la democracia. Es decir, por un lado, la irrupción de los movimientos ciudadanos -de «los sin o que no forman parte», diría el filósofo Jacques Rancičre- en la escena política. Por otro, la extensión de la participación democrática de los individuos a todas las esferas de la actividad humana, cultural, social, económica y política. Es evidente que la dinámica democrática tiene exigencias como el aprendizaje del debate racional, la apropiación y perfeccionamiento de los métodos democráticos, tanto en el plano de la generación de liderazgos, como en el de propuestas y políticas públicas.



En efecto, el peso de la crítica argumentada y de la acción liberadora, tanto de los individuos como de los movimientos colectivos se vuelca casi espontáneamente hacia los factores que obstruyen la exigencia democrática: las castas burocráticas o instituciones jerarquizadas, los regímenes de líderes máximos, el poder manipulatorio de los medias, el gobierno de los expertos, tecnócratas y «managers»; el contubernio entre el dinero y la política; y sus métodos y efectos: el secretismo, la manipulación, el tráfico de influencia y las corruptelas.



El programa del Juntos Podemos Más se nutre de las nuevas prácticas e ideas desplegadas por los movimientos ciudadanos (de los zapatistas al altermundialismo). Es evidente que supera el mero marco nacional. Puede ser interpretado como un aporte necesario a las luchas que hombres y mujeres libran desde varios rincones del planeta contra las diversas facetas de la barbarie; el militarismo imperial, la desigualdad, el racismo, los fanatismos fundamentalistas (del Opus Dei a Al Qaeda) y al «individualismo posesivo y depredador», que, según el filósofo canadiense C.B. Macpherson (1911-1987), se expresa en la ofensiva neoliberal desde la década de los 70.



Cornelius Castoriadis (1922-1997), gran estudioso de la democracia griega y crítico fecundo del «integrismo neoliberal» denunció con ardor la incompetencia de las elites políticas pero también fustigó la indiferencia y el conformismo de las conciencias particulares. Castoriadis insiste en la «responsabilidad del ciudadano». El filósofo hace un llamado en sus últimos escritos a una educación ciudadana volcada hacia la «cosa común» y hacia la «participación activa».



Franí§ois Houtart, profesor emérito de la Universidad Católica de Lovaina, en el prefacio del libro «Repensar la Acción Política», del autor franco-quebequense Pierre Mouterde, un ensayo acerca de la política la ética y la historia, afirma: «La reconstrucción de la izquierda es hoy un objetivo universal». El libro de mi colega y amigo, estudioso de la realidad política latinoamericana, es un aporte entre muchos otros a una rica reflexión desde la izquierda, sobre las condiciones y la necesidad de la acción política transformadora en las sociedades modernas.



En Chile es el Juntos Podemos Más quien ha asumido la tarea de comenzar a construir un movimiento político ciudadano que saque al país del pasado, que lo conecte con sus mejores tradiciones democráticas y libertarias diseñadas en las luchas por la justicia social y la igualdad, y que lo proyecte con aplomo al mundo complejo del futuro.



Un proyecto de ruptura democrática, alternativo y de poder



La tarea asumida por el Juntos Podemos Más implica romper con las formas elitistas de hacer la política dominante que se han impuesto hoy en Chile. Ella promueve cambios fundamentales al régimen político para democratizarlo y plantea el debate sobre otro modelo y otro Contrato Social. Esta opción es más válida que nunca. Considerando que las candidaturas derechistas sólo ofrecen más modelo neoliberal, más desigualdad, más sacrificios. Como si no fuera ya demasiado el que la educación técnica y universitaria, las pensiones para una vejez tranquila, la información periodística, la salud, la naturaleza, la tecnociencia, se encuentren sometidas a la lógica de la ganancia.



Nada es más falso afirmar que el mercado es el único medio eficaz para asignar recursos. Las sociedades más democráticas y justas del planeta tienen sistemas públicos productores de bienes comunes de acceso universal, eficientes y eficaces que hacen la vida agradable. En Chile, una economía que apunte a la solidaridad es una necesidad. Allí donde la economía ha sido sometida a las necesidades sociales, el Estado se abre a la sociedad civil y a la participación ciudadana. Estos modelos solidarios son una conquista social, es decir, el resultado de una lucha constante de las mayorías ciudadanas contra las fuerzas neoliberales, que quieren privatizar todo.



Cabe agregar que una sociedad democrática es aquélla donde los ciudadanos saben distinguir a los empresarios creadores de empleos decentes, respetuosos del ecosistema e innovadores, de aquéllos que desarrollan estrategias antisindicales, abusan y eluden sus responsabilidades sociales. Pero los llamados a la «ética en los negocios» o a la «responsabilidad Social de la empresa» son espejismos que ocultan lo esencial: sin movimientos sindicales poderosos y un Estado «estratega» que proyecte a futuro y construya el interés general, es imposible que la lógica cortoplacista del capital se pliegue a la lógica de la solidaridad ciudadana.



El proyecto del Juntos Podemos Más hay que potenciarlo con el voto ciudadano. Las elites políticas de la Concertación marcan el paso en las grandes tareas. Vale la analogía con lo sucedido a otras coaliciones «progresistas». El historiador británico Perry Anderson comentaba así el viraje a la derecha de los socialistas franceses de Mitterrand en los 80 : «Conquistaron los oropeles y los emblemas del poder, pero perdieron la batalla de las ideas».



La coalición gobernante DC-PS-PPD en Chile sufre la usura del tiempo y muestra falta de vigor para encarar las tareas en pos de un futuro mejor. Muchos de sus ideólogos están fascinados por el modelo estadounidense y el «rational choice», teoría de moda en las escuelas de negocios de Estados Unidos. Es muy posible que algunos segmentos sociales prefieran, llegado el momento, los originales a las copias. Es la explicación del ascenso de un burgués neoliberal como Sebastián Piñera. Producir diferencias, como lo propone Eugenio Tironi, es una estrategia comunicacional que revela la incapacidad de la Concertación para cumplir sus promesas y asumir la exigencia democrática por la igualdad.



De ahí la necesidad de potenciar un proyecto alternativo. El mismo fenómeno ocurre en muchas sociedades donde las socialdemocracias se derechizaron, adoptando las banderas del liberalismo económico y el desmantelamiento del Estado Social.



La izquierda se revigoriza. Los jóvenes militantes que animan los movimientos ciudadanos son ávidos de saber. Muchos buscan adherir a un pensamiento fecundo, abierto y despojado de los viejos dogmas. Fenómeno mundial, que el sociólogo Pierre Bourdieu expresó muy bien al referirse a movimientos sociales como el altermondialismo: «Contamos con ciudadanos armados, competentes, instruidos, capaces de producir ellos mismos sus discursos». Es la misma tendencia detectada por Antonio Negri. Sin embargo, esto no basta. Al mismo tiempo que la izquierda libra un combate por democratizar el saber y utilizar la nuevas tecnologías de la información, es consciente que las sociedades que producen certezas para un futuro complejo son las que harán inversiones masivas en la educación pública, técnica y universitaria, científica y humanista y en Investigación y Desarrollo.



Y lentamente, a paso seguro, ganar la batalla de las ideas, dotarse de organizaciones democráticas y reconquistar la hegemonía. Atrayendo intelectuales, periodistas, profesores, dirigentes sindicales, mujeres, artistas. Disputándole al mundo del capital los espacios sociales donadores de significación a la vida.



Para avanzar en pos de estos objetivos será muy útil para Chile y su futuro votar por Tomás Hirsch y contar con un equipo de legisladores en el parlamento que investigue, denuncie y proponga, potenciando al mismo tiempo el proyecto de la izquierda transformadora. Gente como Tomás Hirsch, Carmen Hertz, Mónica Quilodrán, Manuel Riesco, Guillermo Teillier, solamente para ponerle algunos nombres a la perseverancia de nuestra izquierda chilena.



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Leopoldo Lavín es profesor del Departamento de Filosofía del Collčge de Limoilou, Québec, Canadá.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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